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Ortel Banedre, Luisa y Bartolomé - Centro Virtual Cervantes ...

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CRITICÓN, 99, 2007, pp. 125-158.<br />

<strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong>:<br />

análisis estructural y temático<br />

de un episodio del Persiles<br />

Juan Ramón Muñoz Sánchez<br />

Universidad Autónoma de Madrid<br />

El último texto impreso de <strong>Cervantes</strong>, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, que vio<br />

la luz postumamente en 1617, pasa por ser el más controvertido de su producción<br />

artística, debido a su naturaleza genérica, a la complejidad estructural que presenta y a<br />

su sentido último 1<br />

. Aspectos que se muestran íntimamente relacionados entre sí, en<br />

cuanto que <strong>Cervantes</strong>, con el Persiles, quiso ponerse a la cabeza de la vanguardia<br />

literaria de su época (que había visto en la recién exhumada Historia Etiópica [s. m] de<br />

Heliodoro 2<br />

, tanto desde una perspectiva teórica como práctica, una nueva modalidad de<br />

la épica, sólo que amorosa y en prosa) y sentar así las bases de la novela ideal: aquella<br />

que fuera perfecta en su forma y ejemplar en su contenido. Para ello, como observó<br />

perspicazmente Edward C. Riley 3<br />

, <strong>Cervantes</strong> no se conformó con emular, adaptándola a<br />

su tiempo, la técnica narrativa y la composición de la novela griega de la segunda<br />

1<br />

La bibliografía sobre el Persiles se ha visto sumamente enriquecida en los últimos años a causa de su<br />

mayor difusión y de una mejor comprensión por parte de sus estudiosos. Una buena puesta al día de los<br />

estudios críticos del texto hasta la década de los 70 es la que ofrece Osuna, 1968; seguida de la más actual de<br />

Montero Reguera, 1995 (más concretamente pp. 166-172). Aparte de estos estudios sobre la exégesis del<br />

Persiles, cabe destacar la completa bibliografía que sobre el texto brindan Romero Muñoz, 2002, pp. 81-101;<br />

Lozano Renieblas, 1999, pp. 193-214; y Nerlich, 2005, pp. 711-729. Tal efervescencia crítica ha obtenido<br />

como recompensa que la Asociación de Cervantistas le haya dedicado al Persiles la casi totalidad de su V<br />

Congreso Internacional, titulado Peregrinamente peregrinos, celebrado en Lisboa en 2003, y cuyas actas han<br />

visto la luz en 2004. Lamentamos no haber podido consultar el monográfico sobre el Persiles dirigido por<br />

Sánchez, 2003.<br />

2<br />

Sobre la importancia de la novela de Heliodoro, véanse López Estrada, 1954; Carilla, 1966; Rey Hazas,<br />

1982; Teijeiro, 1988; Baquero Escudero, 1990; González Rovira, 1996; García Gual, 2005.<br />

3<br />

Riley, 1997. Véase, desde otra perspectiva, el excelente artículo de García Galiano, 1995-1997.


126 J U A N R A M Ó N M U Ñ O Z S Á N C H E Z Criticón, 99, 2007<br />

sofística, sino que con el Persiles efectuó un experimento literario, consistente en<br />

combinar esta novedosa variante de la epopeya con su género preferido: la novela corta,<br />

pero bajo la forma de episodio 4<br />

; si bien sin desbordar los márgenes genéricos de la<br />

primera.<br />

De modo que la estructura narrativa del Persiles 5<br />

descansa sobre dos niveles<br />

narrativos diferentes: por un lado, la historia principal, esto es, el viaje de amor y<br />

aventuras que emprenden, obligados por las circunstancias, Periandro y Auristela desde<br />

Tule hasta Roma; y por otro, los episodios intercalados, o sea, la actualización de las<br />

numerosas historias de algunos de los muchos personajes con que se topan los<br />

protagonistas en su constante deambular por los mares y tierras de Europa, y que<br />

pertenecen a las distintas modalidades genéricas que ofrecía la prosa de ficción áurea,<br />

por lo que se ajustan a sus características respectivas. Mas la disposición de la trama se<br />

complica todavía más por el empleo del arte retórica del ordo artificialis, que propicia la<br />

distorsión cronológica, natural o lineal de la historia, y que precisa, para paliar el inicio<br />

in medias res de la trama, de distintas analepsis completivas, puestas en boca de varios<br />

personajes, pero que, además y para mayor dificultad, no se dan concatenadas<br />

temporalmente, sino que son fragmentos discontinuos. Para conseguir tamaña<br />

demostración de fuerza y pericia narrativa sin quebrar la cohesión formal de unas partes<br />

con otras, <strong>Cervantes</strong> hubo de ensayar una amplia gama de modos de engarce o de<br />

solapamiento.<br />

No obstante, la unidad de fin y de sentido no se consigue únicamente mediante el<br />

sutil hilvanado estructural de los relatos primario y secundario, sino que precisa además<br />

de la configuración de una tupida red de relaciones temáticas que vinculen a unos<br />

episodios con otros y a estos con la trama primera, ya sea por paralelo o por oposición.<br />

Por lo que, en consecuencia, la unidad vendría dada por la suma de todas las vidas<br />

puestas en escena sobre el hilo conductor de los amores de Periandro y Auristela.<br />

A tenor de lo dicho, se puede aventurar que esta combinación genérica obedece,<br />

además de por la incansable labor de experimentación de nuevas formas por parte del<br />

autor, al hecho de que la historia principal se ajusta a los patrones genéricos de la épica<br />

en prosa, que, en función de sus características y propiedades, se mueve en el ámbito del<br />

heroísmo ejemplar y el ideal, donde los personajes ofician decorosamente en su<br />

categoría: son lo que deben ser, aun cuando manifiesten una ligera evolución psicológica<br />

suscitada por el padecimiento amoroso. Para abrir este mundo poético e hierático,<br />

contrapesarlo, aproximarlo a la realidad cotidiana y hacerlo más creíble, <strong>Cervantes</strong><br />

recurre a la profusa intercalación de episodios, en los que se muestra con detalle la<br />

complejidad de la existencia del hombre merced a unos personajes demasiado humanos.<br />

De tal suerte que se da cabida al universo todo, a lo uno y su contrario, desde un<br />

discurso polifónico en el que «lo universal queda diluido, o si se quiere, perdido entre la<br />

variedad de lo particular» 6<br />

.<br />

4<br />

Sobre la diferencia entre novela corta y episodio en <strong>Cervantes</strong>, véanse Rey Hazas, 1995, pp. 173-179;<br />

Riley, 1998, pp. cxxxvii-cxxxvm; Blasco, 2001.<br />

5<br />

Sobre la estructura del Persiles, véanse Casalduero, 1975; Avalle-Arce, 1972 y 1973; Forcione, 1970 y<br />

1972; De Armas Wilson, 1991; Harrison, 1993; Romero Muñoz, 2002, pp. 15-59; Rey Hazas y Sevilla, 1999;<br />

Deffis de Calvo, 1999; Lozano Renieblas, 1998; Sacchetti, 2001; Muñoz, 2003.<br />

6<br />

Blecua, 2006, p. 360.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 127<br />

Posiblemente el ejemplo más ilustrativo de lo que decimos no sea otro que la historia<br />

adventicia del caballero polaco <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> la talaverana y <strong>Bartolomé</strong> el<br />

manchego, debido tanto a la peculiar disposición narrativa con la que se interpola en la<br />

fábula como por el tema que lo informa. De modo que, en lo que sigue, intentaremos un<br />

estudio completo del episodio, en el que se examinarán las diferentes estrategias<br />

narrativas con las que <strong>Cervantes</strong> lo anuda a la narración de base, al mismo tiempo que<br />

se escudriñarán su sentido y su relación con la historia de Periandro y Auristela,<br />

siguiendo siempre el hilo de su desarrollo argumental.<br />

Antes, sin embargo, de emprender nuestro análisis, quisiéramos, en primer lugar,<br />

trazar someramente la evolución de <strong>Cervantes</strong> en lo que respecta a su concepción del<br />

discurso narrativo de largo aliento y a la disposición de sus componentes, por cuanto<br />

que, sumado a lo ya dicho sobre la morfología del Persiles, nos ofrece la clave del<br />

porqué de la estructura del episodio; y, en segundo lugar, trazar brevemente las<br />

coordenadas del tema que conforma la esencia de la historia subordinada, que no es<br />

otro que el matrimonio, y su tratamiento en el Persiles.<br />

EL EPISODIO DE BANEDRE COMO RESULTADO DEL DESARROLLO Y<br />

LA EVOLUCIÓN DE LA CONCEPCIÓN CERVANTINA<br />

DE LA NOVELA DE LARGO RECORRIDO<br />

Una de las características más sobresaliente del quehacer literario de <strong>Cervantes</strong> es su<br />

constante preocupación por la elaboración del discurso narrativo, sobre todo aquello<br />

que atiende a la disposición de los materiales que componen la fábula o a su<br />

estructuración. Más que ningún otro escritor de su tiempo, el autor del Quijote<br />

reflexiona y experimenta en todos sus textos narrativos sobre la función de los episodios<br />

y la relación que han de guardar estos con la fábula que les sirve de soporte estructural,<br />

con el objetivo de hallar la fórmula que concuerde con el principio aristotélico de la<br />

variedad en la unidad, centro del debate de los preceptistas italianos y españoles de la<br />

época, con Tasso y El Pinciano a la cabeza 7<br />

. Desde una perspectiva morfológica, este<br />

hecho se manifiesta con creces en su obra con la multiplicidad y variedad de modos de<br />

engarce que <strong>Cervantes</strong> ensaya en la intercalación de los episodios, que varían desde la<br />

suspensión de la fábula para dar entrada a la inserción en bloque de una historia lateral,<br />

hasta la disposición fragmentaria de la misma, en la que se compaginan narración y<br />

acción.<br />

Ejemplos de uno y otro tipo de intercalaciones se registran ya en el sutil experimento<br />

que es La Galatea, puesto que el episodio de Lisandro y Leonida no es sino una<br />

inserción en bloque «levemente unida a la narración de base por un cordón umbilical» 8<br />

;<br />

mientras que los de Teolinda y Leonarda, Timbrio y Silerio y Rosaura y Grisaldo se<br />

insertan in medias res, de forma fragmentaria y por entregas, de modo que el desenlace<br />

se representa en el plano básico de los acontecimientos generales. Este modelo<br />

estructural persiste aún en la conformación de la Primera parte del Quijote, ya que al<br />

primer modelo responden los episodios del capitán cautivo y del cabrero Eugenio y al<br />

segundo los de Marcela, Cardenio y Dorotea y don Luis y doña Clara; mas <strong>Cervantes</strong> va<br />

'Véanse Riley, 1989, pp. 187-208; Urrutia, 1979; Cióse, 1999; Baquero Escudero, 2005a y 2005b.<br />

8<br />

Sabor de Cortázar, 1971, p. 237.


