Francis Bacon - The New Organon - Español
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hombre, que está fundado en las ciencias, como no lo hay al reino de los cielos, en el
cual nadie es dado entrar sino en figura de niño.
69. Pero las malas demostraciones son como el sostén y las defensoras de los ídolos,
y las que en las dialécticas poseemos, no producen otro efecto que el de someter completamente
el mundo a los pensamientos del hombre y los pensamientos a las palabras.
Pero, por una secreta potencia, las demostraciones son la filosofía y la ciencia misma.
Según sean bien o mal establecidas, son en consecuencia la filosofía y las teorías. Las
de que nos servimos hoy en todo el trabajo por el cual sacamos experiencias y hechos de
las conclusiones, son viciosas e insuficientes. Este trabajo se compone de cuatro partes
y presenta otras tantas imperfecciones. En primer lugar, las mismas impresiones de los
sentidos, son viciosas, pues los sentidos se engañan y son insuficientes. Es necesario
rectificar sus errores y suplir su deficiencia. En segundo lugar, las nociones son mal
deducidas de las impresiones de los sentidos, son mal definidas y confusas, mientras
que conviene determinarlas y definirlas bien. En tercer lugar, es una mala inducción la
que deriva los principios de las ciencias de una simple enumeración, sin hacer las exclusiones
y las soluciones, o las separaciones de naturaleza necesaria. En fin, ese método
de investigación y demostración, que comienza por establecer los principios más generales,
para someterles en seguida y conformar ellos las leyes secundarias, es el origen de
todos los errores y el azote de las ciencias. Pero ya hablaremos más detalladamente de
todo esto, que sólo tocamos de paso, cuando después de haber acabado de purgar el espíritu
humano, expongamos el verdadero método para interpretar la naturaleza.
70. La mejor demostración es, sin comparación, la experiencia, siempre que se atenga
estrictamente a las observaciones. Pues si se extiende una observación a otros hechos
que se cree semejantes a menos de emplear en ello mucha prudencia y orden, se engaña
uno necesariamente. Además, el actual modo de experiencia es ciego e insensato.
Errando los hombres al azar sin rumbo cierto, no aconsejándose más que de las circunstancias
fortuitas, encuentran sucesivamente una multitud de hechos, sin que su inteligencia
aproveche gran cosa de ello, a veces quedan maravillados, otras turbados y perdidos,
y siempre encuentran algo que buscar más lejos. Casi siempre se hacen las experiencias
con ligereza, como si se jugara; se varía un poco las observaciones recogidas, y
si todo no sale a medida del deseo, se desprecia la experiencia y se renuncia a sus tentativas.
Los que se consagran más seriamente a las experiencias con más constancia y
labor, consumen sus esfuerzos todos en un orden único de observaciones, como Gilberto
con el imán, los químicos con el oro. Obrar de esta suerte es ser muy inexperto y a la
vez muy corto de vista, pues nadie busca la naturaleza de la cosa en la cosa misma, sino
que al contrario, las investigaciones deben extenderse a objetos más generales.
Los que logran fundar una ciencia y dogma sobre sus experiencias, se apresuran a
llegar con un celo intempestivo y prematuro a la práctica; no sólo por la utilidad y el
provecho que esta práctica les reporta, si que también por alcanzar en una operación
nueva, gajes ciertos de la utilidad de sus otras investigaciones, y también por poder vanagloriarse
ante los hombres y darles mejor idea del objeto favorito de sus ocupaciones.
Origínase de esto, que, semejantes a Atalante, se apartan de su camino para coger la
manzana de oro, y que interrumpen su carrera y dejan escapar la victoria de sus manos.
Pero en la verdadera carrera de la experiencia, y en el orden según el que deben hacerse
operaciones nuevas, es preciso tomar por modelo el orden y la prudencia divina. Dios el
primer día, creó solamente la luz, y consagró a esta obra un día entero, durante el cual
no hizo obra material alguna. Pues semejante, en toda investigación, es preciso descu-