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GONZÁLEZ LAGIER-Emociones sin sentimentalismo

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EMOCIONES SIN SENTIMENTALISMO

Sobre las emociones y las decisiones judiciales



Daniel González Lagier

Filosofía del Derecho

Universidad de Alicante

EMOCIONES SIN

SENTIMENTALISMO

Sobre las emociones y las decisiones judiciales

Palestra Editores

Lima — 2020


341.4

G71

González Lagier, Daniel

Emociones sin sentimentalismo. Sobre las emociones y las decisiones judiciales /

Daniel González Lagier; 1a ed. - Lima: Palestra Editores, 2020.

140 p.; 20.5 cm. (Colección Pensamiento Jurídico Contemporáneo)

D.L. 2020-00693

ISBN: 978-612-325-107-9

1. Derecho 2. Filosofía 3. Interpretación y aplicación 4. Filosofía del derecho

Colección

P

J

C

ensamiento

urídico

ontemporáneo

Directores:

Manuel Atienza, Universidad de Alicante

Luis Prieto Sanchís, Universidad de Castilla – La Mancha

Coordinadores:

Pedro P. Grández Castro, Hugo Enrique Ortiz Pilares

EMOCIONES SIN SENTIMENTALISMO

Sobre las emociones y las decisiones judiciales

Daniel González Lagier

Primera edición, enero 2020

© Daniel González Lagier

© Palestra Editores S.A.C.

Plaza de la Bandera 125, Lima 21 — Perú | Telf. (511) 637-8902 / 637-8903

palestra@palestraeditores.com | www.palestraeditores.com

Impresión y encuadernación: Grández Gráficos S.A.C.

Mz. E, Lt. 15 Urb. Santa Rosa - Los Olivos

Enero, 2020

Diagramación: Gabriela Zabarburú Gamarra

Hecho el depósito legal en la Biblioteca Nacional del Perú N°2020-00693

ISBN: 978-612-325-107-9

Tiraje: 500 ejemplares

Impreso en Perú | Printed in Peru

Todos los derechos reservados. Queda prohibida la reproducción

total o parcial de esta obra, bajo ninguna forma o medio, electrónico

o impreso, incluyendo fotocopiado, grabado o almacenado en algún sistema

informático, sin el consentimiento por escrito de los titulares del Copyright.


ÍNDICE

PRÓLOGO.................................................................................... 11

INTRODUCCIÓN

El “sentimentalismo”..................................................................... 35

I. ¿QUÉ ES UNA EMOCIÓN?.................................................. 39

1. Las emociones como estados mentales ................................... 39

2. Las emociones como estados mentales mixtos....................... 42

3. Los elementos de las emociones.............................................. 47

II. EL “ENTORNO” DE LAS EMOCIONES:

EMOCIONES, VIRTUDES Y EMPATÍA......................... 53

1. Disposiciones emocionales, capacidades

emocionales y virtudes............................................................. 53

2. De la empatía a la simpatía....................................................... 57

5


Emociones sin sentimentalismo

III. LAS EMOCIONES COMO RAZONES

EXPLICATIVAS Y CAUSAS DE LA DECISIÓN.......... 61

1. Explicar. Explicaciones psicológicas y

explicaciones neurológicas....................................................... 62

2. Las emociones en el contexto de las

explicaciones psicológicas......................................................... 65

3. Las emociones y las decisiones según

la neurociencia........................................................................... 70

3.1. La hipótesis de Damasio................................................... 70

3.2. Las decisiones morales según la neuroética.................... 74

IV. EL “PRECIO” DE LAS EMOCIONES............................. 81

1. No todas las emociones son “positivas”:

emociones adecuadas y emociones inadecuadas..................... 82

2. Las emociones y la libertad de decisión.................................. 84

3. El control de las emociones...................................................... 91

V. ¿PUEDEN LAS EMOCIONES SER

RAZONES JUSTIFICATIVAS DE LAS

DECISIONES JUDICIALES?.............................................. 99

1. El “giro” virtuoso: las emociones como

parte de las virtudes................................................................ 101

2. Las emociones y los valores................................................... 108

3. Las emociones y la percepción del caso................................ 116

4. Las emociones como condición constitutiva

necesaria de la justificación.................................................... 124

VI. CONCLUSIONES: LAS EMOCIONES

COMO ADVERTENCIAS................................................ 129

BIBLIOGRAFÍA......................................................................... 133

6


Para mi madre,

nudo de emociones.



“Un sentimental es sencillamente alguien que quiere

darse el lujo de una emoción sin pagar por ella”

(Oscar Wilde, De Profundis)



PRÓLOGO

Experimento una emoción de enorme agrado al hacer el

prólogo al libro de mi amigo, y colega, el Profesor Daniel González

Lagier, titulado Emociones sin sentimentalismo. Sobre las

emociones y las decisiones judiciales. Esta es una obra que viene

a continuar una extensa investigación iniciada por Daniel hace

años, uno de cuyos antecedentes más cercanos es su obra A la

sombra de Hume. Lo distintivo de Emociones sin sentimentalismo

es que, por un lado, sintetiza con claridad tesis anteriores

de su autor, pero, por el otro, profundiza en nociones nuevas

en su producción intelectual: por ejemplo, este es el caso de su

apelación crítica a la ética aristotélica de la virtud.

Como no puede ser de otro modo, quiero proponer algunas

reflexiones sobre cómo veo, en este momento, el tema de las

emociones en el ámbito, principalmente, de la filosofía práctica

(i.e., la filosofía moral, política, jurídica, etc.). La versión

“indexical” de cómo veo en este momento el tema sugiere una

de las posibles paradojas en las que nos paramos los filósofos:

11


Guillermo Lariguet

hablar desde la fragilidad, la contingencia, de un momento,

con la aspiración —¿vana?— de alcanzar verdades necesarias,

en este caso, sobre un tema como la emoción.

A modo de punteo de temas, voy a proponer un “resumen”

solo de algunas de las cuestiones filosóficas más apremiantes

por las que transita la temática de la emoción. Y, al emprender

esta tarea, voy a conectar mis reflexiones con algunas tesis de

la obra prologada.

Antes que nada, coincido con Ingrid Vendrell Ferrán

(2009, p. 217) en que la temática de las emociones ni es nueva,

ni es patrimonio exclusivo de la llamada “filosofía analítica” (de

la mano de Robert Solomon, Richard Wolheim, John Deigh

o Jesse Prinz, para citar ejemplos conspicuos).