128 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

un paso más allá en lo que respecta a la autonomía del episodio con respecto de la<br />

fábula al intercalar El curioso impertinente, no ya como una historia verdadera en la<br />

que al menos un personaje se mueve en el mismo ámbito de realidad que los de la trama<br />

medular, sino como una metaficción, como una novela independiente que es leída en voz<br />

alta por el cura a un auditorio. De resultas, es el Quijote de 1605 su texto más<br />

multiforme morfológicamente hablando, el que presenta la estructura más abierta. Pero<br />

es también sobre el texto que con mayor profundidad medita y reflexiona y el que le da<br />

las claves de sus futuras creaciones, que orienta en una doble dirección: por un lado la<br />

independencia total y absoluta de la novela corta y por otra su erradicación de la<br />

narración extensa para conseguir una mayor cohesión de la materia narrativa. Así, libres<br />

de ataduras estructurales o de una fábula que las englobe se presentan las Novelas<br />

ejemplares, si exceptuamos la intercalación de El coloquio de los perros en E l<br />

casamiento engañoso, siempre y cuando no se vean sino como dos episodios diferentes<br />

de la vida del alférez Campuzano, es decir, como una sola novela dividida en dos partes.<br />

Mientras que en la Segunda parte del Quijote y en el Persiles efectivamente se eliminan<br />

las novelas sueltas y aquellos episodios sustancialmente narrativos que, por su extensión,<br />

quiebran en exceso la fábula, como el de Lisandro en La Galatea y en especial el del<br />

capitán cautivo en el Quijote de 1605, aunque no elimina del todo la inserción en<br />

bloque siempre y cuando sea breve, como era el caso de la de Leandra. De modo que el<br />

problema que plantea y soluciona <strong>Cervantes</strong> no estriba tanto en si es pertinente o no la<br />

intercalación de episodios adventicios sobre una fábula como en el modo en el que se<br />

engarzan o se imbrican 9<br />

, y la forma más adecuada es la de la disposición fragmentaria o<br />

por entregas, en la que alterna la narración con la acción.<br />

El caso más extremo que responde a este principio compositivo y el más audaz lo<br />

hallamos en el Persiles con el episodio del caballero polaco <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> la<br />

talaverana y <strong>Bartolomé</strong> el manchego, puesto que su disposición se disemina por un<br />

amplio número de capítulos de los libros tercero y cuarto, a saber: por los capítulos vi,<br />

vil, xvi, xvín y xix del libro tercero y el i, el v, el vm y el xiv del libro cuarto. Por lo<br />

que aparece y desaparece de la diégesis casi del mismo modo que el escudero Guadiana<br />

transformado por Merlín en río,<br />

el cual, cuando llegó a la superficie de la tierra y vio el sol del otro cielo, fue tanto el pesar que<br />

sintió de ver que os dejaba, que se sumergió en las entrañas de la tierra; pero, como no es<br />

' Desde la épica homérica hasta la novela del xix, la narración en prosa se estructura, al menos, en torno a<br />

dos niveles narrativos: la fábula y las digresiones narrativas, entre las que se cuentan los episodios novelescos.<br />

Y, lógicamente, <strong>Cervantes</strong> no es una excepción, sino todo lo contrario. Un ejemplo tan gráfico como<br />

ilustrativo sobre este modelo morfológico es el que ofrece Laurence Sterne cuando escribía lo siguiente:<br />

Si el narrador pudiera dirigir su historia como el mulero dirige su muía —todo seguido— de Roma a Loreto, por ejemplo,<br />

sin tener que volver la cabeza a uno y otro lado, podría aventurarse a predecir la hora en que rendiría viaje. Pero en la<br />

realidad esto resulta imposible. En este caso al menos lo es, pues si el hombre de alguna sensibilidad se desvía cincuenta<br />

veces de la línea recta para tomar, sin poder evitarlo, este o aquel andurrial según camina, se tropieza con visiones y<br />

perspectivas que de continuo solicitan su atención, sin que pueda negarse a mirarlas. Así pues, se ve precisado a<br />

preocuparse de: —Comparar relatos. —Recoger anécdotas. —Interpretar anotaciones. —Tramar historias.<br />

Interpretar anotaciones. —Tamizar consejas. —Invocar personajes. —Hacer panegíricos para propiciar que se le abra<br />

tal puerta. —Hacer pasquines para esto o lo otro... (Vida y opiniones del caballero Tristram Shandy, pp. 94-95).


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 129<br />

posible dejar de acudir a su natural corriente, de cuando en cuando sale y se muestra donde el<br />

sol y las gentes le vean 10<br />

.<br />

Esta disposición intermitente del episodio no ha pasado desapercibida para los<br />

exégetas de Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Así, Antonio Rey y Florencio Sevilla 11<br />

han llegado a la conclusión de que esta historia termina por convertirse en una suerte de<br />

narración paralela pero degradada de la de Periandro y Auristela, siguiendo la fórmula<br />

que había impuesto Lope de Vega en el teatro. De manera que los amores sublimados de<br />

los príncipes nórdicos hallan su contrapeso en la historia de amor bajo de los criados, a<br />

partir del momento en que <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong> unen su destino. Este aspecto coadyuva «a<br />

dar a esta segunda parte [libros III y IV del Persiles] una aire completamente distinto al<br />

de la primera [libros I y II], nuevo, mucho más comediesco y realista, en definitiva, pero<br />

que implica un remozamiento genérico radical del sustrato básico de la novela bizantina,<br />

omnipresente en la primera parte» 12<br />

.<br />

De hecho, el mismo Lope de Vega, en su intento de aclimatar la novela griega de<br />

amor y aventuras al territorio hispánico y a la ideología contrarreformista con El<br />

peregrino en su patria (1604), había estructurado la trama en torno a una doble historia<br />

amorosa, la de Panfilo y Nise, que hace las veces de principal, y la de Celio y Finea, que<br />

le sirve de contrapunto y de complemento. Se trata, como atinadamente ha visto Javier<br />

González Rovira 13<br />

, de «un recurso dramático» que hace del Peregrino «una novela<br />

bizantina protagonizada por personajes de comedia».<br />

De resultas, se confirma que una de las funciones básicas del episodio no sería otra<br />

que la temática, a consecuencia de la relación de contraste que se genera entre los relatos<br />

principal y subordinado, reforzada además por esa disposición fragmentaria e<br />

intermitente que le hace aparecer y desaparecer al episodio de la fábula. Máxime<br />

cuando, a modo de quiebro metafictivo tan del gusto cervantino, se justifica la incursión<br />

del episodio desde tal perspectiva en la propia diégesis textual:<br />

Contad, señor [le ruega Periandro a <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>], lo que quisiéredes y con las menudencias<br />

que quisiéredes, que muchas veces el contarlas suele acrecentar la gravedad al cuento; que no<br />

parece mal estar en la mesa de un banquete, junto a un faisán bien aderezado, un plato de<br />

fresca, verde y sabrosa ensalada (III, vn, 319).<br />

Al mismo tiempo que se justifica la variedad de registros o los niveles de escritura.<br />

Factor decisivo, este, en la conformación de la novela moderna y con el que <strong>Cervantes</strong><br />

juega a sabiendas, pues, de acuerdo con Francisco Márquez Villanueva 14<br />

, es él «quien<br />

acepta en toda su plenitud el desafío de desenvolverse en una gama virtualmente<br />

ilimitada de niveles, lo cual le lleva al abandono de toda técnica rígida y predeterminada<br />

[...], como base previa de todo elemento o situación novelística».<br />

10<br />

<strong>Cervantes</strong>, Don Quijote de La Mancha II, cap. xxm, p. 863.<br />

11<br />

Rey Hazas y Sevilla, en su ed. el Persiles, 1999, pp. xxxviii-xu (citamos siempre por esta edición, por<br />

libro, capítulo y página).<br />

12<br />

Rey Hazas y Sevilla, 1999, pp. XL-XLI.<br />

13<br />

González Rovira, 1996, pp. 210 y 220. Véase, además, Lara Garrido, 1984.<br />

14<br />

Márquez Villanueva, 2005a, pp. 33-34.


130 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

EL TEMA DEL MATRIMONIO<br />

Mas el episodio de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong>, como ya hemos comentado, no<br />

se singulariza solamente por su particular forma de ensamblaje, sino también por su<br />

contenido temático.<br />

En efecto, el episodio de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> y <strong>Luisa</strong> es la última historia matrimonial de la<br />

obra de <strong>Cervantes</strong> 15<br />

. Como en todos los casos anteriores, el escritor no sólo indaga en<br />

los pormenores que conducen al connubio y que, de alguna manera, determinan la<br />

posterior vida conyugal, sino que precisamente se detiene en describir la vida de la<br />

pareja, a fin de demostrar que la celebración del matrimonio no es sólo el punto de<br />

llegada, sino también y sobre todo el comienzo de una nueva experiencia que dependerá<br />

del comportamiento de los contrayentes y de su compatibilidad en todos los órdenes<br />

para que resulte una aventura dichosa o una catástrofe que puede llegar incluso a la<br />

tragedia. Es decir, para <strong>Cervantes</strong> el matrimonio no es una solución, sino un problema<br />

de envergadura.<br />

Como enérgicamente ha sostenido Francisco Márquez Villanueva 16<br />

, el matrimonio<br />

«es un tema poco menos que obsesivo para la novelística cervantina». El origen de esta<br />

preocupación parece estribar en el replanteo que del matrimonio cristiano efectúa<br />

Erasmo de Rotterdam, tanto como de las disposiciones resultantes del Concilio de<br />

