Quilombazo N° 1
Primera entrega del fanzine insignia de Quilombazo Editorial. En esta primera entrega, el eje temático será: el barrio.
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La Gringa
Gastón Sánchez
Con el test de embarazo positivo en su mano, la Gringa lloraba con desconcierto
en el baño de aquella estación de servicio.
Estaba drogada y el aire se le entrecortaba.
Me llamó por teléfono a eso de las cuatro de la madrugada. Yo dormía después
de una de mis tantas escatológicas borracheras. No sé por qué mierda me logré
despertar.-
—Vas a ser papá, pelotudo. — me dijo.
—¿Qué? —respondí aturdido, con voz de ultratumba, producto del sueño y el alcohol.
La Gringa era prostituta desde hace años. Somos amigos desde la niñez, conozco
a lo que queda de su familia y ella conoció a la mía cuando tuve una.
Jamás tuvimos sexo. Era una especie de pacto silencioso que acordamos entre miradas
borrachas varias veces.
Ella la pasaba mal con su trabajo y yo con mi vida en general. Solía leerle los textos
que escribía y ella siempre me decía que eran una mierda; la quería como a una
hermana.
Siempre me decía entre carcajadas que si quedaba embarazada yo sería el padre.
Manifestaba su odio hacia los hombres ya que conocía el costado más asqueroso y
primitivo de éstos, pero insistía en que yo era diferente.
No, yo no era diferente a aquellos animales. Solamente que la quería tanto que
jamás le hubiera faltado el respeto.
Hablamos poco y nada aquella madrugada. Al día siguiente quise comunicarme
con ella pero no pude hacerlo.
Esos días estaba en un estado de melancolía absoluto, no quería salir de casa. La
Gringa no se comunicó conmigo tampoco.
Al cabo de una semana recuperé mis ganas de salir. Caminé por la villa hasta su
casa y nadie atendió, lo cual era extraño porque siempre había alguien en la casita.
Una ambulancia pasó a toda velocidad por las calles de tierra. Varios patrulleros la
siguieron y supe lo peor.
Corrí unas cuadras para ver la trágica escena.
La Gringa se había tirado de la pasarela en la ruta 20. Su cuerpo, o lo que quedaba
de él, estaba estrellado en el suelo y un auto la arrastró unos metros más allá del lugar
de caída. Contuve las ganas de vomitar, pero estaba pálido. Temblando como
una hoja me acerqué al tumulto. Sus familiares lloraban desconsolados, su madre