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#solucióntravesíaSanRafael

El Espinar

número 328

Recordando a Mariano Maricalva, in memoriam

Querido tío Mariano

No hace tanto nos felicitábamos,

cumplías en diciembre tus 95,

estabas bien, acompañado y en

tu casa: ¡Cómo si no, había de

pasar sus días quién tanta compañía

ha hecho a tantos y a tantas

en tan tristes trances! Hoy en

cambio es un día triste, te has

ido con enero el traicionero y

aquí estamos nosotros tratando

de decir cuánto lo sentimos.

Aunque deploraría disgustar a

alguien por hacerlo como lo

hago, para dirigirme a ti de esta

poco ortodoxa manera tengo

varias motivaciones: la primera,

creo que te gustaría saber que

serás recordado con mucho afecto

desde esta parte de la realidad;

la segunda, estoy seguro de

que si del otro lado hay un cielo

(tengo que reconocer que en

cuanto a eso pesan más mis

dudas que mis certezas) no

andarás lejos y podrás oírme; y

por fin hay una tercera: te mereces

un público homenaje y me

gustaría contribuir.

Algunas de estas líneas anteriores

fueron redactadas en los primeros

días de febrero pero no

quiero confundirte ni engañar a

nadie, hasta más que mediado

marzo apenas había escrito algo

que me convenciera, una página

escasa, todo este tiempo me ha

estado invadiendo la inquietud

resultante de tener dentro unas

torpes líneas que sin cuajar surgían

atropelladas para revelarse

después inconsistentes cuando

me ponía delante del cuaderno;

más urgía decirlo, más faltaban a

la cita las necesarias palabras.

Habría evitado parte de la mordiente

incomodidad llamando

por teléfono y hablando con mis

primas o mi primo −no lo hice a

tiempo, dejé pasar los días, las

semanas, luego empezó a parecerme

en muchos sentidos

demasiado tarde. Podría haber

hablado con Mariano, con

Paloma o Soraya como hablaba

contigo de cuando en cuando,

las veces que me acordaba de

llamar, las muchas más que eras

tú quien se acordaba, unas veces

por los aniversarios, otras en las

fechas que sabías y no olvidabas

que le importaban a nuestros

afectos comunes, también porque

"cuánto tiempo hace que no

nos contamos nada..."

Lo natural hubiera sido llamarles,

si no de inmediato para evitar

ser inoportuno sí al menos

pasados unos días, confiando en

que escribiría antes o después he

vivido este tiempo con la aprensión

de que no lograba ponerme

sazonada con el temor de que si

por confiado o por inquieto me

precipitaba lo que el escrito dijera

al final podría no ser digno del

objetivo que perseguía al ponerme

a escribir, y es que pienso

que, para el oído que sepa estar

atento nunca podrá estar bien lo

que suene mal, aunque una

buena intención lo mueva. De

ello sólo puedo sacar en conclusión

que por mucho que al

ánimo le pese llegar tarde, y

hasta si le avergüenza, no se

elige cuándo han de nacer las

palabras que expresarán los sentimientos,

más bien serán los

sentimientos quienes decidan

cuándo se han encontrado con

las palabras que los expresan,

sólo entonces consentirán, reclamarán

incluso, que la tinta lo fije

al papel.

Desde el principio de mis cavilaciones

me preguntaba si se

habrían oído las campanas en

ese tu día último con nosotros,

me han informado de que sí; me

congratulo, tiene el campanero

asegurada mi parte alícuota de

gratitud como sobrino, y en lo

que tengo de razonable ciudadano

me llena de satisfacción que

en unos tiempos tan tecnológicos

que amenazan con sufrir tecnolatría,

unas jóvenes manos,

dirigiendo unas cuerdas añejas,

otra vez hayan hecho posible

que el badajo golpeara con ritmo

y con brío sobre el metal multisecular,

que unas manos humanas

hayan vuelto a mostrarnos

cómo se puede utilizar la herramienta

sin que el instrumento

nos inutilice, o nos aparten los

mecanismos por inservibles o se

nos anule por desfasados, gracias

Mario por consiguiente, si

cabe por los dos motivos.

Habrá también quien baje la

sarga en Semana Santa, pero

durante mucho tiempo se tendrá

que recordar cuán incontables

veces has sido el encargado

inexcusable, la persona a quien

había que consultar sobre cómo

se hacían las cosas en cada celebración,

o cómo se venían

haciendo en el tiempo que tú las

habías conocido y practicado:

pensarías, claro, que quien respeta

convencido una tradición se

respeta un poco a sí mismo, aunque

en realidad no creo que te

importase gran cosa que alguien

lo viera de otra forma mientras

fuera mutuo el respeto o el cariño

estuviese asegurado.