Trento (1545-1563), por las que se prohiben los casamientos secretos y en las que se<br />

formulan las reglas para llevarlo a la práctica, consistentes en la publicación de tres<br />

proclamas, la presencia de testigos y la obligada intermediación de un clérigo. De<br />

manera que se restaura el control familiar y la autoridad del padre en los asuntos<br />

matrimoniales, su dimensión social, y la presencia necesaria de la Iglesia católica, su<br />

dimensión religiosa o moral.<br />

Curiosamente, <strong>Cervantes</strong> no describe nunca en las historias matrimoniales la<br />

celebración religiosa del sacramento, siempre queda entre bambalinas, y el de <strong>Banedre</strong> y<br />

<strong>Luisa</strong> no es una excepción. La única ocasión en se llega hasta el altar, más allá de este<br />

tipo de historias, es en la de los portugueses Manuel de Sosa y Leonora del Persiles, sólo<br />

que la escena no culmina en boda, sino que lo que se oficia es la toma de los hábitos por<br />

parte de Leonora, su renuncia a la vida social en favor de la monacal que acaba con la<br />

de su amante y con la suya propia. Esto de puertas hacia dentro; fuera de la iglesia se<br />

ofician hasta tres casamientos: el de Daranio y Silveria en La Galatea, el de Camacho y<br />

Quiteria en la Segunda parte del Quijote y los de Carino, Leoncia, Solercio y Selviana en<br />

el Persiles. Ahora bien, las bodas de La Galatea tampoco se registran en la diégesis<br />

15<br />

Entendemos por historia matrimonial aquellos relatos en los que <strong>Cervantes</strong> sitúa el matrimonio no al<br />

final como remate y como premio al amor de una pareja, sino al principio, de modo que lo que en lo que se<br />

centra y lo que recrea es la vida conyugal. Relatos de este tipo son El curioso impertinente, El celoso<br />

extremeño, El casamiento engañosa, la historia de una dama y su marido de El rufián dichoso, la del rey y la<br />

reina de Pedro de Urdemalas, El juez de los divorcios, La cueva de Salamanca, El viejo celoso y el episodio de<br />

Transita y Ladislao del Persiles.<br />

16<br />

Márquez Villanueva, 2005b, p. 54. Sobre la cuestión del matrimonio en la obra cervantina y la posición<br />

ideológica que adopta el escritor existe una copiosa y contrastada bibliografía, de la que destacamos los<br />

siguientes estudios: Castro, 1972, pp. 376-378; Bataillon, 1964; Piluso, 1967; Descouzis, 1969; Moreno Báez,<br />

1973; Márquez Villanueva, 1975, pp. 63-73; Casalduero, 1980; Forcione, 1982, pp. 93-223; Nerlich, 2005,<br />

pp. 571-585.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 1 3 1<br />

textual, dado que se celebran mientras que Elicio dialoga con el desdichado Mireno<br />

sobre la cruda realidad que le espera como desdeñado, y son, como sostenía Joaquín<br />

Casalduero 17<br />

, «bodas sin historia» porque suponen «el triunfo del oro sobre el amor».<br />

Las otras dos no pueden ser más transgresoras ideológicamente tanto desde una<br />

perspectiva social como religiosa. Puesto que las del Quijote de 1615 acaban con el<br />

engaño de Basilio, con el triunfo del ingenio que le permite desposarse con Quiteria<br />

delante de Camacho el rico y de la familia de ella; se asiste, en fin, a la victoria del<br />

matrimonio basado en la libre voluntad de los contrayentes, en contra del poder del<br />

padre. Las otras, las del Persiles, lo son mucho más aún, pues Auristela, cuando se<br />

estaba oficiando el sacramento, usurpa el papel del sacerdote y contraviniendo los<br />

designios paternos efectúa el trueque de las parejas arguyendo, harto significativamente:<br />

«Esto quiere el cielo» (II, x, 205). Por lo tanto, podemos conjeturar que a <strong>Cervantes</strong> le<br />

interesaba poco o nada la católica ceremonia; su interés se centraba más bien en la<br />

circunstancia social del matrimonio 18<br />

.<br />

En el marco del Persiles, el tema del matrimonio, que es de capital importancia, se<br />

desbroza, como en el resto de la obra de <strong>Cervantes</strong>, desde múltiples perspectivas. En<br />

principio, lo más significativo es que tiene un tratamiento diferente en la acción central<br />

que en la materia interpolada. En la historia medular, cifrada en el caso de Periandro y<br />

Auristela, el matrimonio no es sino el premio con que se recompensa los muchos<br />

trabajos que han tenido que sortear los enamorados en su largo y farragoso viaje de<br />

perfeccionamiento espiritual, el remate feliz que supone el triunfo del amor honesto y<br />

virtuoso 19<br />

. Pero en las narraciones subordinadas, se presenta desde varios enfoques,<br />

que, no obstante, se pueden reducir a dos, según la relación de paralelo o de<br />

contrapunto que contraigan con la situación vivida por los héroes.<br />

Primer caso: si el matrimonio se celebra cuando el amor entre los contrayentes es<br />

recíproco y tienen una sincera y genuina voluntad de vida marital, obra, dicho<br />

matrimonio, como contraste positivo que realza el de los príncipes escandinavos, aunque<br />

conviene matizar que no pierde por ello su individualidad específica en cuanto que el<br />

matrimonio es encarado desde presupuestos diferentes en cada historia. A esta primera<br />

modalidad pertenece la mayor parte de los episodios que se centran en asuntos<br />

amorosos, como los de Antonio y Riela; Transila y Ladislao; Carino, Leoncia, Solercio y<br />

Selviana; Renato y Eusebia; Feliciana de la Voz y Rosanio; Clementa Cobeña y Tozuelo;<br />

Ambrosia Agustina y Contarino de Arbolánchez; Ruperta y Croriano e Isabela<br />

Castrucho y Andrea Marulo. Si exceptuamos las bodas de Antonio y Riela, que tienen<br />

lugar en un marco geográfico primitivo no civilizado (la isla Bárbara) 20<br />

, en todos los<br />

demás casos el matrimonio adquiere una dimensión social, por cuanto se enfrenta la<br />

voluntad de los contrayentes con la autoridad paterna (Carino, Leoncia, Solercio y<br />

Selviana; Feliciana y Rosanio; Clementa y Tozuelo; Isabela y Andrea), con la norma<br />

17<br />

Casalduero, 1973, p. 40.<br />

18<br />

No en vano, Bataillon sostenía que <strong>Cervantes</strong> siente el matrimonio «más como un hecho social que<br />

como sacramento» (1964, p. 24)1. Mucho más radical se muestra Nerlich, hasta el punto de que llega a<br />

sostener que «en realidad, a <strong>Cervantes</strong> [...] le horrorizaba el ritual tridentino, como demuestra toda su obra»<br />

(2005, nota 3 de la p. 573).<br />

15<br />

Véase Egido, 1994a.<br />

20<br />

Véase Andrés, 1990.


132 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

social imperante, ya esté consignada en una costumbre (el ius primae noctis en la<br />

historia de Transila y Ladislao) o representada por un personaje (Bernardino Agustín en<br />

la de Ambrosia y Contarino y el anciano escudero en la de Ruperta y Croriano), o con<br />

un tercero que intenta frustrarla (Libsomiro en la historia de Renato y Eusebia). Aparte<br />

de los matrimonios de Transila y Ladislao, de Carino y Leoncia y Solercio y Selviana y<br />

de Isabela y Andrea, que se dan el «sí quiero» públicamente, todos los demás son<br />

casamientos secretos al modo pretridentino 21<br />

, y pueden quedar sellados con la cópula<br />

(Antonio y Riela, Feliciana y Rosanio, elementa y Tozuelo, Ruperta y Croriano) o no<br />

(Renato y Eusebia, Ambrosia y Contarino). La mayor parte de estos casos pone de<br />

manifiesto, pues, que para <strong>Cervantes</strong> el matrimonio no precisa de ceremonia civil ni<br />

religiosa si se reúnen estos requisitos entre los esposos: el apretón de manos es suficiente.<br />

Segundo caso: si el casamiento se oficia en ausencia de algunos de estas condiciones y<br />

mediante motivaciones oportunistas, engaños, falsas esperanzas o coacciones, se torna<br />

en ejemplo negativo del principal. A esta segunda clase responde un solo caso: el de<br />

<strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> y <strong>Luisa</strong>, como veremos pormenorizadamente en su análisis que sigue.<br />

EL EPISODIO DE BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ: FORMA Y FONDO<br />

A pesar de la complejidad morfológica que presenta, el episodio de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>,<br />

<strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong> se puede estructurar en torno a tres momentos. Por un lado, los<br />

capítulos vi y vn del libro III, en los que acontece el encuentro fortuito del caballero<br />

polaco con el escuadrón de peregrinos, a los que relata extensamente su peripecia<br />

biográfica, que gira en torno a dos acontecimientos principales de su vida, siendo uno de<br />

ellos, el más importante, su matrimonio con <strong>Luisa</strong>. Por otro, los capítulos xvi, xvm y<br />

xix del libro III, en tanto que ahora el personaje focalizado narrativamente, luego de<br />

otro encuentro marcado por el azar, es <strong>Luisa</strong>, quien no sólo confirma ser la esposa del<br />

caballero polaco, sino que además cuenta los acontecimientos que le han sucedido desde<br />

el fin del cuento de <strong>Banedre</strong>. Este segundo impulso episódico es más complejo que el<br />

primero por cuanto que la narración se entrevera con la acción: así, una vez que <strong>Luisa</strong> se<br />

integra en la comitiva de romeros que encabezan Periandro y Auristela, seduce a<br />

<strong>Bartolomé</strong>, el bagajero, y se escapa con él. Por último, los capítulos i, v, vm y xiv del<br />

libro IV, en los que acaece, ya en la ciudad de Roma, meta de la novela, el desenlace.<br />

Como en las dos partes anteriores, un encuentro supone la irrupción del episodio, sólo<br />

que esta vez no es casual, sino provocado o buscado; hay también un relato que<br />

actualiza los hechos pasados del episodio, mas ya no es oral, como los dos anteriores,<br />

sino epistolar, y el personaje narrador es el tercero en discordia, <strong>Bartolomé</strong> el manchego.<br />

De modo que el episodio se compone de tres encuentros de signo dispar y de tres<br />

narraciones intradiegéticas a cargo de tres personajes-narradores diferentes; a lo que hay<br />

que sumar que cada parte se desarrolla en un espacio geográfico distinto: España,<br />

