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Libro digital / Entre vidas amargas

Libro hecho por los específicos de Literatura y Artes plásticas.

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IV

Alan robó un caballo de los vecinos de Rosa y partió en la búsqueda de

Horacio, con la única pista que él había ido al sur y que probablemente era

imposible encontrarlo. Su viaje duró algunos días, pues, solo se detenía para

dormir y comer.

Al llegar al sur comenzó a ir de pueblo en pueblo preguntando por Horacio,

pero no obtenía ninguna respuesta, al menos en los lugares donde Alan

creería encontrarlo, como un bar, un burdel o una casa de apuestas. Recordó

que Horacio no visitaba esos lugares, era más de tomar un té o descansar lo

más que pudiera. Entonces, fue a cada hostal y donde vendieran té, hasta que

dio con un anciano que decía conocerlo.

—El señor Horacio, claro que lo conozco, un gran cliente, pero ¿cuáles son

sus asuntos con él? –preguntó el anciano.

—Es un viejo amigo, y necesito su ayuda –dijo Alan.

El anciano le dijo todo lo que pudo sobre Horacio, incluso donde creía que

él vivía. Pasó un día entero y Alan no lograba encontrarlo, estaba en un

callejón sin salida, por lo que decidió regresar al pueblo de Rosa. Al momento

de subir a su caballo escuchó una voz que dijo:

—¿Tan fácil te rindes?

Alan volteó y no lo podía creer: era Horacio quien estaba detrás suyo, sólo

que algo cambió, pues le hacía falta una mano y estaba demasiado demacrado.

—Te ves como la mierda, viejo –dijo Alan–. Iré al grano. Unos bastardos

monjes están invocando demonios en una iglesia, les dan niños como

ofrendas a cambio de que estos les den su puta sangre; creo que eso les da

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