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<strong>Cuenta</strong> y <strong>Razón</strong> | enero - febrero 2011<br />
historia occidental, grecorromana y cristiana. Esta<br />
cultura subyacente sigue respirando bajo la epidermis<br />
de Bodrum, en Éfeso, Antalia y, más oculta,<br />
en la Capadocia. Se palpa y se muestra como<br />
un legado inigualable. Está ahí, sin duda, abierta<br />
a la mirada, como lo está el legado republicano de<br />
Atatürk exhibido en Ankara, la populosa capital<br />
de la república. Coexiste como historia intemporal<br />
enhebrada a los hábitos heredados, compartiendo<br />
las costumbres transmitidas, empapando la costra<br />
secular del incesante ajetreo cotidiano.<br />
Santa Sofía sigue siendo<br />
la referencia de esta ciudad<br />
encantada, populosa y fascinante,<br />
capital de una nación cuya parte<br />
europea apenas si es un reducto<br />
frente a la península anatólica<br />
Hay pocas dudas de que Turquía avanza por la<br />
senda del progreso económico, orientada a la consolidación<br />
de un bienestar que, no siendo por ahora<br />
del nivel centroeuropeo, es muy superior al de<br />
la mayoría de los países árabes. No se advierten<br />
tampoco signos claros de que pueda haber un fortalecimiento<br />
de ese espíritu contaminante y totalitario<br />
que impregna a otras culturas musulmanas<br />
de fanatismo, intransigencia y beligerancia. Pero<br />
del mismo modo que el trasfondo y el republicanismo<br />
se nutren de Occidente, se advierte bajo la<br />
superficie, cuando los minaretes de las mezquitas<br />
funden al unísono las aleyas del profeta a las horas<br />
acostumbradas por la liturgia coránica, la difícil<br />
coexistencia del presente y la historia pasada<br />
con un doctrinarismo correoso enquistado en los<br />
hábitos sociales, domésticos y religiosos vigilados<br />
por intemperantes intérpretes de las suras.<br />
Turquía es para la historia una cultura nacida<br />
de Occidente, por las formas un Estado democrático,<br />
sobre el papel una sociedad republicana<br />
y laica, en la superficie un conglomerado<br />
pujante y cosmopolita, por las creencias un<br />
extenso conjunto de costumbres y prácticas<br />
arraigadas en la vida colectiva donde el Islam<br />
impone familiarmente su dominio y extiende<br />
sosegadamente su poder. Para comprender la<br />
fuerza vital de estos arraigos, que desgraciadamente<br />
saltan a la vista, aconsejaría leer el reciente<br />
libro de Carla de la Vega, En el harem de<br />
Estambul. En sus páginas recoge la escritora y<br />
periodista, el testimonio vívido, existencial y<br />
dramático, arrancado no sin riesgo a varias mujeres<br />
turcas, seleccionadas como ejemplo de<br />
una realidad cotidiana, extendida y enraizada.<br />
Se comprende instintivamente<br />
el recelo de Giscard d’Estaing<br />
cuando dijo que si Turquía entrara<br />
en Europa Europa dejaría de serlo.<br />
Sería inocente creer que<br />
la democracia sea por sí sola<br />
un dique sólido de contención<br />
Selecciono uno de tantos textos de este amplio documental<br />
periodístico sobre la vida familiar en la<br />
sociedad turca. “Es más, si encima «de dejarse<br />
violar» por un miembro de la familia, se queda<br />
embarazada, ahí no hay escapatoria.<br />
El rocambolesco drama de la pobre Guldunya, que<br />
se quedó embarazada tras ser agredida sexualmente<br />
por un pariente lejano, es prueba de ello. Sus<br />
hermanos la persiguieron hasta Estambul, donde<br />
la muchacha de veintidós años se había refugiado<br />
de las lenguas viperinas de su pueblo y había<br />
dado a luz a su bebé. En las calles de la antigua<br />
Bizancio, los dos jóvenes de tan sólo veinte y veinticuatro<br />
años, intentaron acabar con la vida de su<br />
hermana, pero sus disparos fueron a alcanzar la<br />
pierna de la muchacha. Sería más tarde, en el hospital<br />
en el que la joven convaleciente se curaba de<br />
sus heridas, cuando remataron su cometido. Dos<br />
disparos en la cabeza en una cama del centro sanitario<br />
pondrían el trágico colofón a la huida de Gu<br />
ldunya y a la negligencia policial que había sido<br />
alertada de las intenciones familiares” 1 .<br />
Créame el lector que no es el relato más llamativo<br />
de este florilegio, ni es exagerado, ni<br />
traído como un caso excepcional de una página<br />
de sucesos para hacer categoría de la anécdota.<br />
Es la descripción de un talante cultural<br />
coexistente con el sistema democrático y tan<br />
extendido como corriente y familiar. Traemos a<br />
cuento este testimonio, no por su crudeza, sino<br />
por su amplitud. Nos viene a la memoria tras<br />
visitar Estambul y deambular por sus callejuelas<br />
y recovecos, tratando de penetrar bajo las<br />
apariencias de la cordialidad, lo que también<br />
se oculta bajo la superficie, en la vida anónima<br />
de las plazas, las mezquitas y los hogares.