Francia e Italia, respectivamente.<br />

Véase Sacchetti, 2001, pp. 74-75.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 133<br />

LA NARRACIÓN DE ORTEL BANEDRE: UNA HISTORIA MATRIMONIAL<br />

Como atinadamente ha analizado Isabel Lozano Renieblas 22<br />

, la construcción de la<br />

trama que se desarrolla por los países meridionales del Persiles pivota «alrededor del<br />

motivo del encuentro». Lo que supone de continuo, para dar entrada a numerosos<br />

episodios, la «interrupción en la narración del viaje para reanudarla posteriormente».<br />

En efecto, luego de su paso por tierras extremeñas y de su implicación en la aventura<br />

episódica de Feliciana de la Voz y Rosanio, Periandro, Auristela y la familia del español<br />

Antonio, disfrazados con el atuendo de peregrinos, prosiguen su viaje por las tierras de<br />

España camino de Roma, previo paso por el Quintanar de la Orden. A la altura de<br />

Talavera de la Reina, se topan con un personaje singular y ambiguo donde los haya: la<br />

vieja peregrina 23<br />

, que a la sazón se encuentra descansado en un verde y fresco prado.<br />

Convidados por la amenidad de sitio y por la extraña figura, la comitiva de romeros (en<br />

este sentido son igual de escudriñadores de vidas ajenas que los pastores de La Galatea y<br />

sobre todo que los protagonistas del Quijote), le preguntan a la vieja peregrina su razón<br />

de ser. Ella, sin demora, pasa a referirles su vida de viajera ambulante y ociosa, que le<br />

hace ir de romería en romería.<br />

En estas están cuando, de improviso, «vieron venir un hombre a caballo, que,<br />

llegando a igualar con ellos, al quitarles el sombrero para saludarles y hacerles cortesía,<br />

habiendo puesto la cabalgadura, como después pareció, la mano en un hoyo, dio<br />

consigo y con su dueño al través una gran caída» (III, vi, 312). Ya se sabe que<br />

<strong>Cervantes</strong>, como indiscutible maestro del detalle que es, mima la presentación de sus<br />

personajes, pues en ella denota parte de su carácter. Cierta tradición literaria quiere que<br />

cuando un personaje irrumpe en escena cayendo de una montadura significa, entre otros<br />

aspectos, que la falta de dominio es uno de sus rasgos etopéyicos, que el apetito le hace<br />

las veces a la razón 24<br />

. Y, en efecto, este, como veremos, es uno de los temas principales<br />

de la historia matrimonial. Un asunto que, en el Persiles, halla su punto más álgido en el<br />

entrelazado que se produce entre el fin de la larga narración de Periandro y el episodio<br />

de Renato y Eusebia, en el crepúsculo del libro II. Para que no quepa la menor duda, el<br />

caído caballero, luego de haber sido diligentemente socorrido, y sin que nadie se lo pida,<br />

haciendo trizas entonces todas las normas retórico-narrativas sobre la intercalación de<br />

relatos homodiegéticos 25<br />

, cuenta su vida:<br />

—Quizá, señores peregrinos, ha permitido la suerte que yo haya caído en este llano para poder<br />

levantarme de los riscos donde la imaginación me tiene puesta el alma. Yo, señores, aunque no<br />

queráis saberlo, quiero que sepáis que soy... (III, vi, 313).<br />

Tanto la violencia de la caída como el ímpetu con que <strong>Banedre</strong> pasa a relatar su<br />

historia, sin contar previamente con el beneplácito de su auditorio, revelan su carácter<br />

entusiasta e impetuoso. No en vano, en el momento de su llegada, se encuentra en plena<br />

22<br />

Lozano Renieblas, 1998, p. 64.<br />

23<br />

Sobre este personaje, véase ahora Nerlich, 2005, pp. 289-318.<br />

24<br />

Sirva como botón de muestra la caída de don Fadrique a poco del comienzo de Peribáñez y el<br />

Comendador de Ocaña de Lope de Vega.<br />

25<br />

Véase Nerlich, 2005, pp. 331-335.


134 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

turbulencia interna, prisionero en la celda de sus pensamientos, sumido en el corazón de<br />

sus tinieblas.<br />

Aurora Egido 26<br />

, no sin razón, nos ha advertido de que «el Persiles es una constate<br />

variación sobre el ejercicio de la memoria y sus funciones en el arte de novelar», y que<br />

uno de sus atributos es que «la memoria es [...] selectiva», de modo que «el narrador<br />

debe [...] omitir todo aquello que no es de sustancia para su objetivo». Es decir, que<br />

cuando un personaje se ve en la tesitura de tener que relatar su peripecia biográfica no<br />

cuenta sino aquello que, desde su perspectiva, son los hitos que jalonan su vivir, las<br />

aventuras que estima necesarias para valorar su estado presente. Pues bien, el caballero<br />

polaco estructura su cuento en torno a dos acontecimientos que considera principales,<br />

aunque sólo uno de ellos es el que trae en el pensamiento, a saber: el asesinato en Lisboa<br />

del hijo de doña Guiomar de Sosa 27<br />

y su matrimonio en Talavera con <strong>Luisa</strong> 28<br />

.<br />

Antes, sin embargo, de relatar la primera peripecia, <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> se presenta como<br />

un caballero, polaco de nación. A diferencia de los personajes meridionales que<br />

acaparan los episodios de la zona septentrional del Persiles, que viajan movidos por la<br />

necesidad, la presencia en el sur de Europa de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> responde a un deseo de<br />

conocer tierras, por lo que de niño se vino para España, aprendió la lengua y, luego de<br />

haber servido a varios señores, dirigió sus pasos a la ciudad de Lisboa. Podemos deducir,<br />

en consecuencia, que se trata de uno de los muchos personajes viajeros que pululan por<br />

la obra de <strong>Cervantes</strong>, que se lanzan a los caminos en pos de adquirir conocimiento y<br />

experiencia en el roce con el mundo. Pero <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> es además un buscavidas, como<br />

queda patente en la mención de su servicio a varios amos. Es en la ciudad de Lisboa<br />

donde padece el primer revés que le depara la fortuna y que le hace variar el rumbo de<br />

su vida. Una noche, nada más arribar a la gran urbe lusa y mientras camina por sus<br />

rúas, tropieza, más bien colisiona, con un embozado portugués que le empuja.<br />

Agraviado, saca la espada, se bate con él en duelo y, de resultas, lo mata. Verdad es que<br />

<strong>Banedre</strong> se siente vejado por el empellón del portugués, al que se conoce por su<br />

insolencia, pero su virulenta reacción («Despertó el agravio la cólera, remití mi venganza<br />

a la espada» [III, vi, 314] denota su carácter impulsivo y belicoso, así como la falta de<br />

moderación y templanza suficientes como para reflexionar lúcida y fríamente en<br />

situaciones límite. Despavorido, huye hasta toparse con la puerta abierta de una casa,<br />

donde se cuela en busca de refugio. En una de las estancias, se encuentra con una señora<br />

a la que, tras una breve y rápida conversación, demanda auxilio. Ella, auspiciada en la<br />

más pura filantropía, le promete cuanta ayuda esté en su mano y, con diligente<br />

celeridad, le esconde en el hueco que vela un tapiz. Desde allí observa y escucha cómo<br />

un criado porta la mala nueva de que han matado al hijo de la señora, don Duarte, en<br />

una refriega y de que su matador ha sido visto entrando en la casa. A renglón seguido,<br />

traen al muerto, sobre el que doña Guiomar, su madre, presa de la ira, clama venganza.<br />

26<br />

«Egido, 1994b, pp. 288 y 294. Véase, desde otro enfoque, el excelente artículo de Isabel Lozano<br />

Renieblas, 2002.<br />

27<br />

Sobre sus posibles fuentes, véase Romero Muñoz, nota 32 de la p. 494 de su edición del Persiles.<br />

28<br />

En este sentido, el relato de su vida es similar, por ejemplo, a los de Rui Pérez Viedma, Carrizales,<br />

Campuzano o el español Antonio, pues todos ellos articulan su discurso sobre dos aspectos cruciales: su vida<br />

militar y Zoraida, el primero; su marcha a América y Leonora, el segundo; su matrimonio con doña Estefanía<br />

y el coloquio de los perros, el tercero, y el encontronazo con el hidalgo de su pueblo y Riela, el cuarto.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 135<br />

Justo en ese instante se persona en la casa la justicia y, cuando el polaco esperaba ser<br />

descubierto por doña Guiomar, esta, como le había prometido, le salva y exculpa:<br />

Si ese tal hombre ha entrado en esta casa, no a lo menos en esta estancia; por allá lo pueden<br />

buscar, aunque plegué a Dios que no le hallen, porque mal se remedia una muerte con otra, y<br />

más cuando las injurias no proceden de malicia (III, vi, 315).<br />

Pero no sólo se conforma con eso, sino que, una vez ida la justicia, le facilita la huida<br />

y aun le da dinero. Huelga decir, por tanto, que nos la habernos con una asombrosa<br />

historia de perdón, basada en la magnanimidad y en el respeto a la palabra dada de<br />

doña Guiomar, en su «nunca visto ánimo cristiano y admirable proceder» (III, vi, 316).<br />

Una de las varias que se registran en el Persiles, sobre todo en los libros II y III, y que no<br />

apuntan sino a ese amplio humanismo cristiano en el que se mueve la ideología de<br />

<strong>Cervantes</strong>, en su faceta más amable y positiva. Doña Guiomar, pues, le brinda toda una<br />

lección de dominio y gobierno de las pasiones más irracionales, de humanismo y de<br />

generosidad a <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, «porque —como ella misma expresa— mal se remedia una<br />

muerte con otra» y porque «quiero que se oponga mi palabra a mi venganza» (III, vi,<br />

315 y 316). Una lección que el caballero polaco no aprenderá, no hará suya, no<br />

meditará, y su no interiorización le conducirá, en parte, a la tragedia.<br />

Pero de todos modos, y de forma inmediata, sí acarrea un viraje importante en el<br />

periplo vital de <strong>Banedre</strong>, pues determina su viaje a las Indias portuguesas, donde se<br />

enrola, como soldado, en el ejército, y, tras pasar quince años, regresa rico de<br />

experiencias, que se guarda en el magín, y de dineros 29<br />

.<br />

Ya en suelo español, <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> decide visitar las ciudades más importantes antes<br />

de retornar a su Polonia natal, sobre todo Madrid, «donde estaba recién venida la corte<br />

del gran Felipe Tercero» (III, vi, 317). Pero de camino, se detiene en un mesón vecino de<br />

