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Silvia Mijares
Leticia M. Hernández Martín del Campo
Al centro de la imagen: la maestra Silvia Mijares con el doctor Luis Eugenio Todd en una reunión académica en la Preparatoria 16.
Por una buena razón o bajo cualquier pretexto, siempre será
un privilegio dedicar un espacio para comentar la trayectoria de
una mujer que motiva admiración en muchos universitarios que
hemos tenido la oportunidad de conocerla.
podemos entender que una mujer como Silvia Mijares, llena de
cuestionamientos y dotada de una sensibilidad especial, decidiera,
después de su carrera como odontóloga, internarse en el camino
de la disciplina humanística por excelencia: la filosofía.
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La formación académica de la doctora -como la llamamos- con
dos carreras universitarias profesionalmente distintas, y la relación
con el momento histórico que le toca vivir, contribuyen a su precoz
madurez como persona. Una joven de temperamento inquieto y
con cualidades para hacerse presente, no podía quedar impasible
al digerir y nutrirse de los efectos de un periodo relevante para
su entorno social. En los sesenta, el ambiente estudiantil no
sólo respiraba los graves y trágicos problemas sociales que
sufría México alrededor de las Olimpiadas, también muchos
jóvenes norteamericanos protestaban y respondían ante
la absurda guerra de Vietnam. Por su parte, la ciudad de Monterrey,
se transformaba ideológica, social y culturalmente a través de
su universidad pública. La UNL buscaba la autonomía y el
derecho de abrir sus puertas a quienes hasta ese momento no
se les permitía el acceso a la educación superior. Ante esas
realidades, algunos sectores de la sociedad, y una importante
comunidad estudiantil, actuaban en consecuencia. Si a esto
sumamos las voces auténticas de pensadores, maestros y artistas
universitarios que van haciendo eco en sus conciencias,
Aun así, gracias a su capacitación técnica y académica en una
de las áreas de la salud, este cambio de agujas se vio favorecido,
pues ella logró un peculiar equilibrio, al internarse en el
misterioso y complejo campo de la filosofía. Ni las rarezas ni
las excentricidades formaron parte de su posición intelectual.
De esta manera, ya en los setenta, una femenina, alta y esbelta
Silvia Mijares, pudo representar y dirigir exitosamente una
escuela preparatoria y liderar a maestros, administradores,
técnicos, artistas, estudiantes adultos y adolescentes. Como
mujer casada con hijas, desarrolló la capacidad para entender
e interactuar de manera efectiva con padres de familia y con
muchachos en una etapa crucial.
Entre ella y su compañero inseparable, Miguel Covarrubias -el
destacadísimo hombre de letras-, se estableció desde la juventud
una conexión afortunada en muchos sentidos, el más importante,
el amoroso; pero a razón de su relación como pareja, en esa
habitual dialéctica centrada en los mutuos intereses artísticos e
ideológicos, y sin el afán de encerrarse en sí mismos, se fueron