ElEspinar328
Nueva edición
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#solucióntravesíaSanRafael
El Espinar
número 328
Don Senen y los arregladores
Tiene que llover para que puedan
verse las cosas reflejadas en
los charcos, con sus imágenes
invertidas y levemente distorsionadas
en el suelo. A mí siempre
me han recordado a cuadros
que alguien dejase para los
demás sin saber por qué. Pero si
llueve tanto como estos días, los
charcos son enormes, sucios y
con corrientes, y no reflejan
más que malas ideas.
—Hay que ver qué manera de
caer agua, Don Senén. En cualquier
momento vemos aparecer
a Noé por el Moros.
—El agua a veces es una paradoja:
da vida y la quita con la
misma indiferencia, como si el
andar de paso permitiese ese
lujo.
—Pero sin ella no tendríamos
café, y nuestro mundo olería a
sobaco.
Hoy estamos sentados en el bar
Orly. Es por la tarde y llueve,
como ya he dicho. Las personas
van más deprisa por la calle que
si hiciese sol, jugando a vivir en
una película acelerada. Los malditos
camiones y el tráfico parecen
no darse cuenta del chaparrón,
pero dentro estamos estupendamente
mientras la luz se
despide fuera jugando al otoño
en los albores de la primavera.
—Tanta agua destrozará algo.
Tarda poco en romperse y luego
se tarda mucho en arreglarlo.
—Eso me recuerda a aquel
hombre que trabajaba en el
departamento estatal de arreglos.
Se lo conté hace tres cuaresmas.
—Para mí que no. Y si lo hizo,
me encantaría que refrescase mi
memoria.
—Mira que le gusta que me
repita. Bien, este hombre trabajaba
desde siempre en el departamento
estatal de arreglos, que
tenía como misión arreglar
cosas que se rompían.
—No he oído nunca hablar de
este departamento.
Es que no era en nuestro país.
—¿Y en cual era?
—A ver, don Manuel, ¿cree que
eso tiene alguna importancia en
la historia? Si la tuviese, lo
habría mencionado, pero como
no la tiene, ni lo he hecho ni lo
voy a hacer.
—Correcto.
—Decía que allí se arreglaban
cosas que se rompían. ¿Se rompía
una señal de tráfico? Ellos la
arreglaban. ¿Se estropeaba un
jardín por la lluvia? Ellos lo
devolvían a su antiguo esplendor.
A nuestro hombre el trabajo
le gustaba especialmente, porque
le hacía llegar a casa todos
los días contento de haber solucionado
un problema, o de que
algo volviese a hacer la vida de
las personas un poco más fácil.
—Un trabajo gratificante. Esos
son los buenos.
—Lo era. Llevaba muchos años
en ello. Había participado incluso
en el arreglo de un puente
hacía tiempo. De ese arreglo
aún se hablaba porque era el que
todo un pueblo usaba camino
del cementerio para ir a enterrar
a sus muertos y, una vez al año,
celebrar una comida campestre
todos juntos. El caso es que
tuvieron que arreglarlo deprisa
porque había un cortejo fúnebre,
con su muerto y todo, esperando
a poder pasar. Eso fue trabajar
bajo presión. Imagine, don
Manuel, a casi todo el pueblo
vestido de negro con la caja del
muerto apoyada en un árbol,
esperando sentados a que el
puente pudiese usarse de nuevo.
—Una escena digna de Achille
Campanile.
—Mira que le da a usted por los
autores peculiares.
—A veces, solo a veces.
—Bien, sigamos. La reparación
del puente tuvo tal éxito que a
nuestro hombre le ascendieron.
—¿A jefe?
—No, a lo mismo que hacía,
pero con herramientas nuevas.
Imagine la alegría de ver recompensado
su trabajo en esas
herramientas lustrosas, profetas
de grandes hechos de ahí en
adelante. En su casa todos le
admiraban; sus hijos le pedían
que les enseñase las herramientas
antes de irse a dormir; las
tocaban con veneración si él les
dejaba, y le ayudaban a abrillantarlas
y dejarlas impecables
para el servicio. Muchas cosas
arreglaron ellas y sus manos en
los años siguientes, lo cual no
podía hacerle más feliz. Hasta
que un día de lluvia como el
nuestro, se dio cuenta de que se
le estaba mojando el pie derecho.
—Normal si llovía tanto.
—No, el problema era que tenía
un agujero en la suela de la
bota.
—Era un problema de fácil
solución, entonces.
—Eso parecía, pero no fue así.
—Cambio de suela o cambio de
botas, y solucionado.