La temática no es nueva y eso está claro para el propio

González Lagier cuando cita a Aristóteles, quien habla de la

idea según la cual las emociones tienen un “objeto externo” con

el que se vinculan; idea que, como se insistirá aquí luego, desarrollarán

Brentano, Husserl, Sartre, Nussbaum y otros filósofos

contemporáneos. Así, para seguir con el ejemplo del Estagirita

—y del propio Daniel— la ira puede suscitarse respecto de la

injusticia de una acción. La injusticia de la acción viene a operar

como ese “objeto externo” al sujeto que expresa su indignación.

Sin embargo, no fue solo el primer regente del Liceo el que

expuso ideas similares, ni será el último, como veremos.

Diría que buena parte de la filosofía moral antigua es una

filosofía práctica que pone a las emociones en un centro importante

de reflexión. O bien para refrenarlas, morigerarlas, o bien

para desarrollarlas ampliamente 1 . Por ejemplo, la escuela estoi-

1

En mi trabajo “La ética frente a los dilemas trágicos: guerreros, pacificadores

y cirujanos”, publicada originalmente en 2009 en la revista española

12


Prólogo

ca sostiene una concepción conforme la cual deben privilegiarse

los aspectos “racionales” del alma, más que los “corporales”.

Esta concepción, podría decirse, es una acentuación de tesis

platónicas sobre las partes del alma. Y es una concepción que

hundirá sus raíces en cierta forma prevaleciente de defender

luego el cristianismo y las —debidas— pasiones cristianas. En

la actualidad, por su parte, es Martha Nussbaum (otra de las

autoras de consulta de Daniel) quien propugnará una interpretación

aggiornada de los estoicos y vendrá a defender una

concepción “cognitivista” de las emociones. Más adelante me

ocuparé de decir algo sobre esta concepción.

Los epicúreos son otra escuela importante. A la inversa

de los estoicos, enfatizaron en los aspectos corporales de la

agencia, más que en los racionales. Más aún, el centro de la

vida moral lo ocupan las pasiones de placer o dolor que son

las que deben guiar el comportamiento moral. Se trata de una

tesis que hace de la voluptas, y no de la ratio, el crucero de la

moralidad. Esta concepción, que luego pasará a Lucrecio, con

su De rerum natura, será adoptada, como explica mi colega de

la Universidad del Litoral, Fernando Bahr (2012, p. 38), por

filósofos modernos como Pierre Bayle que la empleará como un

antídoto adecuado contra el dogmatismo católico. Lo que Bayle

fustiga es la base estoica del catolicismo que lleva a deformar

A parte Rei, y luego recogido en mi obra Dilemas en la moral, la política

y el Derecho. Buenos Aires, B de F, 2018, examino una versión distinta a

la de Daniel respecto de las emociones. Tomando la idea que Nussbaum

propagó en su obra Las terapias del deseo, reconstruyo cómo para las

escuelas antiguas de filosofía moral (aristotélicas, estoicas, epicúreas) las

emociones “adecuadas” son vistas como “fármacos” para el alma (de ahí su

rasgo terapéutico). De modo que hay emociones que ayudan a controlar

emociones y ello da sentido al ideal de la ataraxia. No es menester “salirse”,

así, del ámbito de las emociones para contenerlas o moldearlas.

13


Guillermo Lariguet

nuestra vida moral, silenciando a la voluptuosidad (entendida

como la guía del placer-dolor) como un enemigo a combatir.

Olvidando, así, que los bienes más importantes de los que se

vale Epicuro son “espirituales”. Esta línea de pensamiento que

arranca con Epicuro, transita por Lucrecio, se modula con

Bayle, encuentra cristalización en la filosofía moral utilitarista

moderna, tal como es articulada explícitamente por John Stuart

Mill cuando, en su crítica al utilitarismo de Bentham, sostiene

que hay placeres elevados. Esos placeres elevados, en Bayle,

serán el cultivo del goce de Dios, mientras que en Mill, serán

los placeres supremos del goce de la bondad moral y la apreciación

de la belleza. Ideas, estas dos, que impregnan Principia

Ethica de George E. Moore. Podría seguir con mi historia

“ondulante”, y algo zigzagueante de las emociones, pero no es

mi cometido ahora ser un cumplido Quentin Skinner o John

Pocock del concepto emoción.

He dicho que la emoción tampoco es patrimonio exclusivo

de la filosofía analítica. La historia filosófica de la temática no

arranca, como insinué párrafos atrás, con artículos como “Emotions”

de Errol Bedford (1956-1957, pp. 281-304) o con libros

como Action, emotion, and will de Anthony Kenny (1963). Es

más, y siendo del mismo gremio, pienso que algunos “buenos”

filósofos analíticos, en ocasiones, pueden ser “malos filósofos”.

No me trago esa idea según la cual la filosofía analítica puede

ignorar olímpicamente la historia de la filosofía. Me parece que

hay un riesgo considerable que debemos conjurar al ignorar la

historia de la disciplina, riesgo que ya fuera denunciado, con

relación a la ética, nada menos, que por Alasdair MacIntyre

en su Ética de la virtud.

La mención a la virtud no es casual aquí pues, como se

verá luego, Daniel también echa mano de la llamada ética

“aristotélica” de la virtud para vincularla con las emociones.

14


Prólogo

Ya regresaré a este punto. Ignorar la historia de la filosofía es

privarse de la posibilidad de ver cómo encajamos en el resto

de la filosofía, entender dónde estamos parados realmente

y, sobre todo, la historia filosófica, hace mucho que lo creo,

es el “lugar donde nos encontramos los filósofos de diversas

corrientes”. Voy a poner inmediatamente un ejemplo, hay

muchos desde luego, de por qué la filosofía analítica no tiene

la propiedad exclusiva sobre el tema de las emociones y por

qué considerarlo así es peligroso en los términos del peligro

recién conceptualizados. Por caso, Daniel sostiene una tesis

—que comparto totalmente— según la cual hay que pagar un

“precio” por nuestras emociones. Se trata, como se ve, de una

clara metáfora porque ayuda a ver por qué las emociones no

son “gratuitas”.

