Francis Bacon - The New Organon - Español
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66. Acabamos de hablar de la mala autoridad de las filosofías que están fundadas en
nociones vulgares, en reducido número de experimentos, o sobre la superstición. Pero
conviene también decir algunas palabras de la falsa dirección que de ordinario toma la
contemplación del espíritu, sobre todo en la filosofía natural. El humano espíritu adquiere
falsas ideas al ver lo que antecede en las artes mecánicas, en las que los cuerpos
frecuentemente se transforman por composición y reparación, y se imagina que algo
semejante se verifica en las operaciones de la naturaleza. De ahí se ha originado la ficción
de los elementos y de su concurso para componer los cuerpos naturales. Por otra
parte, cuando contempla el hombre el libre juego de la naturaleza, muy pronto encuentra
las especies de las cosas, de los animales, de las plantas, de los minerales; y de ahí va
fácilmente a pensar que existen en la naturaleza formas primordiales de las cosas que se
esfuerza por realizar en sus obras, y que la variedad de los individuos proviene de los
obstáculos que encuentra la naturaleza en su trabajo, de sus aberraciones, o del conflicto
de las diversas especies y de una como fusión de las unas con las otras.
La primera idea nos ha valido las cualidades primeras elementales; la segunda, las
propiedades ocultas y las virtudes específicas; una y otra llevan a un orden de vanas
explicaciones en el que se apoya el espíritu, creyendo juzgar de una sola mirada las cosas
y que le apartan de los conocimientos sólidos. Los médicos se consagran con más
fruto al estudio de las cualidades segundas de las cosas y al de las operaciones derivadas,
como atraer, repeler, disminuir, espesar, dilatar, estrechar, resolver, precipitar y
otras semejantes; y si no corrompieran por esas dos nociones generales de cualidades
elementales y de virtudes específicas, todas las que están bien fundadas, refiriendo las
cualidades segundas a las cualidades primeras y a sus cuerdas sutiles e inconmensurables;
si olvidando proseguirlas hasta las cualidades terceras y cuartas, pero rompiendo
torpemente la contemplación, sacarían ciertamente mayor partido de sus ideas. Y no es
solamente en las operaciones de las substancias medicinales en donde hay que buscar
tales virtudes; todas las operaciones de los cuerpos naturales deben ofrecerlas, si no
idénticas, semejantes cuando menos.
Otro inconveniente mayor resulta aún de que se contempla e investiga los principios
pasivos de las cosas, de los que se originan los hechos y no los principios activos, por
los cuales, los hechos se realizan. Los primeros, en efecto, son buenos para los discursos;
los segundos para las operaciones. Esas distinciones vulgares del movimiento en
generación, corrupción, aumento, disminución, alteración y transporte, recibidas de la
filosofía natural, no son de utilidad alguna. Ved, si no, todo lo que significan: si un
cuerpo, sin experimentar otra alteración, cambia de lugar, hay transporte; si, conservando
su lugar y su espacio, cambia de calidad, hay alteraciones; si de ese cambio resulta
que la masa y la cantidad del cuerpo no es la misma, hay movimiento de aumento o
disminución; si resulta cambiado hasta el punto de perder su especie y su substancia
tomando otra, hay generación o corrupción. Pero éstas son consideraciones completamente
vulgares sin raíz en la naturaleza; son sólo las medidas y los períodos, no las especies
del movimiento. Nos hacen comprender bien el hasta dónde, pero no el cómo ni
de qué fuente. Nada nos dicen de las secretas atracciones o del movimiento insensible
de las partes; sólo cuando el movimiento presenta a los sentidos de una manera grosera
los cuerpos en otras condiciones que las que antes afectaban, es cuando establecen dicha
división. Cuando los filósofos quieren hablar de las causas de los movimientos y dividirlos
conforme a sus causas, presentan por toda distinción, con negligencia extraña, la
del movimiento natural o violento; distinción enteramente vulgar, pues el movimiento
violento no es en realidad más que un movimiento natural, por el cual, un agente exterior
pone, por obra suya, un cuerpo en distinto estado del que antes tenía.