Talavera de la Reina, «que no [le] sirvió de mesón, sino de sepultura» (III, vi, 317). Es<br />

así como <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> efectúa una llamada de atención sobre sus paranarratarios, y,<br />

basándose en la recursividad del lenguaje, sobre el lector, para indicarles que va a contar<br />

el otro hito fundamental de su biografía: su matrimonio con <strong>Luisa</strong>, aquel por el que<br />

tiene el alma desgarrada por los demonios. De hecho, a renglón seguido, <strong>Ortel</strong>, haciendo<br />

uso de sus habilidades en el arte retórica, introduce una apelación al público por la cual<br />

indica el cambio de tema o de centro de atención de su relato, tanto más cuanto que<br />

incide sobre el asunto a tratar; es decir, utiliza, entreveradas, fórmulas de transición y de<br />

presentación o deíctica:<br />

29<br />

La biografía del <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, a nuestro parecer, guarda algún que otro punto de contacto con la de<br />

Felipo Carrizales, el protagonista masculino de El celoso extremeño, en tanto que los dos dedican su juventud<br />

al conocimiento del mundo, para después poner rumbo a las Américas y regresar a España cargados de<br />

experiencias y de dineros. No obstante, las correspondencias entre estos dos personajes no se agotan con lo<br />

dicho, sino que se acentúan aún más, puesto que las circunstancias que rodean sus historias matrimoniales no<br />

son sino dos variaciones sobre un mismo tema, de tal forma que podemos decir que presentan una particular<br />

relación de reescritura (sobre este aspecto de la poética cervantina, véanse Rey Hazas, 1995 y 1999;<br />

Canavaggio, 2000, y 2005; Muñoz Sánchez, 2001).


136 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

¡Oh fuerzas poderosas del amor; de amor, digo, inconsiderado, presuroso y lascivo y mal<br />

intencionado, y con cuánta facilidad atropellas disinios buenos, intentos castos, proposiciones<br />

discretas! (III, vi, 317).<br />

Como se sabe, el Persiles es un libro que se estructura en dos mitades, aun cuando<br />

manifiesta una clara unidad de fin y de sentido: por un lado, el viaje por mar de norte a<br />

sur, el que se desarrolla en las frías aguas septentrionales del continente europeo; por el<br />

otro, el viaje por tierra de oeste a este, el que acontece por los calurosos caminos<br />

meridionales. El periplo marino está salpicado de numerosas islas que lo jalonan, y cada<br />

una de ellas contiene su propia historia, que se rescata siempre en forma de relato<br />

homodiegético; el recorrido terrestre, lógicamente, se adecúa a los condicionantes<br />

espaciales, de modo que las islas son sustituidas por casas particulares, mesones y algún<br />

que otro centro de devoción cristiana. Pues bien, la venta, el mesón o la posada, en tanto<br />

que lugar de paso y de reunión de personajes, se convierten en el espacio lúdico idóneo<br />

para el surgimiento de la peripecia y, por su condición libre en que todas las inversiones<br />

y transgresiones son posibles, también para el del amor. Buena prueba de ello, aparte del<br />

nuestro, son los mesones en los que se desarrollan las historias de Ruperta y Croriano y<br />

de Isabela Castrucho y Andrea Marulo.<br />

Joaquín Casalduero 30<br />

observaba que «para este episodio de la moza de Talavera,<br />

<strong>Cervantes</strong> está pensando en sus dos novelas ejemplares: El celoso extremeño, La ilustre<br />

fregona. En estas dos novelas se había dado forma artística a la confrontación de la<br />

coerción y de la libertad como fundamento de la virtud. El encierro había sido la<br />

sepultura del honor del celoso extremeño; en cambio, la libertad del mesón era el lugar<br />

donde florecía la virtud de la ilustre fregona [...]. La manera de expresarse del polaco ya<br />

nos muestra la antítesis establecida por <strong>Cervantes</strong>: mesón-sepultura». Y, efectivamente,<br />

esa dualidad antitética se registra en la historia de <strong>Banedre</strong> entre los personajes de <strong>Luisa</strong>,<br />

la moza libre, y Martina, la moza encerrada. Al elegir a <strong>Luisa</strong>, el polaco se distancia de<br />

Carrizales, o, dicho de otro modo, es este el motivo que hace variar una historia<br />

respecto de la otra, aunque el proceder de ellos sea similar.<br />

Nada más entrar en el mesón de Talavera, <strong>Ortel</strong> se topa de bruces con <strong>Luisa</strong>, de la<br />

que se enamora fulminantemente, de modo parecido a como le sucede a otro hombre<br />

sumamente experimentado, Carrizales, cuando ve a la niña Leonora asomada a una<br />

ventana. Sin embargo el polaco no solamente se deleita con la presencia de la joven, que<br />

ya no lo es tanto, sino que presencia una escena de amor bajo, en la que la mesonera, a<br />

modo de juego sentimental no muy distante del que se da en el patio de Monipodio en<br />

Rinconete y Cortadillo, es acoceada por Alonso, su futuro esposo. No es necesario<br />

insistir en la forma en la que presenta <strong>Cervantes</strong> a sus personajes, pero quizá sea<br />

conveniente constatar una vez más cómo con dos brochazos caracteriza a <strong>Luisa</strong>,<br />

personaje liviano, juguetón, alegre y vivo. Sin embargo, <strong>Banedre</strong> no para en mientes, y<br />

rápidamente inquiere información sobre la talaverana a otra moza, Martina. Se trata de<br />

otro de los recursos poéticos que <strong>Cervantes</strong> utilizará con bastante frecuencia en los<br />

muchos episodios que complementan la trama del libro III: la de un personaje en<br />

función de informante de vidas ajenas. Así, lo mismo que Martina harán, por ejemplo, el<br />

30<br />

Casalduero, 1975, p. 158.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 137<br />

milite que presenta a Ambrosia Agustina disfrazada de soldado, el anciano escudero de<br />

Ruperta, que cuenta la historia de la bella viuda escocesa, la mesonera que describe con<br />

suma gracia al famoso Soldino, o el caminante que informa sobre la dama de verde,<br />

Isabela Castrucho. De resultas, el personaje de <strong>Luisa</strong> es presentado in absentia, primero<br />

por la escena que describe <strong>Banedre</strong> en su relato, luego, a modo de caja china, por lo que<br />

de ella cuenta la otra mesonera: son dos perspectivas diferentes, anudadas en el relato<br />

del polaco, que nos brindan un retrato de la joven pintado desde el sentir de cada uno.<br />

<strong>Banedre</strong>, que mira a <strong>Luisa</strong> con los ojos de la concupiscencia, sólo ve lo que quiere ver: la<br />

fresca y lozana hermosura de la talaverana; Martina, en cambio, apunta a la psicología<br />

de <strong>Luisa</strong>, en marcado contraste consigo misma. En efecto, el polaco cuenta que <strong>Luisa</strong><br />

«venía en cuerpo y en trenzado, vestida de paño, pero limpísima, y al pasar junto a mí<br />

me pareció que olía a un prado lleno de flores por el mes de mayo, cuyo olor en mis<br />

sentidos dejó atrás las aromas de Arabia» (III, vi, 317-318). Martina, luego de haber<br />

informado a <strong>Banedre</strong> de que la moza no está todavía casada, pero que lo estará en breve<br />

porque sus padres y los de Alonso tienen concertado el matrimonio, no repara ya en el<br />

retrato físico de <strong>Luisa</strong>, sino que fija su atención en su carácter: «es algo atrevidilla, y<br />

algún tanto libre y descompuesta» (III, vi, 318). Su comentario no esconde un juicio de<br />

valor negativo sobre la honestidad de <strong>Luisa</strong>, hecho desde el punto de vista que le ofrece<br />

su vida, que, aunque queda en rasguño, sabemos que la ha pasado encerrada, porque su<br />

madre «fue persona que no me dejó ver la calle ni aun por un agujero, cuanto más salir<br />

al umbral de la puerta» (III, vi, 318). De modo que Martina, frente a la libertad con la<br />

que vive <strong>Luisa</strong>, se hace portavoz de la ideología de la época en lo que respecta a la<br />

educación de la mujer, cifrado en tratados como La perfecta casada (1583) de fray Luis<br />

de León, que aconsejaban su encerramiento como medida cautelar para salvaguardar su<br />

honra, y de la que <strong>Cervantes</strong> era contrario, pues advierte continuamente en su obra de lo<br />

poco eficaces que son estas medidas preventivas («Madre, la mi madre, / guardas me<br />

ponéis, / que si yo no me guardo, / no me guardaréis») 31<br />

, que tan sólo servían para<br />

añadir el aliciente de lo prohibido al deseo natural del amor y a la curiosidad de ver<br />

mundo. De hecho, aunque el contraste entre <strong>Luisa</strong> y Martina es evidente, cabe<br />

preguntarse, como el propio <strong>Banedre</strong> le demanda a su informante: «¿cómo de la<br />

estrecheza de ese noviciado vino [Martina] a hacer profesión en la anchura de un<br />

mesón?» (III, vi, 318). A lo que Martina responde que «hay mucho que decir en eso, y<br />

aun yo tuviera que decir de estas menudencias, si el tiempo lo pidiera o el dolor que<br />

traigo en el alma lo permitiera» (III, vi, 318). Martina, en consecuencia, se opone<br />

radicalmente al modo de vida de <strong>Luisa</strong>, pero, sin embargo, esconde en su alma un agrio<br />

dolor que no osa verbalizar, hacer discurso, y que no es sino el motivo que la ha<br />

conducido a servir de mesonera. Tenía razón, entonces, Casalduero: la posada de<br />

Talavera alberga en su interior a la mujer libre, <strong>Luisa</strong>, que tiene su propia historia, y la<br />

encerrada, Martina, que también la tiene, pero sólo como una posibilidad sugerida.<br />

Mas <strong>Banedre</strong> no hace caso de las advertencias de Martina sobre el talante de la<br />

joven, no se detiene a analizar la situación con la fría razón, sino que actúa bajo la<br />

calentura de la pasión:<br />

<strong>Cervantes</strong>, El celoso estremeño, p. 357.