Un problema moral, quizás también epistémico, de

nuestra época, es que hay emociones que estaría dispuesto a

denominar “bobas”. La televisión basura, los reality shows,

están atiborrados de emociones que, como dice Daniel citando

a D. H. Lawrence, realmente no se sienten. Sin pretensiones

de agotar las diversas aristas de esta tesis de Daniel,

quiero mencionar dos ejemplos que no vienen de la filosofía

analítica y que, no por ello, como algunos ignorantes de la

filosofía en general pueden suponer, carezcan de claridad en

su expresión. Tengo en mente a Kierkegaard, por un lado,

y a Sartre, por el otro. Ambos son filósofos existencialistas,

aunque con diferencias internas. Mientras que Kierkegaard

es cristiano, Sartre no lo es. Empecemos por Kierkegaard (o

Vigilius Haufniensis). Una de las aportaciones al tema de las

emociones, no la única, del llamado por algunos “Sócrates

danés”, fue su tratamiento del concepto de angustia en la obra

que lleva este nombre. Efectivamente, en el Concepto de la

angustia (2018), Kierkegaard defiende que la angustia es el

15


Guillermo Lariguet

precio que pagamos por “la nada existencial”. Sin embargo,

ese precio que pagamos por nuestra angustia es, también,

condición existencial de posibilidad de aquello que resulta

más grandioso para el hombre como agente moral: elegir. Y

es en la elección que nos eleva del pecado original a una vida

nutrida por la luz de Dios, un “salto” que vale la pena pegar.

No estoy insinuando aquí que debamos “comprar” la teoría

religiosa de base de Vigilius Haufniensis, ni mucho menos.

Lo que estoy mostrando es que una emoción como la angustia

no orbita en la vacuidad, sino que es nuestra respuesta a un

mundo que cobra sentido con cada elección moral. Pasemos a

Sartre (2015) y a su estupendo Bosquejo de una teoría de las

emociones. El filósofo francés anticipa aquí lo que, Vendrell

Ferrán (ibídem, p. 220 y ss.), llamará las “teorías del sentir”

que tanto han influenciado a parte de la filosofía analítica

sobre las emociones. Aunque existen diversas versiones de

estas teorías, uno de sus aspectos nodales ha sido el de considerar

que las emociones tienen aspectos “afectivos”, más que

“racionales”. Pues bien, uno de los “precios” que para Sartre

se paga con las emociones es que éstas suelen emerger allí

donde el sujeto experimenta una tensión entre su subjetividad

y el mundo tal como se le aparece. Por ejemplo, en un caso

que luego será estudiado por Jon Elster (uno de los autores

favoritos de Daniel) en su Alquimias de la mente, Sartre parte

de una fábula, supuestamente atribuible a Esopo, con el fin

de tornarla en lo que los analíticos denominamos un experimento

mental. Este trata de un sujeto que quiere coger unas

uvas que, a la postre, resulta que no puede alcanzar. Es en esa

resistencia frustrante del mundo que el sujeto experimenta una

—supuesta— transformación de su objeto (las uvas), mediante

cambios emocionales (el enojo), y manifestaciones corporales,

para terminar, atribuyendo a ese objeto cualidades distintas:

16


Prólogo

¡bah, dice el sujeto, las uvas están “demasiado verdes”! (Sartre,

ibídem, p. 72). Jon Elster dirá que estas son emociones

“compensatorias” de estados negativos experimentados para

el sujeto: el disgusto de no alcanzar las uvas. El “precio” que

aquí se paga es justamente cognitivo, pues puede ocurrir que

las uvas no estén demasiado verdes o que, lisa y llanamente,

no estén verdes. Hay otros ejemplos sartreanos de precio, en

sentido semejante al estudiado por Daniel. Por ejemplo, es

el caso de la emoción que Sartre (ibídem, p. 75) denomina

“tristeza pasiva”. Esta se caracteriza, dice el filósofo, “por una

conducta de postración, relajación muscular, palidez, enfriamiento

de las extremidades”. Quien la padece, dice Sartre, “se

vuelve hacia un rincón y se queda sentado inmóvil, ofreciendo

al mundo la menor superficie posible”. Es más, “frente a la

menor luz del día, prefiere la penumbra; frente a los ruidos,

el silencio; frente a las multitudes de los lugares públicos y de

las calles, la soledad de los aposentos”. Esta tristeza produce

una clase peculiar de transformación en ese objeto exterior

que es el mundo. El mundo, en rigor, sigue siendo el mismo,

dice Sartre. Pues contiene todas las potencialidades que deben

realizarse (trabajar, gente que ver, actos de la vida cotidiana

que llevar a cabo). La tristeza tiende, dice Sartre (ibídem, p.

76), a suprimir estas potencialidades y hacer del mundo una

“estructura totalmente indiferenciada”, o sea, una “realidad

afectiva neutra”, descargar los objetos del mundo de su carga

afectiva, de llevarlos todos “al cero afectivo”. ¿Cuál es el

precio aquí? La respuesta, interpretando a Sartre (ibídem,

p. 76), sería que “al no poder o querer realizar los actos que

proyectábamos, procuramos que el universo ya no exija nada

de nosotros” (mía la cursiva).

Considerando los aspectos afectivos o racionales mencionados,

toto genere, de las emociones, la postura de Daniel

17


Guillermo Lariguet

González Lagier, compartida por diversos filósofos (por ejemplo,

por Vendrell Ferrán grosso modo), es que las emociones

son estados mentales “mixtos”, es decir, ni son puramente

afectivos, ni son puramente racionales. Esta mixtura incluye

otros aspectos en la teoría de Daniel. Ni hay que atender

solamente a las cuestiones corporales de las emociones (algo

en lo que estarían de acuerdo Aristóteles, Brentano, Husserl,

Sartre, Nussbaum, etc.), ni hay que atender solamente a los

aspectos “proposicionales” (o sea, noéticos) de las emociones.

Aunque las emociones para Daniel, al igual que para René

Descartes (2017) en Las pasiones del alma, pueden, y deben,

distinguirse de las meras sensaciones (de picor, hambre, frío,

etc.), las mismas no tienen por qué tener solamente aspectos

proposicionales, tal como una postura hiperracionalista como

la estoica, o la neo-estoica de Nussbaum, parecen suponer.

Aunque Daniel no lo mencione, una teoría mixta, que combina

lo afectivo y lo racional, lo corporal y el juicio, también

podría ser mixta en otro sentido, a saber: que las emociones

no se reducen solamente a la noción de “juicio” sino que hay

emociones que se activan en conexión con el recuerdo, la fantasía

o la imaginación. Luego retomo este punto.

Hay también otro aspecto de mixtura que Daniel desarrolla

con otros argumentos, que ya veremos sucintamente, y que

también se enlazan con una teoría “mixta” de las emociones.

Me refiero a lo siguiente: ha sido común ver las emociones

desde el punto de vista meramente fisiológico o psicológico.

Por ejemplo, desde el primer punto de vista, Descartes (ibídem,

artículo XXXI, p. 45), en las Pasiones del alma, cree encontrar

el “alma” nada menos que en una glándula como la pineal 2 .

2

Es preciso indicar que Damasio (2017) continuaría esta línea de Descartes.

