ElEspinar328
Nueva edición
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#solucióntravesíaSanRafael
El Espinar
número 328
Diplomacia y Vida Salvaje
Milito en ese grupo de amantes
de la vida salvaje que nos
ponemos los fines de semana,
después de comer, delante de la
tele bien instalados en el sofá y
buscando la horizontalidad. El
gran momento de los documentales.
Les puedo asegurar que me
interesan sobremanera pero
casi siempre quedo vencido por
el deporte nacional de la siesta.
En el caso del que escribe no se
trata, ni mucho menos, de siesta
de pijama, padrenuestro, orinal
y botijo como estableció
Don Camilo José Cela. Es simplemente
eso que llaman
“cabezada”; posiblemente lo
más extendido entre la mediana
edad nacional.
El caso es que uno empieza
viendo el cortejo del podargo
de Ceilán (es un pájaro), desaparezco
de escena un rato y
para cuando abro el ojo y las
entendederas veo un membrácido
brasileño (es una especie
de insecto) a punto de ser engullido
por un lagarto.
El haber visto, aunque solo
sea a ratos, esos reportajes
durante tantos años me ha
hecho desarrollar verdadera
admiración por todos esos animales
viendo como desarrollan
tácticas y estrategias tanto de
ataque como de defensa que
son las que les mantienen vivos
a ellos y a su prole.
Los que andan a la defensiva,
como se la juegan casi a diario,
andan vivos y espabilados y no
se les escapa una porque a la
que se distraen un poco pueden
acabar con un mordisco en la
yugular.
Del mismo modo, los depredadores
utilizan toda suerte de
artimañas para al final conseguir
la presa. Hay animales que
van por libre y se hacen con lo
suyo en solitario; otros van en
grupo. Unos atacan cuando la
presa está desprevenida tras
estar el cazador horas escondido
sin mover ni un músculo y
mimetizado con el paisaje;
otros ganan la presa tras una
exhibición de velocidad y fuerza.
Los que van en grupo también
tienen sus métodos: casi siempre
acaban agotando a la presa
o provocan su despiste y se
hacen con ella o con la cría
indefensa si bien, a veces, la
bestia herida, viendo cercano
su final, descuida su propia
seguridad y se lanza con ferocidad
contra alguno de los atacantes
y se lo lleva por delante;
eso sí, para al final acabar
muerta y devorada por el resto
de la manada. La vida es dura
en la llanura, como siempre se
ha dicho.
Durante estos reportajes que
se ven y coleccionan en la
mente le da a uno por pensar
que los seres humanos hemos
ido dulcificando nuestros comportamientos.
Se va imponiendo
una convivencia pacífica y
salvo excepciones (demasiadas)
no nos atacamos los unos
a los otros de forma cotidiana
al menos en el aspecto físico.
Por así decirlo, se va perdiendo
el instinto asesino y el de
supervivencia: el caiga quien
caiga. Las subvenciones, las
paguillas, las promesas, el buenismo,
la solución “por la vía
del diálogo”, las coaliciones y
hasta la Alianza de las
Civilizaciones (de memorable
recuerdo) amansan a muchos.
Por lo tanto, entre los humanos,
son pocas las veces en el
tiempo reciente en que se ven
despliegues de táctica y estrategia.
Las pocas veces en que se
han unido táctica y estrategia
ha sido en las grandes guerras y
han dado lugar a espectaculares
victorias en un bando y a humillantes
derrotas en el otro.
Quizá las últimas acciones
militares que fueron gigantescas
(con gran despliegue de
talento estratégico) fueron las
de la Segunda Guerra Mundial.
Son los genios militares los que
saben cómo organizar un desembarco,
un bombardeo o un
ataque por tierra con infantería,
siempre pensando en una victoria
final.
Estos militares alcanzan gran
notoriedad entre la población
(los que ganan, claro) y
muchos acaban encumbrados
como presidentes de sus países
o primeros ministros. O dictadores.
Lo que pasa es que siendo
grandes estrategas a veces
adolecen de la necesaria diplomacia
que es necesaria en un
mundo en paz y por eso estos
líderes nunca lo fueron de larga
duración salvo en las dictaduras.
Al final, la diplomacia es la
escenificación incruenta de la
confrontación humana y hay
que saber manejar fuerzas,
amenazas, los tiempos... Hay
que saber entender a tu rival y
qué tiene en la cabeza.
Estos últimos días no sé si
hemos visto el triunfo de la
estrategia de estar agazapado y
aprovechar el momento oportuno
para atacar y dejarlo todo
hecho un solar. O quizá, por el
contrario, si lo ocurrido ha sido
como en el caso de ese animal
que viéndose acorralado ha
sacado todas las fuerzas -hasta
las de flaqueza- y ha pegado un
par de zarpazos certeros consiguiendo
convertir a los depredadores
en víctimas.
Parece que falló la diplomacia;
falló medir al rival. El instinto
no fue capaz de medir la
amenaza que se cernía.
Tino de la Torre – Empresario
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