—No. Él se dirigió a su jefe,
puesto que las botas se las había
proporcionado el departamento,
y le expuso el caso. Parecía
lógico que el departamento de
arreglos se haría cargo de la
reparación, pero el jefe que el
departamento no arreglaba
cosas para sus empleados, sino
que solo arreglaba cosas de
puertas para afuera.
—¿Y no podía arreglarla él?
—No, porque no sabía, ni sabía
de nadie que supiese, ni de
nadie que supiese de alguien
que supiese. De modo que decidió
seguir usando su bota con el
agujero, en espera de que pasasen
los quince meses que le quedaban
hasta que le diesen unas
nuevas. En verano, al principio,
no le importaba mucho, pero el
agujero crecía y se le empezaron
a romper los calcetines por
ahí, y eso le hizo soportar una
presión adicional en su vida.
Probó con papeles y cartones
para taparlo, pero no servían y
al final le producían dos incomodidades:
una al andar y otra
al tener que buscar cartones en
la basura todos los días.
—Pobre hombre.
—Paseaba su pena entre sus
compañeros, y consiguió por
pesado que dejasen de hablarle.
Se quejaba continuamente de la
injusticia que era el que nadie
arreglase su suela, pues mientras
los arregladores arreglaban
otras cosas, él veía crecer su
agujero cada día más. En invierno
se mojaba y el hielo hacía
que tuviese un pie helado y el
otro no, pero solo sentía el del
agujero, y así su desesperación
fue mandando su vida a oscuros
destinos dentro de su alma.
—Suena trágico.
—Y lo era. Sus compañeros le
huían, su mujer le dejó y se
llevo a sus hijos; en su edificio
nadie quería acercarse a él por
no escuchar sus lamentos, y el
jefe del departamento acabó por
despedirle. Solo, triste, cansado
y sabiéndose víctima de una
injusticia enorme, se fue al
puente del famoso arreglo y se
tiró al río, con tan buena suerte
que no había agua y se partió la
cabeza contra una piedra, quedando
muerto en el acto.
Don Senén puso cara de conocedor
de almas y dio un trago de
su café.
—Es un final horrible, sin duda.
¿Nadie pudo ayudarle?
—¿Cree usted que en un país
donde hay un departamento de
arreglar cosas, hay alguien fuera
de él que ayude en lo que sea?
—No, claro, no lo hay.
—Exacto. No lo hay. En ese
país, toda la gente esperaba que
le arreglasen las cosas, sin caer
en la cuenta de que, aparte de
las que nos hacen la vida confortable,
hay muchas cosas que
arreglar.
—El conformismo.
—Sí. Una sociedad que solo
piensa en su confort y que cree
que alguien debe mantenérselo,
es una sociedad decadente y sin
futuro.
Durante unos segundos eternos,
no supe qué decir. Se me vino a
la mente un mundo conformista
y esclavo, apesebrado e imbécil,
y sin saber por qué, demasiado
parecido al nuestro. Menos mal
que era en otro país.
—Hoy su relato es triste.
—Pero solo porque es real. Y,
de todos modos, los habitantes
de ese país eran felices con la
vida confortable que tenían, sin
mirar más allá, no fuese a ser
que viesen los látigos de los
amos o las risas de los codiciosos.
—La felicidad a veces es una
ilusión.
—Casi siempre don Manuel,
casi siempre. ¿Otro café?
—Pues mire, sí. Porque, aunque
tomarlo me haga sentirme bien,
la felicidad que me proporciona
hacerlo con usted nos la hemos
ganado a pulso.
Y Don Senén pidió los cafés,
me miró fijamente, y sonrió con
franqueza.
ANUNCIO
Manuel López Franco
De conformidad con lo informado por la Comisión Informativa de
Régimen Interior del Ayunta-miento de El Espinar, se ha acordado
incoar un expediente (Ref. 4356/2022) para el cambio de denominación
de la calle “Zarza” en el núcleo de El Espinar, con el nombre de
“Calle de Juana y Gonzalo de Mon-jaraz” , en reconocimiento a estas
personas que actuaron tan generosamente con nuestro pueblo, y especialmente
con los más necesitados.
Lo que se hace público en aplicación del art. 34 del Reglamento municipal
de protocolo, honores, distinciones y ceremonial de este
Ayuntamiento, para que, durante el plazo de los 15 días siguientes a la
publicación del presente anuncio, puedan quienes lo deseen formular
las alegaciones que estimen oportu-nas mediante escrito dirigido al
Registro General del Ayuntamiento (Pza. de la Constitución,1, 40400,
El Espinar).
JAVIER FIGUEREDO SOTO.
ALCALDE DEL M.I. AYUNTAMIENTO DE EL ESPINAR
En El Espinar a fecha de firma.