Recordemos que, en Las meditaciones metafísicas, Descartes abonaría la

18


Prólogo

Otros filósofos, y psicólogos, tal sería el caso, me parece, si

le creemos a Sartre, de William James, que ven a la emoción

desde un aspecto psicológico. Pero hasta aquí, estos puntos de

vista se traducen en ver las emociones como “hechos crudos”.

Soy de la opinión de que ha sido un gran mérito de la filosofía

hermenéutica el habernos mostrado, empero, que en el mundo

no solamente está constituido por esa ontología tan parca como

la establecida a partir de los hechos crudos. Un hecho para mí

es crudo si y solo si se puede explicar exclusivamente echando

mano de la fisiología, la psicología y, de últimas, de la física y

la química. La concepción que subyace a esta definición de lo

que llamo hecho crudo es un “naturalismo reduccionista”. En el

ámbito filosófico, por ejemplo, aunque ella lo niegue de modo

poco convincente, Patricia Churchland responde a este patrón

de pensamiento con obras como El cerebro moral (2016) o con

su Conscience. The origins of moral intuition (2019) cuando

defiende el papel descollante de la “oxitocina” para explicar

—de un modo cercano a la falacia naturalista, como bien señala

Daniel en su A la sombra de Hume— la conducta moral de

preocupación por los otros. Para los filósofos principalmente

hermenéuticos, y bajo esa rúbrica me permito ahora incluir

la fenomenología husserliana y sartreana, el mundo no está

“dualidad de sustancias” (res cogitans y res extensa), Damasio ofrece en

su célebre El error de Descartes, una propuesta post-cartesiana. El prefijo

“post” indicaría un intento de superación de tal dualidad. Sin embargo,

al leer Las pasiones del alma, puede uno ver que la dualidad de sustancias

se aminora considerablemente en este librito de Descartes. Los aspectos

fisiológicos, o corporales a secas, (la glándula pineal), se entrelazan con

las operaciones del “alma” por la vía de los famosos “espíritus animales” a

los que refería Descartes. Damasio, por su parte, al emplear la noción de

“marcadores somáticos” da cuenta de una concepción fisiológica o corporal;

empero, también tiene en cuenta elementos de racionalidad que advendrían

del juego de las emociones en procesos de razonamiento.

19


Guillermo Lariguet

solo poblado por hechos crudos, sino por hechos con “significación

social, cultural”. Esto es algo que también trasvasa a

la filosofía analítica y a la propia concepción mixta de Daniel

González Lagier.

Precisamente, las emociones morales (la envidia, el amor,

el temor, la admiración, la tristeza, los celos, el coraje, etc.)

están “teñidos” por aspectos sociales, históricos, culturales.

O sea, la mixtura de la teoría de las emociones asume que la

explicación naturalista-reduccionista no es suficiente. Se trata

de una explicación por las causas y supone ver a la emoción

como la entendía Descartes: como un mecanismo. Al decir

esto no doy a inferir que niego el papel de las leyes causales.

Lo que quiero señalar es que, en ámbitos como la moralidad,

la política, el derecho, o los estudios que podríamos calificar,

en sentido amplio, como de “ciencias sociales”, las emociones

tienen aspectos sociales, culturales, históricos que “rebasan”,

si se me permite el giro expresivo, la explicación meramente

causal. Posiblemente por este motivo, aunque no solo, Daniel

se interesa en su obra por los aspectos normativos de las emociones.

Por aspectos que tienen que ver, concretamente, con

la pregunta de si las emociones —morales— tienen un papel

“justificatorio”, por ejemplo, del razonamiento de un juez, o

un papel meramente “explicativo”. Está visto que la tradición

filosófica en la que se apoya sobre todo Daniel es la “analítica”.

Por esto es que su fuente nutricia para pensar una concepción

mixta en el sentido ahora indicado sea, por caso, la de Georg

H. von Wright. Éste, como Aristóteles, pero también diría que

como Brentano, Husserl, Sartre, Nussbaum, considera que hay

aspectos “intencionales” de las emociones, aunque no todas las

emociones, como se ha dicho ya, deban responder a un objeto

exterior. Como dije, hay emociones que surgen de procesos del

recuerdo, la fantasía o la imaginación. Algo que un fisiólogo

20


Prólogo

como Descartes (ibídem, artículo XX, p. 39) admite también

en las Pasiones del alma.

Sea como sea, bajo la noción amplia de mixtura de concepciones

de las emociones me he referido a varios aspectos

centrados en cómo conjugar lo afectivo, con lo racional, lo

corporal con lo cognitivo. Parece claro que la “selva” intrincada

de las emociones no se deja reconstruir fácilmente en uno u

otro sentido de las dicotomías planteadas. De los muchos tópicos

complejos presentes en el tratamiento analítico del tema

de las emociones hay uno que, por ejemplo, destaca como un

problema cognitivo de la tercera persona, o sea, de quienes

intentamos entender el comportamiento emocional de terceros.

Ese entendimiento está atacado de múltiples problemas. Uno

de ellos, ya señalado por Wittgenstein en Las investigaciones

filosóficas, es el de la “simulación” de una conducta. Wittgenstein

se refería a la sensación de dolor, pero podríamos

extenderlo a emociones entendidas como estados mentales

con contenido doxástico. En este sentido, Sartre (ibídem, p.

82) refiere, por ejemplo, a las “falsas emociones” consistentes

en simular una emoción que realmente no tenemos. El ejemplo

que él pone es el de quien simula alegría y la exterioriza mediante

actos como sonrisas, batir palmas, pegar grititos y/o dar

saltos frente a un regalo que otro le hace y que a esta persona

no le gusta. Si nosotros fuésemos la tercera persona que no es

el “ojo de Dios”, o fuésemos la segunda persona, la que efectúa

el regalo, podríamos caer en la trampa de esta simulación y no

conocer realmente que se nos está brindando una comedia de

la emoción de la alegría y el agradecimiento. Pero no solo lo

cognitivo puede atascarse de modos diversos a los planteados

por mi ejemplo. Volviendo al último ejemplo sartreano citado,

también los aspectos corporales, afectivos, fisiológicos están

comprometidos seriamente. De la performance de estas ma-

21


Guillermo Lariguet

nifestaciones corporales simuladas no podríamos extraer que

hay una emoción genuina de alegría sin caer en la formación,

de nuestra parte, de una falsa creencia.