138 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

Fui y vine una y muchas veces aquella noche a pensar en el donaire, en la gracia y en la<br />

desenvoltura de la sin par, a mi parecer, ni sé si la llamé vecina moza o conocida de mi<br />

huéspeda. Hice mil disignios, fabriqué mil torres de viento, cáseme, tuve hijos y di dos higas al<br />

qué dirán; y, finalmente, me resolví de dejar el primer intento de mi jornada y quedarme en<br />

Talavera, casado con la diosa Venus, que no menos hermosa me pareció la muchacha, aunque<br />

acoceada por el mozo del mesonero. Pasóse aquella noche, tomé el pulso a mi gusto, y hállele<br />

tal, que, en no casarme, con ella, en poco espacio de tiempo había de perder, perdiendo el<br />

gusto, la vida, que ya había depositado en los ojos de mi labradora (III, vi, 319-320).<br />

No hacer caso de Martina no es, empero, su mayor disparate, sino el que procede de<br />

su arrobamiento, que le ciega y que, de nuevo, incide en su falta de dominio y en su<br />

carácter impulsivo y poco reflexivo. Una y otra vez <strong>Cervantes</strong> trata, aunque siempre<br />

desde presupuestos distintos o desde perspectivas creadoras diferentes, el combate que se<br />

libera en el alma de sus personajes entre la realidad objetiva y la que no es sino un<br />

producto de su imaginación, de sus creencias, de su fantasía, de sus sueños. Se complace<br />

en mostrar a sus personajes ante situaciones límite en las que han de efectuar una<br />

elección o adoptar una determinación. Estos, mediante sus monólogos, escudriñan la<br />

situación en la que se hallan y deciden después de razonar. Lo que significa que, en<br />

primera instancia, la pasión o la turbación no aniquila del todo la capacidad de<br />

enfrentar el hecho con voluntad reflexiva y lúcida. En unos casos, vence la fría razón,<br />

siendo quizás el ejemplo más significativo Dorotea, la rica labradora del Quijote de<br />

1605. Pero en otros la pasión influye con más fuerza en la decisión que la razón, por lo<br />

que el ejercicio de dolorosa autorreflexión al que se someten estos personajes no<br />

garantiza una elección feliz, sino todo lo contrario, ya que terminan por suplantar la<br />

realidad objetiva por la imaginada o deseada. El amor, los celos y el desdén suelen ser<br />

las causas que originan estas controvertidas situaciones; y, en este sentido, el caso más<br />

célebre es el del viejo y celoso Carrizales 32<br />

. Pues bien, es con estos últimos con los que se<br />

alinea <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, puesto que su encendido y vehemente deseo ejerce más poder que<br />

su entendimiento.<br />

Sabemos, desde por lo menos El pensamiento de <strong>Cervantes</strong> (1925) de Américo<br />

Castro 33<br />

, que el autor del Quijote «no conoce límites para la libertad de quienes<br />

mutuamente se aman», y que en «ni un solo momento olvida [...] ese dogma del amor<br />

libremente correspondido; sus mujeres están protegidas por los más violentos rayos de<br />

su pluma contra quienes se empeñan en forzarles la voluntad». Y este es el máximo<br />

error de <strong>Banedre</strong> en la consecución de su matrimonio, puesto que para conseguir su<br />

objetivo se entromete en la relación de <strong>Luisa</strong> y Alonso, al pedírsela al padre de ella por<br />

esposa. Pero no sólo, pues lo que hace, como Carrizales con Leonora, es comprar<br />

literalmente a la talaverana:<br />

Atrepellando todo tipo de inconvenientes, determiné de hablar a su padre, pidiéndosela por<br />

mujer. Enséñele mis perlas, manisfestéle mis dineros, díjele alabanzas de mi ingenio y de mi<br />

industria, no sólo para conservarlos, sino para aumentarlos; y, con estas razones y con el<br />

32<br />

Las perturbaciones pueden estar ocasionadas por otros estímulos, como la literatura o, más bien, la no<br />

diferenciación entre la realidad y la ficción, siendo, qué duda cabe, don Quijote el caso más célebre y más<br />

extremo.<br />

33<br />

Castro, 1972, pp. 135 y 131.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 139<br />

alarde que le había hecho de mis bienes, vino más blando que un guante a condecender con mi<br />

deseo, y más cuando vio que yo no reparaba en dote (III, vn, 320).<br />

Si nefasto es el proceder de <strong>Banedre</strong>, lo mismo cabe decir de la actuación del padre de<br />

<strong>Luisa</strong>, que se ciega con el oro del polaco, de forma similar a como les acontece a los<br />

padres de Leonora en El celoso extremeño. Pero también a los de Silveria en La Galatea,<br />

a los de Luscinda en la Primera parte del Quijote y a los de Quiteria en la Segunda. Son<br />

casos todos en los que <strong>Cervantes</strong> arremete contra la dimensión social del matrimonio<br />

postridentino, por el que se restauraba, como hemos dicho, el control de la familia y de<br />

la autoridad paterna, en la medida en que esta puede derivar en una tiranía, en un abuso<br />

de poder que no responde sino al «imperio de los más fríos materialismos sociales» 34<br />

.<br />

El resultado no puede ser otro, lógicamente, que el fracaso más estrepitoso. En<br />

efecto, a poco de celebrarse la ceremonia, <strong>Luisa</strong>, despechada, huye con Alonso,<br />

habiéndole sustraído primero a su marido una importante cantidad de dinero y<br />

dejándole «burlado y arrepentido, y dando ocasión al pueblo a que de su inconstancia y<br />

bellaquería en corrillos hablasen» (III, vn, 320).<br />

Son más bien pocas las ocasiones en las que una historia matrimonial de <strong>Cervantes</strong><br />

desemboca en el adulterio, pues al lado del de <strong>Luisa</strong> sólo se sitúan el de Camila en El<br />

curioso impertinente, el de Leonarda en La cueva de Salamanca y el de doña Lorenza en<br />

El viejo celoso; si bien a punto de cometerlo están las amas moras de cristianos de las<br />

comedias de cautivos El trato y Los baños de Argel, el personaje de Halima en El<br />

amante liberal, la niña Leonora de El celoso extremeño y la dama de El rufián dichoso,<br />

aunque no pasan del intento. Se trata, en consecuencia, de una transgresión del<br />

matrimonio, pero, si exceptuamos el caso deL¿z cueva de Salamanca, no es menos cierto<br />

que es el resultado de un pésimo obrar del cónyuge masculino, que de alguna manera es<br />

responsable del mismo: a fin de cuentas Camila era una esposa perfecta hasta que<br />

Anselmo decide poner a prueba su virtud; y qué decir de doña Lorenza, casada con un<br />

viejo que rezuma celos por los cuatro costados y que la enclaustra en una casa hecha a la<br />

medida de su aberración.<br />

El adulterio de <strong>Luisa</strong>, pues, se cohonesta con los errores de <strong>Banedre</strong>, que no ha<br />

atendido a las palabras de Martina, obcecado, como lo estaba, por su deseo de poseer<br />

para sí a la talaverana; que no ha tenido en cuenta la libertad ni la voluntad de la joven,<br />

habiéndose entrometido y desecho además la relación de esta con Alonso; que ha<br />

comprado, auspiciado en la disparidad económica que se da entre él y la familia de su<br />

amada, a la joven mesonera, por lo que ha devenido un matrimonio a la fuerza. Una vez<br />

más, si hacemos caso de lo que dice Francisco Márquez Villanueva 35<br />

, para <strong>Cervantes</strong><br />

«las tragedias del matrimonio no se originan de los arrojos pasionales de la juventud,<br />

sino, por el contrario, del cálculo, egoísmos, apetitos y manías de hombres (siempre<br />

hombres)». De hecho, <strong>Banedre</strong> consigue hacer, con su intromisión, de <strong>Luisa</strong> y de Alonso<br />

dos criminales.<br />

Dado el contexto geográfico en el que se desarrolla la historia de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, la<br />

villa de Talavera de la Reina, y dado que en la construcción del viaje terrestre de los<br />

protagonistas del Persiles por los países mediterráneos se produce una relación orgánica<br />

34<br />

Haciendo nuestras las palabras de Márquez Villanueva, 1975 p. 70.<br />

*Ibid,r>. 70.


140 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

entre espacio e historia, es decir, se vincula la historia con el lugar en el que acontece 36<br />

,<br />

no sólo no parece excesivamente aventurado establecer una correspondencia entre el<br />

personaje de <strong>Luisa</strong> y su circunstancia real o anecdótica y el mito de Venus, sino que,<br />

debido a ciertas alusiones, es lo que demanda el texto 37<br />

. Pues, efectivamente, el<br />

escuadrón de peregrinos bordea la ciudad castellana justo cuando conmemora «la gran<br />

fiesta de la Monda, que trae su origen de muchos años antes que Cristo naciese,<br />

reducida por los cristianos a tan buen punto y término, que si entonces se celebraba en<br />

honra de la diosa Venus 38<br />

, ahora se celebra en alabanza de la Virgen de las vírgenes»<br />

(III, vi, 309). Esta información extradiegética sobre los festejos paganos de Talavera es<br />

confirmada y corroborada de seguida, desde la diegésis textual, por el personaje<br />

estrafalario y solitario de la vieja peregrina. Por último, es el propio caballero polaco<br />

quien establece la referencia simbólica con el mito, al pintar en su imaginación su boda<br />

con la diosa Venus, «que no menos hermosa me pareció la muchacha» (III, vil, 320). De<br />

modo que el caso particular de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> y <strong>Luisa</strong> se proyecta sobre la tradición<br />

mítica del matrimonio de Venus con Vulcano y el adulterio de ella con Marte 39<br />

.<br />

Debido a las múltiples correspondencias que se pueden hallar, parece que <strong>Cervantes</strong><br />

toma como referencia del mito grecorromano la recreación que efectúa Homero en La<br />

Odisea (canto VIII). Recordemos que, por boca de Demódoco, cuenta el patriarca de la<br />

literatura occidental los amores ilícitos de Venus con Marte, la venganza de Vulcano, la<br />

petición de justicia de este a los dioses y la intervención de Neptuno convenciéndole de<br />

que deje libres a los adúlteros. La transformación operada por <strong>Cervantes</strong> en su texto,<br />

lógicamente, no sólo se adecúa a sus intereses estético-ideológicos, sino también a su<br />

