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26

#solucióntravesíaSanRafael

El Espinar

número 328

Don Senen y los arregladores

Tiene que llover para que puedan

verse las cosas reflejadas en

los charcos, con sus imágenes

invertidas y levemente distorsionadas

en el suelo. A mí siempre

me han recordado a cuadros

que alguien dejase para los

demás sin saber por qué. Pero si

llueve tanto como estos días, los

charcos son enormes, sucios y

con corrientes, y no reflejan

más que malas ideas.

—Hay que ver qué manera de

caer agua, Don Senén. En cualquier

momento vemos aparecer

a Noé por el Moros.

—El agua a veces es una paradoja:

da vida y la quita con la

misma indiferencia, como si el

andar de paso permitiese ese

lujo.

—Pero sin ella no tendríamos

café, y nuestro mundo olería a

sobaco.

Hoy estamos sentados en el bar

Orly. Es por la tarde y llueve,

como ya he dicho. Las personas

van más deprisa por la calle que

si hiciese sol, jugando a vivir en

una película acelerada. Los malditos

camiones y el tráfico parecen

no darse cuenta del chaparrón,

pero dentro estamos estupendamente

mientras la luz se

despide fuera jugando al otoño

en los albores de la primavera.

—Tanta agua destrozará algo.

Tarda poco en romperse y luego

se tarda mucho en arreglarlo.

—Eso me recuerda a aquel

hombre que trabajaba en el

departamento estatal de arreglos.

Se lo conté hace tres cuaresmas.

—Para mí que no. Y si lo hizo,

me encantaría que refrescase mi

memoria.

—Mira que le gusta que me

repita. Bien, este hombre trabajaba

desde siempre en el departamento

estatal de arreglos, que

tenía como misión arreglar

cosas que se rompían.

—No he oído nunca hablar de

este departamento.

Es que no era en nuestro país.

—¿Y en cual era?

—A ver, don Manuel, ¿cree que

eso tiene alguna importancia en

la historia? Si la tuviese, lo

habría mencionado, pero como

no la tiene, ni lo he hecho ni lo

voy a hacer.

—Correcto.

—Decía que allí se arreglaban

cosas que se rompían. ¿Se rompía

una señal de tráfico? Ellos la

arreglaban. ¿Se estropeaba un

jardín por la lluvia? Ellos lo

devolvían a su antiguo esplendor.

A nuestro hombre el trabajo

le gustaba especialmente, porque

le hacía llegar a casa todos

los días contento de haber solucionado

un problema, o de que

algo volviese a hacer la vida de

las personas un poco más fácil.

—Un trabajo gratificante. Esos

son los buenos.

—Lo era. Llevaba muchos años

en ello. Había participado incluso

en el arreglo de un puente

hacía tiempo. De ese arreglo

aún se hablaba porque era el que

todo un pueblo usaba camino

del cementerio para ir a enterrar

a sus muertos y, una vez al año,

celebrar una comida campestre

todos juntos. El caso es que

tuvieron que arreglarlo deprisa

porque había un cortejo fúnebre,

con su muerto y todo, esperando

a poder pasar. Eso fue trabajar

bajo presión. Imagine, don

Manuel, a casi todo el pueblo

vestido de negro con la caja del

muerto apoyada en un árbol,

esperando sentados a que el

puente pudiese usarse de nuevo.

—Una escena digna de Achille

Campanile.

—Mira que le da a usted por los

autores peculiares.

—A veces, solo a veces.

—Bien, sigamos. La reparación

del puente tuvo tal éxito que a

nuestro hombre le ascendieron.

—¿A jefe?

—No, a lo mismo que hacía,

pero con herramientas nuevas.

Imagine la alegría de ver recompensado

su trabajo en esas

herramientas lustrosas, profetas

de grandes hechos de ahí en

adelante. En su casa todos le

admiraban; sus hijos le pedían

que les enseñase las herramientas

antes de irse a dormir; las

tocaban con veneración si él les

dejaba, y le ayudaban a abrillantarlas

y dejarlas impecables

para el servicio. Muchas cosas

arreglaron ellas y sus manos en

los años siguientes, lo cual no

podía hacerle más feliz. Hasta

que un día de lluvia como el

nuestro, se dio cuenta de que se

le estaba mojando el pie derecho.

—Normal si llovía tanto.

—No, el problema era que tenía

un agujero en la suela de la

bota.

—Era un problema de fácil

solución, entonces.

—Eso parecía, pero no fue así.

—Cambio de suela o cambio de

botas, y solucionado.