Debería ser claro que, desde el punto de vista cognitivo,

las emociones se tratan como aspectos proposicionales o cuasiproposicionales

3 . Esta concepción responde, como ya dije, a

una vieja teoría estoica de la mente, retomada en el siglo XX

por la obra de Martha Nussbaum, principalmente. Contra esta

concepción hay diversas clases de objeciones. Una surge del

ejemplo que he presentado de simulación, pero hay otra ya

insinuada: la que tiene que ver con el hecho de que la noción

de contenido proposicional (noción referida por Daniel en su

obra) es una clase de construcción que se apoya en la idea primitiva

de juicio que tanto interesaba a Aristóteles o al segundo

Wittgenstein. Inclusive es una noción que el propio Sartre

(ibídem, p. 84) abraza cuando sostiene que las emociones se

ligan con “creencias” (sobre objetos externos). Sin embargo,

parece un hecho del mundo incontestable que hay emociones

cuya existencia no depende de tales objetos exteriores. Como

dije al citar a Descartes, o a la contemporánea Vendrell Ferrán,

hay emociones vinculadas con la imaginación o fantasía, o los

recuerdos. En la imaginación, como enseñó Kant en La crítica

del juicio, hacemos presente “algo que no está”, o que no existe.

3

La ignorancia filosófica haría pensar que la frase verbal “se tratan” alude

solamente a la tradición analítica de la filosofía. Pero no es el caso.

También en otras tradiciones —en mi opinión emparentadas— como

la fenomenología husserliana, ocurre algo similar. Recuérdese que para

Husserl los fenómenos (por caso, la emoción) deben explicarse no solo

en términos empíricos como hace la psicología. En esto coincide también

Sartre. Sino en términos que un analítico como yo llama conceptuales y

un fenomenólogo denominaría “esenciales”, generados por el método de

la epoché y la consiguiente la reducción eidética.

22


Prólogo

Algo semejante dirá Descartes en la obra ya citada. Así, podemos

apreciar el cuadro de un par de botas de van Gogh y sentir

emociones de recogimiento, contento, templanza, al imaginar

el papel de estas botas de aldeano. Ello no es extraño al punto

que, en su trabajito “El origen del arte”, Heidegger nos hace

reflexionar emocionadamente sobre la utilidad de objetos como

estos pares de botas. Con la fantasía, por su parte, podemos

crear en el alma seres inexistentes como unicornios. Y con los

recuerdos podemos traer al presente hechos que no existen

ahora, más que en una dimensión de temporalidad compleja

como la tratada por Proust en Búsqueda del tiempo perdido.

La dimensión cognitiva en la obra de Daniel González

Lagier, no obstante, cumple otros roles filosóficos. También

refiere al poder de la razón práctica, y de la educación moral,

de moldear, por lo menos, algunas emociones morales. En esta

línea, la noción aristotélica de “virtud” juega el papel, esta es

otra tesitura sustantiva sustentada por Daniel González Lagier,

de “controlar”, “moldear”, etc., emociones. Como se recordará

con el ejemplo que cité al comienzo del prólogo sobre el ejercicio

de la “indignación” en Aristóteles, no se trata de que el

virtuoso admite cualquier respuesta emocional a un problema

práctico. Solo admite aquellas que, vistas bien las cosas, aceptaría

de buen grado un frónimos, u hombre prudente en los

términos de Aristóteles. Por ello, al sustantivo indignación

se le acopla el predicado “justa” o “adecuada” para llamar la

atención sobre el hecho —¿normativo o moral?— de que no

basta con la mera indignación sino con la indignación justa o

apropiada, en el momento apropiado, del modo apropiado, con

la persona apropiada. Esta es una clase de tesis que yo mismo,

junto a mi colega Luciana Samamé (2018), hemos defendido en

relación al análisis del papel eventualmente justificatorio —no

meramente explicativo o causal— de la virtud de la compasión

23


Guillermo Lariguet

en razonamientos judiciales en los que interviene el instituto de

la “pena natural”. Tiene razón Daniel, empero, al señalar que

virtud y emoción no son categorías equivalentes. Las emociones

son una clase de estado mental, disposición, o como quiera

entenderse, y las virtudes son hábitos normativos, introducidos

por educación y mímesis, que llevan a los agentes morales a

actuar de modo apropiado. Este modo apropiado incluye las

emociones, pero no toda respuesta emocional es virtuosa.

Ahora bien, frente a la intuición filosófica de que las

emociones, desde un punto de vista racional o cognitivo, no

se desempeñan como meros resortes causales a enlistar en

una buena explicación de la conducta; i.e., de la conducta de

un juez. A este respecto, Daniel responde que las emociones

no necesariamente se reducen a ser citadas en una buena explicación

del quehacer de los jueces. Pero tampoco, por esto,

Daniel admitirá, como sugerimos con Luciana, a modo de

hipótesis filosófica (a desarrollar a futuro), que las emociones

—o ciertas emociones apropiadas en los términos de una teoría

de la virtud como la aristotélica— sean condición necesaria,

ni condición suficiente, ni ambas a la vez, de la “justificación”

de una decisión judicial. Sí consiente, Daniel, que las emociones

pueden ser “útiles” en dicha justificación, pero no son la

justificación misma.

Dejando a un lado el contenido conceptual que pueda

tener esta utilidad para Daniel, mi pregunta es por qué las

emociones, toto genere, carecen de los poderes normativos de

la justificación. ¿Tienen otros poderes normativos para Daniel

o ninguno?

La respuesta de por qué nuestro filósofo deja fuera de la

justificación a las emociones morales es porque éstas, sencillamente,

necesitan, a su vez, estar justificadas. Pero, ¿en qué

24


Prólogo

se justificarían? Un intuicionista moral o un ético material de

los valores a la antigua, como Max Scheler, citado por Daniel,

podrían postular a las intuiciones morales. Analíticamente,

estas podrían concebirse como impresiones perceptuales que

no obedecen a ninguna deducción lógica previa. De hecho,

Daniel parece convenir, con las precauciones del caso, que las

emociones pueden jugar un papel en la percepción moral y

por eso cita a Airleen Salles y yo me vería inclinado a evocar

a Lawrence Blum o John MacDowell que también trabajaron

el tema.

