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Quilombazo N° 1

Primera entrega del fanzine insignia de Quilombazo Editorial. En esta primera entrega, el eje temático será: el barrio.

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Miguel

Luis Parodi

—La concha de su madre. — murmuró Miguel, mientras bajaba los escalones, siguiendo

el lento compás de la muchedumbre. Otra vez se había ilusionado en vano. Otra

vez había hecho la fila para sacar las entradas, había llegado con tiempo a la cancha,

había comprado su banderita… todo, para nada. Para que los mismos jugadores se

volvieran a cagar en su pasión.

Ah… pero esta vez, la iban a pagar. Él ya había tomado una decisión.

Volvió a su casa ya de noche, el domingo. De la bronca que tenía, ni siquiera comió. Ni

hablar de prender el tele para ver el resumen, eso sólo lo haría poner peor. Fue directo

a acostarse. Para su sorpresa, al despertarse el lunes seguía sintiendo el mismo fuego

que lo devoraba por dentro. La misma ardorosa necesidad de hacer justicia. Su justicia.

Porque no podía ser que se la llevaran de arriba.

Llamó por teléfono al trabajo y se excusó de ir ese día. Adujo, como siempre solía hacerlo,

un malestar estomacal, algo bastante verosímil dado la medida de su abdomen.

Se vistió y partió hacia la ferretería del barrio. No la que quedaba cerca, a dos cuadras.

Sino la que estaba sobre la avenida, esa que también vendía artículos de caza. Ahí

trabaja el Claudio, y por unos mangos seguramente lo iba a poder convencer de que le

vendiera algún “fierrito” sin tener registro. Cuando llegó esperó que el Claudio terminara

de atender a la señora que le pedía “el coso que va en el cosito”, y a través de esos

códigos que sólo la gente de barrio entiende, quedaron en encontrarse en la puerta de

la vuelta, la que da al depósito del local.

Miguel volvió a su casa, con su .22 corto en el bolsillo. Parecía un arma de juguete, pero

el Claudio le aseguró que funcionaba bien. Obviamente, no le contó precisamente

para qué la quería usar.

—Es para seguridad, viste. Está muy jodida la cosa, hay mucho loquito suelto.

Ahora, era momento de desarrollar un plan. El primero en pagar tenía que ser el 9.

Sí… ese mal nacido que cobra fortunas por errarle a la pelota, que se borra siempre en

las difíciles, que se lo ve con su buzarda incipiente arrastrarse por la cancha. Ese que,

encima, tiene el tupé de hacerle frente a los hinchas, de contestarle. Claramente tenía

que ser el primer objetivo.

Como era el día inmediato posterior al partido, los jugadores tenían día libre. Iba a

tener que buscarlo en su casa. Mejor, porque a la salida del club hay muchísimos testigos,

incluso están los de seguridad… El pelotudo este seguro anda confiado, iba a

ser presa fácil. A través de un contacto en la dirigencia del club, pudo conseguir su

dirección. Hubo que insistir, pero mediante la excusa de que quería hacerle firmar

una camiseta para un sobrino que estaba enfermo, la pudo conseguir. Al dirigente,

de cargo bastante menor pero dirigente al fin, le pareció raro: “ir a hacerle firmar una

camiseta justo el día después de perder un partido clave, y justo a él, que la gente lo

puteó todo el partido… pero bueno, los chicos por ahí agarran de ídolo a cualquiera”,

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