DAR 17-VEGA REÑÓN-La naturaleza de las falacias
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INTRODUCCIÓN 15
verdad, en un sentido objetivo; en el primer caso, lo que uno dice
no se ajusta a lo que él efectivamente cree; en el segundo caso,
lo que uno dice con referencia a algo no se ajusta a lo que esto
efectivamente es. En cambio, el error del discurso falaz consiste
en otra especie de incorrección o engaño que no es propia de unas
meras declaraciones o proposiciones —lugares para la verdad o la
falta de verdad—, sino peculiar de las tramas argumentativas de
proposiciones y, en general, de las composiciones discursivas que
tratan de dar cuenta y razón de algo a alguien con el fin de ganar
su asentimiento —aunque para ello puedan envolver mentiras
o falsedades. Así pues, también supondremos que los términos
‘falaz’ o ‘falacia’ se aplican ante todo a ciertos discursos: a los que
son o pretenden ser argumentos. Por derivación, consideraremos
falaces otras unidades, lingüísticas o semióticas 7 , en la medida en
que forman parte de una argumentación o contribuyen a unos
propósitos argumentativos, aunque esto nos complique la vida.
Recordemos una encendida y despiadada soflama que Francisco
Rico —profesor universitario, académico de la Lengua y
colaborador de El País— dirigió desde la tribuna de opinión del
periódico (11/01/2011) contra la ley antitabaco recién aprobada
entonces, a la que tildaba de “ley contra los fumadores”. El artículo
terminaba con la apostilla: «PS. En mi vida he fumado un solo
cigarrillo». Esta declaración levantó una nube de protestas contra
la impostura de un Francisco Rico que había sido y seguía siendo
fumador habitual. Pues bien, ¿constituye un remate argumentativo
de la diatriba de Rico contra la ley, según entendieron la mayoría
de los lectores del artículo? ¿O, más bien, representa una especie
de juego irónico o de guiño para los conocedores de la vida y costumbres
de Rico, una licencia retórica en suma? En el primer caso,
podría oficiar como una especie de prevención frente al reparo de
7
Por ejemplo, imágenes o incluso gestos (véase más adelante el caso de las falacias
visuales, en el cap. 1 de la Parte I, o recuérdese el —remedo de— debate gestual
entre el sabio griego y el pícaro romano en El libro de buen amor del Arcipreste
de Hita, estrofas 46-63).