Daniel nos diría que las percepciones, sin embargo, pueden

equivocarse. Y esto podría concederse de antemano. El error

de las percepciones es otra forma de señalar que la percepción

es falible. Sin embargo, el primer problema que nos salta a la

cara es que cuando los éticos de la virtud aristotélicos citados

por Daniel, como Amalia Amaya, por ejemplo, hablan de

percepción moral están suponiendo que es la percepción de

un agente moral virtuoso o maduro y, por ende, de agentes

que raramente no acertarían. Desde luego, esta asunción

puede resultar problemática. La ética debería pensarse para

agentes morales ordinarios y no solo para agentes expertos,

calificados, maduros o fronéticos. Pero, concediendo por mor

de la argumentación, el punto a la ética aristotélica, y solo de

momento, las emociones que intervienen en la percepción

moral, típicamente la percepción de los rasgos sobresalientes

de un caso concreto, son emociones que, como ya se dijo,

se reputan apropiadas, justas o adecuadas “normativamente

hablando”. Sin embargo, Daniel González Lagier sospecha

de estas consideraciones. Para él, las emociones necesitan el

contralor de lo que, sin hesitar, Daniel llamó, en una respuesta

informal a algunos reparos míos sobre su tesitura específica

en la materia, los “valores correctos”. O sea, en contra de la

25


Guillermo Lariguet

idea de que, por la vía de emociones captamos valores, como

diría, por caso, el ético material de los valores, Daniel diría

que los valores son criterios independientes de evaluación de

la corrección o adecuación de una emoción y no meros fluidos

que se impregnan en nuestras emociones. Esto hace de Daniel,

en mi opinión, un anti-estoico pues, estos filósofos, creían en

las impresiones “catalépticas”. O sea, en las percepciones que

“aprehendían” la verdad tal cual era.

Ahora bien, para Daniel González Lagier, tales valores

correctos no pueden resumirse en un listado de “meras creencias

intersubjetivas” porque ello, pese al atractivo que ejerce

esta idea, podría conducir a una forma larvada de relativismo

moral; relativismo que, nuestro autor quiere conjurar. Esto

me conduce a preguntarme si Daniel, después de todo, no

termina siendo un “realista moral”. Pues, sus valores correctos

son independientes ontológicamente, al parecer, de quienes

perciben, sienten emociones o hacen juicios morales. Más aún,

la condición justificatoria la otorgan los valores correctos, no

las emociones. Para Daniel González Lagier las emociones

pueden figurar como “advertencias”, de modo semejante a

como, para el finado Bernard Williams, los deseos en conflicto

eran signos o señales de la existencia real de un dilema moral.

Pero una advertencia no es igual a una aprehensión verdadera.

El tema del realismo moral supuestamente implicado por

el pensamiento de Daniel podría ser provocador para alguien

como él, que se siente cómodo con una noción coherentista

de verdad moral. Por eso voy a rechazar esta interpretación.

Además, forzoso es admitir que los valores correctos de un

juez no tienen que ser, en principio, de la misma clase que los

valores correctos generales que incumben a un agente moral

ordinario no ceñido por instituciones jurídicas. Tales valores

correctos, atento a esta argumentación, podrían ser los valores

26


Prólogo

“constitucionales”. Sin embargo, está claro para mí que Daniel

no es un “convencionalista moral a secas”. Esto quiere decir,

entiendo, que para Daniel las convenciones constitucionales

no agotan lo que podemos llamar la “moralidad crítica”. Y

esta moralidad puede encontrarse entre las condiciones de

evaluación del contenido de enunciados jurídicos del estilo

“debe hacerse x” o “debe condenarse a Z”, etc. Enumerar estas

condiciones, empero, arrastra el conocido problema de cómo

conciliar la dimensión crítica de la moral con la dimensión

institucional, convencional, del Derecho.

He dicho antes que, para Daniel, las emociones no justifican

nada, pero pueden ser “útiles”. ¿En qué sentido lo dice?

Quizás en el sentido heurístico de que nos ayudan a elegir

mejor las reglas y principios jurídicos aplicables a un caso judicial.

Sin embargo, esta lectura resulta problemática. Porque

su autor en un tono muy crítico sostendrá que las virtudes son

casi superfluas, que lo que interesa no es tanto el carácter de un

juez, como sus acciones, y que las determinantes son las reglas

y principios. Más aún, un “mal juez”, moralmente hablando,

podría ser uno que acertara de “casualidad” y diera la respuesta

correcta a un problema normativo. Esto haría de la virtud un

adorno innecesario. Ahora bien, puede protestarse frente a esta

visión. Nos interesa que los jueces tengan virtudes morales y

epistémicas porque no solo nos da confianza cívica que así sea,

sino porque, si así no fuese, no podríamos atribuirle el éxito

práctico de resolver correctamente los problemas normativos.

Además, la separación del éxito práctico en la respuesta correcta

a un problema normativo, respecto del buen o mal carácter

de un juez, haría que no podamos encomiar su actitud, y quizás

ni siquiera censurarla. El problema de acertar de casualidad

me recuerda el célebre tema epistémico Gettier conforme al

cual un agente, por azar epistémico, podría dar con la creencia

27


Guillermo Lariguet

verdadera justificada. Pero, ¿diríamos que le es atribuible?

Mi respuesta es que hay dudas al respecto. Para seguir con un

ejemplo de Hilary Putnam, no es lo mismo que unas hormigas

dibujen en la arena el rostro de Winston Churchill, a que un

artista lo haga deliberadamente. En un caso no alabaríamos la

conducta, en el otro sí.

Me parece que otra manera alternativa de interpretar la reconstrucción

encarada por Daniel González Lagier consistiría

en tomar prestada de David Lewis, un enfoque “disposicional”

del valor. Para David Lewis 4 , este enfoque podría explicarse

del siguiente modo: “A grandes rasgos, los valores son aquello

que estamos dispuestos a valorar. Más precisamente, contamos

con esta definición esquemática: Algo de la categoría apropiada

es un valor si y solo si, bajo condiciones ideales, nosotros

estaríamos dispuestos a valorarlo”.

A poco que se repasan los elementos de esta definición,

pueden emerger preguntas acerca de qué constituye una

categoría apropiada de valor (los valores correctos de Daniel

podrían ser un sinónimo), cómo serían esas condiciones

ideales, y quiénes configurarían ese “nosotros” dispuesto a

valorar. En lo que me interesa detenerme aquí es en la versión

“realista” de los valores sugerida, al comienzo de su trabajo, y

desarrollada oscuramente al final, por el propio David Lewis.

La sinopsis de su complejo argumento pasaría por distinguir

una versión “simple” del disposicionalismo, respecto de una

versión “enmendada”. En la versión simple no hay modo de

separar las disposiciones a valorar de un cierto modo respecto

de la entidad —per se— de lo valorado. Sin embargo, en la

4

Me valgo de la traducción —todavía no publicada—del Profesor David

Rey, del grupo Logos de la Universidad de Barcelona.

28


Prólogo

versión enmendada, es preciso suponer que los valores son

independientes de dichas disposiciones y pueden ser captados

mediante algún mecanismo “fiable”. Podríamos, por lo pronto,

pensar a las emociones qua disposiciones en la versión simple.