época. <strong>Banedre</strong>, «aterrado y consumido» (III, vn, 321), no puede vengarse del agravio<br />

sufrido por <strong>Luisa</strong> y Alonso hasta que no es informado, como Vulcano por Hermes, de<br />

que los adúlteros están presos en la cárcel en Madrid, donde se le espera para «que vaya<br />

a ponerles la demanda y a seguir [su] justicia» (III, vn, 320). Encolerizado por la<br />

situación ominosa, el polaco, como Vulcano, clama venganza, pero como hijo de su<br />

tiempo que es no quiere sino lavar la felonía con la sangre de los tramposos infieles. Y<br />

ahí, a Madrid, es donde dirigía sus pasos cuando se topó con Periandro, Auristela, la<br />

familia del español Antonio y la vieja peregrina, y es a donde desea encaminarse para<br />

desagraviar el ultraje, una vez que ha puesto fin al relato de su caso. Mas Periandro le<br />

detiene y le hace reflexionar, le brinda toda una lección de sabiduría. Le hace ver lo<br />

inútil que resultan sus pretensiones vengativas, pues lo único que va a conseguir es que<br />

la dimensión pública de su deshonra sobrepase las reducidas lindes de Talavera. Pero<br />

mucho más importante son sus informaciones sobre lo que es el matrimonio cristiano.<br />

En efecto, Periandro le explica a <strong>Banedre</strong> que, a diferencia de otros tipos de matrimonios<br />

que no son sino un modo de concierto, «en la religión católica, el casamiento es<br />

sacramento que sólo se desata con la muerte, o con otras cosas más duras que la misma<br />

36<br />

Véase Lozano Renieblas, 1998, p. 124.<br />

37<br />

Véase de Armas, 1993.<br />

38<br />

En realidad no se celebraban en honor de la diosa citerea, sino de Ceres (véase Romero Muñoz, nota 2<br />

del cap. VI del libro III de su edic. del Persiles, p. 484).<br />

39<br />

Esta posible reminiscencia mítica, tratada irónicamente, puede ser concebida como un rasgo más de<br />

unión entre las historias de <strong>Banedre</strong> y Carrizales, dado que, entre otros, en El celoso estremeño se alude al<br />

mismo mito (véase Dunn, 1973).


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 141<br />

muerte, las cuales pueden escusar la cohabitación de los dos casados, pero no deshacer<br />

el nudo con que ligados fueron» (III, vn, 321-322), por lo que le anima no a que<br />

perdone a <strong>Luisa</strong>, sino a que la abandone a su suerte, la repudie. Sin embargo, la<br />

actuación del héroe de la novela como prudente y discreto consejero no acaba ahí, sino<br />

que muestra la solidez de sus principios éticos y morales al advertir al colérico caballero<br />

polaco lo que este ya debería saber, dado su affaire lisboeta («mal se remedia una<br />

muerte con otra»): que «las venganzas castigan, pero no quitan las culpas [...], y<br />

finalmente, quiero que consideréis que vais a hacer un pecado mortal en quitarles las<br />

vidas» (III, vn, 322). Convencido por Periandro, como Vulcano por Neptuno, <strong>Banedre</strong>,<br />

finalmente, decide dejar a su suerte a <strong>Luisa</strong> con el intento de regresar a su patria. Es de<br />

esta manera como se concluye esta parte primera de la historia.<br />

Es decir, parece que <strong>Cervantes</strong> usa el mito recreado por Homero como sustrato de su<br />

historia, realizando una adecuación de sus características de modo similar a como ha<br />

obrado la Iglesia con el paganismo, puesto que si sobre la base pagana del culto a<br />

Venus, las fiestas de las Mondas se conmemoran ahora en loor de la Virgen, el adulterio<br />

cometido por la diosa del amor se muestra en este tiempo bajo las coordenadas del<br />

cristianismo, en las que el matrimonio es un sacramento. Mas la humorada cervantina<br />

esconde bajo cuerda una crítica que no puede ser más severa, pues en realidad el<br />

matrimonio de <strong>Ortel</strong> y <strong>Luisa</strong> no se ajusta para nada a los preceptos religiosos que<br />

apunta Periandro, o, al menos, en el texto no se los menciona, sino que, al contrario, lo<br />

que se muestra es la operación de compra-venta por la cual el polaco adquiere, por la<br />

fuerza del oro y la autoridad paterna, a <strong>Luisa</strong> como esposa. Lo mismo, en consecuencia,<br />

cabe pensar de la decisión de <strong>Banedre</strong>, que no responde sino a su carácter extremo y sin<br />

dominio, ya que el paso de esa venganza en la que tenían que tener cuidado «hasta los<br />

mosquitos del aire» (III, vn, 321) y sobre la que los ruegos, dádivas ni demás baratijas<br />

iban a tener efecto alguno, a terminar abandonando sin castigo a su mujer no puede ser<br />

tomada en serio. De hecho, no veremos a <strong>Banedre</strong> regresar a su patria, sino que nos lo<br />

encontraremos en Roma tras los pasos de <strong>Luisa</strong>.<br />

Luego de la despedida de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> con la determinación de renegar de <strong>Luisa</strong> y<br />

de regresar a Polonia, la historia queda suspendida y ya no volverá a aparecer hasta que<br />

el escuadrón de peregrinos se adentre en suelo francés. Durante este trayecto lo más<br />

significativo es que el grupo de protagonistas ve alterada su composición. Pues,<br />

efectivamente, a su paso por el Quintanar de la Orden, la patria chica del español<br />

Antonio, este y su mujer, Riela, deciden poner fin a su viaje; no así sus hijos, cuyo<br />

propósito no es otro que acompañar a Periandro y Auristela, dada la afición que les han<br />

cobrado, a la ciudad de Roma. Como compensación, sin embargo, llevan consigo a un<br />

criado de la casa, <strong>Bartolomé</strong> el manchego, para que porte el bagaje. Esto supone la<br />

incorporación de un nuevo personaje a la trama medular del Persiles. Cabe decir que se<br />

trata de un personaje secundario que, en principio, carece de historia propia, por lo que<br />

su función se limita a estar al servicio de la narración principal. Mas cuando los viajeros<br />

vuelvan a cruzarse con los personajes de la historia matrimonial, el bagajero se<br />

desvinculará de la trama medular y de su función primera para desarrollar su propia<br />

historia al incorporarse al episodio como amante de <strong>Luisa</strong>. Este hecho —el que un<br />

personaje de la trama principal de un texto se individualice y salga de ella para<br />

conformar una historia independiente— no es un aspecto novedoso en la obra de


142 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

<strong>Cervantes</strong>, pues lo mismo sucede con doña Rodríguez, la dueña de honor del palacio de<br />

los duques, en la Segunda parte del Quijote. No obstante, el caso de <strong>Bartolomé</strong> es<br />

diferente y único, en la medida en la que él, a diferencia de la dueña, carece de pasado,<br />

no tiene una historia particular que tenga que ser referida y resuelta en el plano básico<br />

de los acontecimientos generales, sino que se suma, como partícipe activo, a una historia<br />

adventicia ya en curso. Es, en consecuencia, una ligazón entre relatos primario y<br />

secundario que nunca antes <strong>Cervantes</strong> había puesto en práctica.<br />

ENTRE BURLAS Y VERAS: LUISA LA TALAVERANA EN FRANCIA<br />

Que el Persiles es un desafío literario es un aspecto que no cabe poner en duda desde<br />

el punto y hora que su autor decide competir con el texto que hacía las delicias de los<br />

preceptistas, los moralistas, los escritores y el público lector de la época, la Historia<br />

etiópica de Heliodoro. Mas <strong>Cervantes</strong> no se limita a imitar a su modelo, sino que con<br />

toda deliberación su intención es superarlo, y a fe que lo consigue, no sólo porque<br />

moderniza el género e inaugura nuevas vías de experimentación 40<br />

, sino porque,<br />

sirviéndose del humor, de la ironía y, en menor grado, de la parodia, pone en solfa los<br />

parámetros del género, así como los principales aspectos de discusión de la preceptiva de<br />

la época, tales como la unidad y la variedad, la invención, la verosimilitud, la<br />

legitimidad de la narrativa y la distinción entre poesía e historia, y lo hace en aras de la<br />

libertad absoluta del poeta y de la defensa a ultranza de la literatura como un deleite y<br />

un goce que alimenta el espíritu 41<br />

. Lo cual no impide, desde luego, que la literatura no<br />

pueda ser entendida como una entidad de conocimiento, sino todo lo contrario, puesto<br />

que se convierte en una alternativa de saber en el sentido en el que indaga sobre la<br />

situación del hombre en la historia y en la sociedad.<br />

El centro del debate crítico sobre la poética del Persiles ha girado fundamentalmente<br />

en torno a dos aspectos, íntimamente ligados entre sí, conviene saber, la forma en que se<br />

estructura la narración o el principio de la variedad en la unidad, y el poder de<br />

persuasión con el que se cuenta y expresa la historia o el criterio de la verosimilitud.<br />

Parece que en el Persiles, como en la bilogía El casamiento engañoso-El coloquio de los<br />

perros, todo apunta precisamente hacia la exploración de los dominios de la<br />

verosimilitud, tensando sus límites al máximo al dar cabida a lo asombroso, lo<br />

excepcional y lo maravilloso, o, dicho de otro modo, señalando como se «puede /<br />

mostrar con propiedad un desatino» 42<br />

. Para ello <strong>Cervantes</strong> establece una dialéctica entre<br />

el mundo desconocido y el conocido, de tal forma que la lejanía espacial le permite, por<br />

ignoto, dar entrada a lo maravilloso, casi siempre por boca de los personajes; mientras<br />

que la proximidad temporal se ajusta a los estrictos parámetros del concepto de la<br />

mimesis realista. Sin embargo, una vez que los protagonistas se adentran en Francia,<br />

cambia la estrategia que opera sobre el criterio de la verosimilitud, puesto que ahora se<br />

insiste en que la realidad a veces supera a la ficción, pero que como la labor del narrador<br />

* Véase Lozano Renieblas, 1998.<br />

41<br />

Véase Márquez Villanueva, 2005b.<br />

42<br />

<strong>Cervantes</strong>, Viaje del Parnaso, cap. VI, vv. 26-27, p. 82.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 143<br />

es la de un historiador fiel y puntual, ha de contar todo en pro de la verdad 43<br />

