El Volcán Cotopaxi,
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2.1 <strong>El</strong> riesgo volcánico<br />
en el Ecuador<br />
<strong>El</strong> territorio del Ecuador presenta una de las más altas concentraciones<br />
de volcanes activos de todo el mundo, alrededor de áreas de alta<br />
densidad poblacional. No obstante, entre 1918 y 1999, un período extenso<br />
en la escala de vida humana, la población no atestiguó ninguna<br />
erupción volcánica y, estos eventos fueron considerados como propios<br />
del pasado.<br />
La última reactivación volcánica del Guagua Pichincha (1999), Tungurahua<br />
(1999), <strong>El</strong> Reventador (2002) y La Cumbre, en Fernandina<br />
(2005), han contribuido a reinsertar al fenómeno volcánico en el imaginario<br />
de la población y a potenciar la necesidad de desarrollar políticas<br />
públicas y normas de prevención y alerta temprana, junto con<br />
programas sistemáticos de comunicación e información a la población,<br />
sobre los riesgos asociados con los abundantes volcanes activos<br />
emplazados en el territorio nacional.<br />
En contraste con otros fenómenos naturales de carácter puramente<br />
destructivo, el vulcanismo tiene, como contrapartida, importantes<br />
efectos positivos, como la formación de grandes volúmenes<br />
de suelos fértiles, debido a la capacidad remineralizadora<br />
de los productos volcánicos acumulados sobre la superficie.<br />
Solo así se explica una realidad ancestralmente objetiva, aunque<br />
aparentemente contradictoria, que se manifiesta en la sierra<br />
centro-norte del Ecuador, en donde los territorios recurrentemente<br />
afectados por la actividad volcánica han mantenido, al<br />
mismo tiempo, una elevada densidad poblacional, al punto que<br />
muchas de las actuales ciudades ocupan la misma posición geográfica<br />
que tenían las poblaciones aborígenes precolombinas.<br />
Al igual que en otras regiones del mundo, el reconocimiento del<br />
riesgo volcánico en el Ecuador ha sido un proceso que se ha consolidado<br />
gradualmente, a raíz de las consecuencias catastróficas<br />
de algunas erupciones recientes, como la del Nevado del Ruiz<br />
(1985) y Pinatubo (1991), ampliamente difundidas y magnificadas<br />
por los medios de comunicación.<br />
Si bien es necesario reconocer que las recientes erupciones del<br />
Guagua Pichincha, Tungurahua y <strong>El</strong> Reventador han sido relativamente<br />
benignas, principalmente en cuanto a la afectación de<br />
vidas humanas, ello no garantiza que sucesivas erupciones se<br />
comporten de la misma manera, por lo que es indispensable contar<br />
con mapas de riesgo de escala adecuada y desarrollar acciones<br />
sistemáticas de carácter preventivo a nivel de los gobiernos<br />
locales en aspectos vinculados con planificación urbana, delimitación<br />
de zonas de riesgo, desarrollo de sistemas de alerta temprana<br />
y campañas sostenidas de educación comunitaria.<br />
En consecuencia,<br />
las autoridades y los<br />
gobiernos prestaron poca<br />
atención a aspectos<br />
relacionados con<br />
la investigación y<br />
el establecimiento<br />
de políticas públicas<br />
y programas de prevención<br />
y preparación a<br />
la población ante la<br />
ocurrencia de fenómenos<br />
de esta naturaleza.