Esta parece ser una de las conclusiones del propio Daniel. Sin

embargo, no estoy seguro. Más adelante, Daniel habla de “capacidades

emocionales”, estables, que pueden enhebrarse con

virtudes. Disposiciones emocionales y virtudes, juntas, darían

pábulo a la noción fuerte de virtud del Estagirita conforme a la

cual un sujeto virtuoso S obrará de modo correcto en cualquier

circunstancia C (del tipo apropiada). El meollo del asunto,

quizás, estribe en la dificultad de un teórico aristotélico para

zafar exitosamente de la “circularidad”. ¿Por qué la acción p

es virtuosa? El ético de la virtud responderá: porque es acometida

por un sujeto S virtuoso. Pero, ¿cómo identificamos

a S qua virtuoso? Porque realiza la acción p que cuenta como

token de virtud.

Me gustaría brevemente detenerme en un último tema,

conexo con el anterior. Es el tema de la “motivación moral”.

Como sabemos, uno de los grandes intríngulis de la ética,

desde siempre diría, es cómo compaginar la noción conceptual

según la cual un sujeto moral S conoce que p, o sea, tiene la

creencia del tipo apropiado, con la otra idea según la cual, si S

conoce que p, debería obrar de modo apropiado o moralmente

correcto. Este tema no es un invento de la filosofía “moderna”.

No fue el “buen” David (Hume) quien lo estipuló. Inclusive,

antes que él, casi un siglo antes, otros filósofos como el ya

mencionado Pierre Bayle, lo veían como un claro problema.

Y tampoco se trata, como se cree a veces, olvidando el anatema

de MacIntyre, Skinner o Pocock contra los que ignoran

la historia de la filosofía, de un tópico artificial instalado por

la filosofía analítica, en exclusivo, por la vía de la “metaética”.

29


Guillermo Lariguet

Así, lo que Michael Smith (2015, especialmente capítulo VI),

llama el moral problem es una reedición del intríngulis tal

como lo he presentado líneas atrás. Se podría decir que ya, en

la filosofía moral antigua, este era un problema. Esto mostraría,

dicho sea de paso, que la filosofía se caracteriza por examinar

problemas que se resisten a dejar de serlo. Los estoicos daban

una “solución” al problema que hoy llamaríamos “internalista”,

mientras que los epicúreos (Bahr, 2012 pp. 35-37), una

que llamaríamos hoy “externalista” (para esta muy conocida

distinción, Melchor Organista, 2016, pp. 51-65). Simplificando

distinciones, el internalista diría que, quien conoce, o sea,

quien tiene creencias morales verdaderas o correctas, está, eo

ipso, motivado a actuar en la línea indicada por la creencia.

Ni más ni menos que el intelectualismo platónico. Sabemos

que Hume recusará esta idea y que, en el siglo XX, Bernard

Williams retomará esa crítica. No son las creencias las que

motivan, dirían ambos filósofos, sino las pasiones (emociones,

en el lenguaje actual). Esto conduce al externalismo para el cual

las creencias solas no motivan a la acción, sino que hace falta el

concurso de otros factores: por ejemplo, las emociones. ¿Por

cuál de estas dos grandes posturas se decantaría nuestro autor

prologado? Quiero arriesgar una hipótesis que, como tal, pueda

ser concebida como eventualmente reversible. Creo que la obra

de Daniel es una defensa, matizada, de una versión internalista.

Aunque Daniel no habla en detalle de la motivación, y sí dedica

más páginas de su libro a la cuestión de las emociones en

la justificación de las decisiones judiciales, no puede negarse

que “justificar” es también un tipo de acción para la cual hay

que estar “motivado”. Recuérdese que, sin embargo, Daniel

matiza el papel de la emoción para justificar una decisión judicial

(o una decisión práctica, podríamos decir en forma más

general). Ello porque él admite solamente que las emociones

30


Prólogo

son útiles, pero, por sí mismas, no justifican. No obstante,

Daniel distingue entre emociones adecuadas e inadecuadas.

La adecuación es una propiedad normativa, no alude, en su

caso, a una mera adaptación causal a un entorno (aunque esta

versión no queda descartada de su obra). La adecuación, en

tanto propiedad normativa, debe evaluarse, con las reservas

del caso que él proporciona, a la teoría aristotélica de la virtud

(está claro que hay otras versiones de la virtud que Daniel

“descartaría”, si así interpretamos su “silencio”). Pero, como

hemos visto, las virtudes no pueden ser por lo menos condición

suficiente de la justificación judicial. Deberían presuponerse

criterios independientes (valores correctos) para evaluar la

adecuación o valencia positiva de las emociones. Ya anticipé

que una versión meramente convencional del Derecho haría

de las reglas, principios y valores constitucionales los criterios

de corrección del desempeño emocional de los jueces. Sin embargo,

una lectura moral más fuerte no podría quedar atrapada

en dicha versión convencional. Todas estas consideraciones me

hacen hipotetizar que Daniel simpatiza con un internalismo

matizado. Porque no cualquier emoción cuenta para motivar

a la justificación, sino que son útiles solamente las emociones

adecuadas. Dejo al lector, sin embargo, que contraste mi hipótesis

de lectura con la suya propia.

Es hora de cerrar —este ya largo— prólogo. Y quiero

hacerlo con un recuerdo que despierta en mí emociones de

alegría y gratitud. Cuando conocí a Daniel me di cuenta que

no era solo un “filósofo del derecho”. Era, y es, un filósofo en

un sentido más amplio. En uno de nuestros ejercicios peripatéticos,

stricto sensu, por los bellos senderos arbolados de

Penáguila (su retiro “espiritual”), entreví en nuestras charlas

un rapto de la eternidad. Nuestro diálogo se me asemejaba al

de los antiguos filósofos admirados por Pierre Hadot. De los

31


Guillermo Lariguet

skeptikoi, de los que dudan. Y como dudan, preguntan, más

que afirman. Como decía Carnéades hace dos mil años, con

ese juego de preguntas, Daniel y yo, tratábamos de evitar que

surgiera ese “monstruo alborotado” de la aserción.

Guillermo Lariguet 5

Santa Fe, 19 de junio de 2019

REFERENCIAS

Bahr, F. (2012). La fuerza del placer. Pierre Bayle y el epicureísmo.

En F. Bahr (comp.), Tradición clásica y filosofía moderna. El

juego de las influencias. Santa Fe: Universidad Nacional del

Litoral.

Bedford, E. (1956-1957). Emotions. Proceedings of the Aristotelian

society, 57.

Churchland, P. (2016). El cerebro moral. Lo que las neurociencias

nos cuentan sobre la moral. Traducción de Carme Font Paz.