—No. Él se dirigió a su jefe,

puesto que las botas se las había

proporcionado el departamento,

y le expuso el caso. Parecía

lógico que el departamento de

arreglos se haría cargo de la

reparación, pero el jefe que el

departamento no arreglaba

cosas para sus empleados, sino

que solo arreglaba cosas de

puertas para afuera.

—¿Y no podía arreglarla él?

—No, porque no sabía, ni sabía

de nadie que supiese, ni de

nadie que supiese de alguien

que supiese. De modo que decidió

seguir usando su bota con el

agujero, en espera de que pasasen

los quince meses que le quedaban

hasta que le diesen unas

nuevas. En verano, al principio,

no le importaba mucho, pero el

agujero crecía y se le empezaron

a romper los calcetines por

ahí, y eso le hizo soportar una

presión adicional en su vida.

Probó con papeles y cartones

para taparlo, pero no servían y

al final le producían dos incomodidades:

una al andar y otra

al tener que buscar cartones en

la basura todos los días.

—Pobre hombre.

—Paseaba su pena entre sus

compañeros, y consiguió por

pesado que dejasen de hablarle.

Se quejaba continuamente de la

injusticia que era el que nadie

arreglase su suela, pues mientras

los arregladores arreglaban

otras cosas, él veía crecer su

agujero cada día más. En invierno

se mojaba y el hielo hacía

que tuviese un pie helado y el

otro no, pero solo sentía el del

agujero, y así su desesperación

fue mandando su vida a oscuros

destinos dentro de su alma.

—Suena trágico.

—Y lo era. Sus compañeros le

huían, su mujer le dejó y se

llevo a sus hijos; en su edificio

nadie quería acercarse a él por

no escuchar sus lamentos, y el

jefe del departamento acabó por

despedirle. Solo, triste, cansado

y sabiéndose víctima de una

injusticia enorme, se fue al

puente del famoso arreglo y se

tiró al río, con tan buena suerte

que no había agua y se partió la

cabeza contra una piedra, quedando

muerto en el acto.

Don Senén puso cara de conocedor

de almas y dio un trago de

su café.

—Es un final horrible, sin duda.

¿Nadie pudo ayudarle?

—¿Cree usted que en un país

donde hay un departamento de

arreglar cosas, hay alguien fuera

de él que ayude en lo que sea?

—No, claro, no lo hay.

—Exacto. No lo hay. En ese

país, toda la gente esperaba que

le arreglasen las cosas, sin caer

en la cuenta de que, aparte de

las que nos hacen la vida confortable,

hay muchas cosas que

arreglar.

—El conformismo.

—Sí. Una sociedad que solo

piensa en su confort y que cree

que alguien debe mantenérselo,

es una sociedad decadente y sin

futuro.

Durante unos segundos eternos,

no supe qué decir. Se me vino a

la mente un mundo conformista

y esclavo, apesebrado e imbécil,

y sin saber por qué, demasiado

parecido al nuestro. Menos mal

que era en otro país.

—Hoy su relato es triste.

—Pero solo porque es real. Y,

de todos modos, los habitantes

de ese país eran felices con la

vida confortable que tenían, sin

mirar más allá, no fuese a ser

que viesen los látigos de los

amos o las risas de los codiciosos.

—La felicidad a veces es una

ilusión.

—Casi siempre don Manuel,

casi siempre. ¿Otro café?

—Pues mire, sí. Porque, aunque

tomarlo me haga sentirme bien,

la felicidad que me proporciona

hacerlo con usted nos la hemos

ganado a pulso.

Y Don Senén pidió los cafés,

me miró fijamente, y sonrió con

franqueza.

ANUNCIO

Manuel López Franco

De conformidad con lo informado por la Comisión Informativa de

Régimen Interior del Ayunta-miento de El Espinar, se ha acordado

incoar un expediente (Ref. 4356/2022) para el cambio de denominación

de la calle “Zarza” en el núcleo de El Espinar, con el nombre de

“Calle de Juana y Gonzalo de Mon-jaraz” , en reconocimiento a estas

personas que actuaron tan generosamente con nuestro pueblo, y especialmente

con los más necesitados.

Lo que se hace público en aplicación del art. 34 del Reglamento municipal

de protocolo, honores, distinciones y ceremonial de este

Ayuntamiento, para que, durante el plazo de los 15 días siguientes a la

publicación del presente anuncio, puedan quienes lo deseen formular

las alegaciones que estimen oportu-nas mediante escrito dirigido al

Registro General del Ayuntamiento (Pza. de la Constitución,1, 40400,

El Espinar).

JAVIER FIGUEREDO SOTO.

ALCALDE DEL M.I. AYUNTAMIENTO DE EL ESPINAR

En El Espinar a fecha de firma.

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