Me ha venido a la mente también

que una vida larga como la

tuya, sostenida en un ánimo sensible

y compasivo como el que

siempre te acompañó, ha de

haberte proporcionado ocasiones

múltiples para adquirir una

experiencia que no te dejaría

cerrar los ojos ante lo que intuyeras

que era injusto, te habrá

permitido comprender por ejemplo

que una cosa es respetar la

tradición, las tradiciones, y otra

distinta decir que todo vale porque

una tradición justifica nuestras

actuaciones aunque en sí

mismas sean reprobables.

Siempre se podía hablar contigo

sin que trataras de que predominase

tu versión: te gustaba exponer

la tuya, discutías la ajena con

comedimiento, sin acritud, tu

interés se centraba en lo que

unía, no en las opiniones que

enfrentaban.

De hecho creo que se puede describir

lo más notable de tu carácter

con sólo siete palabras: 'persona

muy sociable y sobre todo

atenta': entre las muchas atenciones

a las que estabas predispuesto

se encontraban en todo

caso las que se debían a la familia,

los afectos y la familia como

vínculos incuestionables que

unían y conferían obligaciones

que asumías de buen grado con

siempre por delante una sonrisa,

y es que te gustaba acompañar,

calco tu sentimiento, si no tus

propias palabras: "en los buenos

ratos y en los menos buenos";

está luego para evocarte, con un

cariño no exento de admiración,

todo lo que tu memoria sabía

traernos hasta el presente, lo

fácilmente que tu capacidad para

hacerla amena nos ilustraba y

seducía; memoria la tuya que

bien podía haber reflejado lo

oscuro y lo hosco del tiempo

aciago que vivió la gente de

vuestra generación, memoria

que procuraba sin embargo

siempre que pudiera traernos

recuerdos de lo feliz o de lo simpático,

algo que también habría

en medio de lo muy arduo que

sería sobrevivir para aquellos y

aquellas que vivisteis la infancia

o la pubertad o la juventud padeciendo

una guerra de la que nada

entenderíais tal vez hasta mucho

más tarde y cada quien como

pudo, sin que el ambiente nada

propicio ayudara a mejor entenderlo,

ni antes, ni después.

Podría calificarse de sintomático

de un país convulso que nacieras

durante una dictadura que en

ningún sentido sería 'blanda'

para los que la sufrieran y que no

le evitó el hambre a los pueblos

de aquella atormentada España,

o los hizo seguir aguantando en

ese permanente y casi estructural

vivir la carestía que venía de

mucho antes. No llegó a evitar la

dictadura que germinaran el rencor

y las rencillas, las envidias,

los resquemores,... la República,

aunque elegida en las urnas, no

debió hacerlo mejor o tal vez no

hubo tiempo, quienes se le

impusieron (no con votos sino

con armas, etcétera −un largo

etcétera, de casi cuarenta años)

pretendieron trasladarnos desde

la destrucción más absoluta,

desde el total desvalimiento provocado

por una guerra que como

todas nunca debió iniciarse, a

una insostenible autarquía que

durante años asfixió al país.

Y para que el oxígeno requerido

llegara para todos y todas fuisteis

vosotros los sacrificados:

sufridos de la guerra los rigores,

las carencias, los miedos, sin

remedio sufristeis la posguerra

para sufrir después la paz, la

misma PAZ que durante años

seguiría sonando a tiro como

Celaya supo decir. Pensando en

esto, no puedo olvidarme de

estos dos versos de Gil de

Biedma: "que la vida iba en

serio / uno lo empieza a comprender

más tarde", me inclinan

a que manifieste que algunos y

algunas no tuvisteis que esperar

mucho (lo acertado es decir casi

nada) para comprender que la

vida iba en serio, y que sólo

puede ser mérito vuestro haber

logrado sacar de ese acerbo

fruto, de ese luchar contra la

adversidad, el grano más dulce

entre los muchos amargos, sin

rendirse ni desfallecer, porque

había que tirar de la vida, tirar de

nosotros y nosotras,... hasta es

posible que albergarais la esperanza

de que tardáramos en darnos

cuenta de que la vida iba en

serio y en parte lo hayáis logrado...

muchas gracias por eso, por

tanto, por todo. Hasta siempre

tío.

J. Miguel Escanciano Maricalva

IRENE LARGO

ESTILISTAS

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