Constitución la obligación de proteger indefinidamente un mínimo del 60 % de la masa forestal butanesa. Esto, unido a las inversiones en energía hidroeléctrica, ha otorgado a Bután la prestigiada distinción ecológica de ser la única nación del mundo con emisiones negativas de carbono. Lógicamente es más fácil dirigir un país pequeño y fértil, en especial cuando existe una monarquía constitucional, pero la preocupación por proteger el medio ambiente y la cultura tradicional, así como su pensamiento a largo plazo, tienen mucho que ver con el hecho de que la religión mayoritaria en Bután es el budismo. Nuestro guía Tashi Delek, ataviado siempre con un gho —el traje tradicional masculino de tela similar a una túnica que llega hasta las rodillas y se sujeta con un cinturón— nos explica que cuando los butaneses rezan, no solo lo hacen por el bienestar de su familia y el de su comunidad, sino también por el de todos los seres vivos. Al contrario que en las religiones occidentales, donde las buenas acciones nos permitirán acceder a esa última parada de la vida llamada paraíso, los budistas creen que volvemos a esta tierra una y otra vez, lo que sin duda fomenta un papel más duradero y guardián de nuestro planeta. Alcanzamos un muro de piedra con escalones que conducen a la entrada del monasterio. En lo alto hay una enorme rueda de oración decorada con un mantra. Kent le da unas cuantas vueltas en el sentido de las manecillas del reloj. Nada más atravesar la entrada, llegamos finalmente a Khamsum Yulley Namgyal, una estupa de tres pisos construida hace unos 20 años por la Reina Madre con el propósito de alejar a los malos espíritus y traer la paz al mundo. Los artesanos tardaron casi una década en finalizarla. («¿Se imaginan a alguno de nuestros líderes mundiales emprendiendo algo así?», se pregunta alguien del grupo en voz alta). En el interior encontramos una impresionante estatua de 4.5 metros de altura de Vajrakilaya, una deidad feroz y monstruosa con seis brazos, una corona adornada con calaveras y un collar de cabezas decapitadas. Está tallada y pintada con tanto detalle que da vértigo contemplarla durante demasiado tiempo. «Esto es lo que llamamos un yidam —explica Delek—. Tiene el poder de destruir cualquier fuerza contraria a la compasión y puede eliminar obstáculos en el camino espiritual hacia la iluminación». En el segundo piso nos topamos con un monje envuelto en una nube de incienso cantando y tocando un nga, un tambor sagrado de dos caras. En un breve repaso a la historia de Bután, Delek explica que se fundó oficialmente en el año 747 d. C. cuando el venerado líder religioso, Gurú Rinpoche, introdujo el budismo en el territorio. Considerado un santo, cuenta la leyenda que Gurú Rinpoche voló a lomos de un tigre desde el Tíbet hasta Taktsang para vencer a los espíritus demoníacos del lugar. Se detuvo a meditar en una cueva sobre la que ahora se levanta el templo del Nido del Tigre. Por siglos, los tibetanos se referían a su país como el «Valle meridional de las hierbas medicinales» o el «Jardín de loto de los dioses». Los propios butaneses lo bautizaron como Druk Yul, que significa «El reino del dragón del trueno». Hasta bien entrado el siglo xx, los extranjeros no podían adentrarse en este último reino del Himalaya. Caminamos hasta lo alto de la estupa, desde donde disfrutamos de una panorámica impresionante de todo el valle, y a continuación, bajamos en silencio por las escaleras hasta salir al exterior. Las cámaras y los celulares están prohibidos en los edificios sagrados, por ello, en estos espacios místicos uno se vuelve más atento y consciente del momento. Poco después de emprender el camino colina abajo, Kent comenta: «Lo importante de este destino es conocer a la gente y su cultura antes que seguir la pista a los cinco grandes. La cultura viva de Bután es lo que hace de este país un lugar tan único». A lo que le sigue una reflexión más tarde: «No estoy a favor de la religión organizada por varias razones. Si acaso, soy más animista y creo en el poder sanador de la naturaleza». Cuando nos detenemos en un recodo para contemplar las terrazas de arroz, Kent concluye: «Quizá sea esa la razón por la que Bután deja en mí una huella tan profunda». En el camino de vuelta, Kent me explica que los objetivos inmediatos de &Beyond son conservar unas 405,000 hectáreas de biosfera esencial y duplicar sus ingresos y beneficios durante los próximos años con el fin de poder financiar sus ambiciosas metas, entre ellas: lograr cero emisiones netas de aquí a 2050, apoyar a las comunidades locales mediante la construcción de escuelas, invertir en la salud y la educación de las mujeres («las mujeres son la piedra angular de las comunidades, si te centras en ellas abordas todas las cuestiones fundamentales»), y dedicar recursos a las áreas fronterizas (como el Parque Nacional de Gorongosa en Mozambique), que son importantes de proteger, pero es un paso que se suele evitar debido a sus imprevisibles resultados económicos. La empresa también está invirtiendo en asociaciones estratégicas, como el Lion Recovery Fund, que según las estimaciones contribuirán a conservar 16 millones de hectáreas adicionales de biosferas vitales. Hace unos meses, para planificar una estrategia de expansión del modelo africano, Kent cuenta que se recluyó con su equipo principal «durante cinco días en uno de los lodges del delta del Okavango, en Botsuana. Allí estuvimos discutiendo y debatiendo hasta que finalmente fuimos capaces de diseñar un plan integral condensado en una sola hoja». Y entre risas 84 CENTURION-MAGAZINE.COM
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