Barcelona: Paidós.

Churchland, P. (2019). Conscience. The origins of moral intuition.

W.W Norton and Company.

Damasio, A. (2017). El error de Descartes. La emoción, la razón

y el cerebro humano. Traducción de Joandòmenec Ros. Barcelona:

Booket.

Descartes, R. (2017). Las pasiones del alma. Traducción y notas de

Eugenio Frutos. Madrid: Austral básico.

Kenny, A. (1963). Emotion, Action and will. Philosophical Quarterly,

15.

Kierkegaard, S. (2018). El concepto de la angustia. Traducción y

notas de Demetrio Rivero. Madrid: Alianza.

5

Agradezco a Nicolás Alles y Lucas Misseri sus comentarios a una versión

anterior de este prólogo que me permitieron mejorarlo.

32


Prólogo

Lariguet, G. (2009). La ética frente a los dilemas trágicos: guerreros,

pacificadores y cirujanos. A Parte Rei. Madrid. Recogido

luego en Lariguet, G. (2018). Dilemas en la moral, la política

y el Derecho. Prólogo de J. Montero. Buenos Aires: B de F.

Lariguet, G., & Samamé, L. (2018). El papel justificatorio de la

compasión en el razonamiento judicial. En A. Amaya, P.

Haddad, M. del Mar & J. Narváez, Emociones, virtudes y

argumentación judicial. México: Tirant lo Blanc.

Lewis, D. (S/F). Teorías disposicionales de los valores. Traducción

de David Rey, inédita, cedida por gentileza del traductor.

Melchor Organista, P. (2016). Motivación moral: enfoques empíricos

y posibles vías para la investigación. Luxiérnaga, Revista de

estudiantes de licenciatura en filosofía de la UAA, 6. México.

Sartre, J. P. (2015). Bosquejo de una teoría de las emociones. Madrid:

Alianza.

Smith, M. (2015). El problema moral. Traducción de R. Sánchez

Brígido y A. Embrioni. Madrid: Marcial Pons.

Vendrell Ferrán, I. (2009). Teorías analíticas de las emociones: el

debate actual y sus precedentes históricos. Contrastes, Revista

internacional de filosofía, XIV. Málaga

33



INTRODUCCIÓN

EL “SENTIMENTALISMO”

Atravesamos una época sentimentalista. El sentimentalismo

—como decía D.H. Lawrence— “es la fabricación de

sentimientos que no se tienen realmente” 1 . Y —se podría añadir—

la fabricación de la necesidad de tenerlos. Aunque hasta

hace poco las emociones eran sospechosas de arrastrarnos a las

sombras de la irracionalidad, hoy en día todo parece luminoso

alrededor suyo. La palabra “emoción” misma tiene una evidente

carga emotiva positiva. Piénsese en la moda de escribir

libros de autoayuda, de coaching emocional, de desarrollo de

la inteligencia emocional y la empatía como remedio para los

males de la sociedad, de sanación a través de las emociones

positivas, el reproche constante de falta de “sensibilidad”, etc.

Una sencilla búsqueda en Google arroja directamente resultados

con titulares como los siguientes: “Saber manejar las

1

Tomo esta cita de PÉREZ CARREÑO, Francisca. “El sentimentalismo

como falta de sinceridad”, en Enrahonar 38/39, 2007.

35


Daniel González Lagier

emociones mejora el rendimiento”, “Qué son las emociones y

cómo nos ayudan a crecer”, “Todas las emociones sirven para

protegernos en su justa medida”, “El poder de las emociones”,

“El enojo es bueno para el corazón y oxigena el cerebro” o —

mi página preferida— “Las emociones son reales, naturales y

legítimas”. Se trata de una moda que tiende a magnificar los

aspectos positivos de las emociones —olvidando que hay que

“pagar” por ellas— dejándose llevar por las connotaciones

positivas de palabras como afecto, sensibilidad o empatía. Quisiera

mantenerme alejado del tono y contenido de esta moda.

Sin embargo, a pesar de todo vale la pena hablar de emociones,

porque su estudio contribuye de manera importante a

comprendernos a nosotros mismos. Esto explica que sean objeto

de disciplinas muy diversas: la psicología, la neurociencia, la

biología, la filosofía, la medicina, la pedagogía, el derecho, etc.,

que no deberían quedar sepultadas bajo la avalancha sentimentalista

(pero tampoco sumarse a ella). Desde algunas de estas

disciplinas, se afirma que las emociones influyen de una manera

muy intensa y directa en la deliberación, la argumentación y la

toma de decisiones sobre cuestiones prácticas, y muchos serios

filósofos actuales tratan de recuperar la tesis (históricamente

sostenida por autores como Hume y Adam Smith) de que las

emociones son el fundamento de la moralidad 2 . Una de las autoras

más relevantes en la actualidad de esta línea de pensamiento

es Martha Nussbaum. En particular, respecto del derecho y la

administración de justicia, Nussbaum ha sostenido en su libro

Justicia poética 3 que las emociones —junto con la imaginación

2

Un breve resumen de la concepción humeana de la moral puede verse en

GONZÁLEZ LAGIER, Daniel. A la sombra de Hume. Un balance crítico

del intento de la neuroética de justificar la moral, Marcial Pons, 2017.

3

NUSSBAUM, Martha. Justicia poética, Andrés Bello, 1998.

36


Introducción

literaria— son un elemento fundamental (reconociendo que no

el único) para realizar adecuadamente la tarea del juez, y a lo

largo de diversas obras ha ido perfilando una elaborada teoría

de las emociones y de su conexión con la moral y la justicia.

Esta visión de las relaciones entre las emociones, por un lado,

y el derecho y la moral, por otro, contrasta con la concepción

tradicional (aún vigente entre los juristas) que, por el contrario,

ha visto en ellas un elemento a desterrar de la toma de decisiones

por su carácter irracional e incontrolable, que arrastra

a decisiones sesgadas, parciales e irreflexivas.

Es esta conexión entre las emociones y las decisiones

judiciales la que quisiera examinar en este trabajo. ¿Son las

emociones perjudiciales para la decisión judicial o, por el

contrario, son necesarias para su corrección? ¿Qué distintos

tipos de relaciones podemos encontrar entre las emociones y el

razonamiento jurídico? ¿Su conexión con la deliberación y la

decisión debe situarse solo en el plano explicativo o también son

relevantes para la justificación de las decisiones? Si cumplen

un papel relevante, ¿cómo podemos estimular las emociones

adecuadas y refrenar las inadecuadas?

Para responder a estas preguntas con rigor es necesario

comenzar entendiendo qué son las emociones.

37

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