Libro digital / Entre vidas amargas
Libro hecho por los específicos de Literatura y Artes plásticas.
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Tampoco le costaba entablar conversación, pero prefería estar sola, como lo
había estado casi toda su vida. Le gustaba ser autosuficiente, sentía algún tipo
de superioridad porque no podía sentir afecto hacia ninguna persona, ni
siquiera hacia su propia familia, lo que impedía que alguien pudiera lastimarla.
Su madre la había herido físicamente en su infancia, pero esto dejó de tener
importancia para ella. Los golpes, tirones de cabello, pellizcos, el dolor físico,
se desvaneció. No volvió a sentir afecto por su madre; sus palabras y ausencia
nunca lograron conmoverla. Lo único que podía sentir hacía ella era un
irremediable rencor por no haber sido la madre que hubiera deseado tener,
por haber arruinado su infancia y darle lata a lo largo de toda su vida. La
marcha de su padre le había hecho llorar a temprana edad, pero todo ese
sentimiento se había evaporado, se había olvidado casi completamente de él.
En cuanto a sus dos hermanos, simplemente le eran indiferentes.
Cuando salió de la universidad, tal y como había planeado, consiguió trabajo
en un hospital, donde inició como ayudante sin sueldo. Luego de un tiempo
comenzó a tener algunas oportunidades de trabajar cuidando a personas de
la tercera edad en sus casas, como enfermera particular. Ahorró un poco y
rentó un departamento. Por fin pudo cumplir uno de sus propósitos, el que
le abría la puerta al mundo, irse de su casa.
En una de sus jornadas trabajando al cuidado de un adulto mayor con
Alzheimer, conoció a su hijo, un hombre que le resultó bastante atractivo
desde que sus miradas se cruzaron por primera vez. Su nombre era Byron. Al
poco tiempo comenzaron a salir. Su noviazgo fue una montaña rusa de
emociones. Valeria descubrió que podía experimentar la emoción y la
adrenalina de otra forma que no fuera causando revuelo. Era demasiado
celosa con él, y, por el contrario, él no era nada celoso, pero nunca sabía lo
que quería. Peleaban bastante, rompían y volvían más veces de las que sería
sano admitir. A ambos les gustaba esa monotonía, sentir que se permanecían
mutuamente, depender emocionalmente del otro.
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