, y así se<br />

hace. Tales estrategias prueban que para <strong>Cervantes</strong> la verosimilitud es un principio de<br />

orden interno y no externo, puesto que no depende de su comparación con la realidad<br />

externa del texto, sino que estriba íntegramente de las normas internas de la propia<br />

obra, como la ironía, el distanciamiento, la gradación, el perspectivismo, etc.<br />

Buena prueba de ello es el fragmento que abre el capítulo xvi:<br />

Cosas y casos suceden en el mundo, que si la imaginación, antes de suceder, pudiera hacer que<br />

así sucedieran, no acertara a trazarlos; y así, muchos, por la raridad con que acontecen, pasan<br />

plaza de apócrifos, y no son tenidos por tan verdaderos como lo son; y así, es menester que les<br />

ayuden juramentos, o a lo menos el buen crédito de quien los cuenta, aunque yo digo que<br />

mejor sería no contarlos, según lo aconsejan aquellos antiguos versos castellanos:<br />

Las cosas de admiración<br />

no las digas ni las cuentes,<br />

que no saben todas gentes<br />

cómo son (III, xvi, 382).<br />

Se podría pensar que la digresión metafictiva del narrador va en contra precisamente<br />

de uno de los pilares básicos en los que se asienta la poética de <strong>Cervantes</strong>, la admiración,<br />

pero tal afirmación, escrita a modo de sentencia, queda por completo desmentida por el<br />

contexto que la circunscribe, puesto que lo que se ha contado antes es nada más y nada<br />

menos que el vuelo de la mujer paracaidista y lo que le sigue es el sorprendente e<br />

increíble encuentro del grupo de peregrinos con <strong>Luisa</strong> la talaverana en un mesón<br />

francés 44<br />

:<br />

La primera persona con quien encontró Constanza [en el mesón] fue con una moza de gentil<br />

parecer, de hasta veinte y dos años, vestida a la española, limpia y aseadamente, la cual<br />

llegándose a Constanza, le dijo en lengua castellana:<br />

—¡Bendito sea Dios, que veo gente, si no de mi tierra, a lo menos de mi nación: España!<br />

¡Bendito sea Dios, digo otra vez, que oiré decir vuesa merced, y no señoría, hasta los mozos de<br />

cocina!<br />

—Desa manera —respondió Constanza, ¿vos, señora, española debéis de ser?<br />

—¡Y cómo si lo soy! —respondió ella; y aun de la mejor tierra de Castilla.<br />

—¿De cuál? —replicó Constanza.<br />

—De Talavera de la Reina —respondió ella.<br />

Apenas hubo dicho esto, cuando a Constanza le vinieron barruntos que debía ser la esposa<br />

de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, el polaco, que por adúltera quedaba presa en Madrid (III, xvi, 382-383).<br />

Si bien, lo admirable no es la concurrencia en sí misma, sino el modo en el que se<br />

desencadena esta suerte de anagnórisis entre los personajes centrales y el episódico, toda<br />

ella revestida de humor e ironía y toda repleta de dardos envenenados que apuntan a la<br />

43<br />

El problema de la verdad, estrechamente ligado al de la variedad y la ejemplaridad, es clave en la teoría<br />

y la praxis poética de <strong>Cervantes</strong>, como ha destacado Riley, 1973, pp. 212 y ss.<br />

44<br />

Este hecho, sin embargo, no es nuevo en la producción literaria de <strong>Cervantes</strong>: que la práctica de la<br />

narración invierta un juicio aseverativo emitido con anterioridad es algo que ocurre en el comienzo de La<br />

gitanilla y en el capítulo xvu del libro III del Persiles, donde se cuenta la historia de Ruperta. Sobre este<br />

segundo caso, véase el magnífico estudio de Blecua, 2006.


144 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

capacidad de adivinación, sea del signo que sea, aun cuando las astrologías desempeñan<br />

un papel tan importante en el Persiles.<br />

En efecto, tras el reconocimiento de <strong>Luisa</strong> por parte de Constanza, la hermana de<br />

Antonio conduce a la talaverana ante la presencia de sus compañeros de viaje, a los que<br />

exhorta para que vean cómo es capaz de adivinar el pasado de la moza:<br />

Si yo os dijere cosas pasadas que no hubiesen llegado ni pudiesen llegar a mi noticia, ¿qué<br />

diríades? ¿Queréislo ver? Esta buena hija que tenemos delante es de Talavera de la Reina, que<br />

se casó con un estranjero polaco, que se llamaba, si mal no me acuerdo, <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, a quien<br />

ella ofendió con alguna desenvoltura con un mozo de mesón que vivía frontero de su casa, la<br />

cual, llevada de sus ligeros pensamientos y en los brazos de sus pocos años, se salió de casa de<br />

sus padres con el referido mozo, y fue presa en Madrid con el adúltero, donde debe de haber<br />

pasado muchos trabajos, así en la prisión como en el haber llegado hasta aquí (III, xvi, 383-<br />

384).<br />

A pesar de la distancia que cabe observar entre la Segunda parte del Quijote y el<br />

Persiles, estos dos textos redactados casi a la par guardan no pocas concomitancias en<br />

múltiples aspectos, tanto temáticos como morfológicos. Uno de ellos es el papel de<br />

demiurgo adivinador que se otorga Constanza, que no dista mucho, aunque la<br />

circunstancia y el alcance son otros, del de Maese Pedro, alias Ginés de Pasamonte, y su<br />

mono adivinador, cuando en otra venta vuelve a cruzarse en el devenir vital de don<br />

Quijote y Sancho. Si aquí el tema giraba sobre la verdad y la mentira y sobre las<br />

apariencias, en nuestro caso, aparte de garantizar la veracidad de lo narrado por<br />

<strong>Banedre</strong>, sirve como excusa para que <strong>Luisa</strong> relate su peripecia personal, para que anude<br />

su relato con el de su esposo y dé buena cuenta de los sucesos que le han acaecido desde<br />

que estuvo presa hasta el momento actual.<br />

Y, efectivamente, lo primero que hace <strong>Luisa</strong> es hacerse cruces de la sapiencia<br />

adivinatoria de Constanza, para, de seguida, confirmar que «yo, señora, soy esa<br />

adúltera, soy esa presa y soy la condenada a destierro de diez años, porque no tuve parte<br />

que me siguiese» (III, xvi, 384).<br />

Una de las características de los personajes femeninos del Persiles es la enorme<br />

capacidad sintética con la que narran sus historias. Frente a los personajes masculinos,<br />

que son prolijos en su verborrea discursiva, los femeninos van a lo esencial, su economía<br />

verbal es en verdad encomiable. Así, Riela narra de un plumazo su relación amorosa con<br />

Antonio, luego de haber referido este extensamente su peripecia biográfica; Transila se<br />

deja sin contar no pocas cosas de su vida errabunda, a diferencia de su padre, Mauricio,<br />

que es el que se detiene en los pormenores del caso; Auristela, que no cuenta sus<br />

aventuras en solitario después de que acabe Periandro la narración de las suyas por no<br />

cansar al auditorio de la isla de las ermitas, cuando lo hace, en casa de Diego de<br />

Villaseñor, es tan concisa como directa. Lo mismo sucede con <strong>Luisa</strong> con respecto a<br />

<strong>Banedre</strong>, pues ella reduce al mínimo los datos de su mísera y áspera vida: que en la<br />

actualidad está amancebada con un soldado español que le lleva de aquí para allá,<br />

«comiendo el pan con dolor, y pasando la vida, que por momentos me hace desear la<br />

muerte» (III, xvi, 384); y que Alonso murió en la cárcel, donde la socorrió este de ahora,<br />

«que no sé en qué número ponga» (III, xvi, 384).


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 145<br />

Aun cuando el contexto en que acontece el encuentro con la talaverana tiene un<br />

marcado acento de broma, la relación que hace de su vida no puede ser más triste,<br />

desgraciada y desoladora. Una vez más <strong>Cervantes</strong> presenta lo trágico a través de lo<br />

cómico. <strong>Luisa</strong> es víctima, es el producto resultante del abuso de poder cifrado en el<br />

matrimonio, en la medida en que ha sido obligada por la autoridad paterna a casarse<br />

por la fuerza con un hombre que la compra a golpe de oro, justo en el momento en el<br />

que estaba a punto de desposarse con otro con el que compartía la afición, la edad y el<br />

estado social. Como consecuencia de la intromisión de <strong>Banedre</strong> y la actuación codiciosa<br />

del padre, <strong>Luisa</strong> se ve abocada a la vida marginal de la criminalidad y la prostitución.<br />

Cabe matizar que ella es también responsable, dado su carácter casquivano, de la huida<br />

de su casa y el abandono de su marido. No sabemos cómo hubiera resultado su<br />

matrimonio con Alonso de haberse producido, puesto que <strong>Cervantes</strong> deshecha tal<br />

posibilidad narrativa; lo que nos muestra, sin embargo, es el casamiento que la une con<br />

<strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, que no es sino el conflicto medular de su existencia, el que condiciona su<br />

actuación posterior como personaje del Persiles. Un conflicto en el que se dirimía su<br />

futuro, pero en el que <strong>Luisa</strong> no pudo mediar, pues fue dejada de lado por su<br />

pretendiente y su padre, y ante el que se rebela. De manera que seguir tras los pasos de<br />

las compañías de soldados era básicamente el único camino que le restaba a una mujer<br />

de su condición social, luego de haber estado presa por adulterio y de haber sido<br />

desterrada, y, por lo tanto, desprovista de la oportunidad de poder ejercer el<br />

amancebamiento o la prostitución en otro lugar como la corte o un mesón 45<br />

. Pero lo<br />

más dramático es que a ella no se le escapa el ruinoso estado en el que se encuentra, sino<br />

todo lo contrario, es plenamente consciente de él, y por eso ruega a los héroes del<br />

Persiles que la auxilien:<br />

Por quien Dios es, señores, pues sois españoles, pues sois cristianos, y, pues sois principales,<br />

según lo da a entender vuestra presencia, que me saquéis del poder deste español, que será<br />

como sacarme de las garras de los leones (III, xvi, 384).<br />

Periandro y Auristela, como cabe esperar de ellos, deciden ayudar a <strong>Luisa</strong> al<br />

aceptarla en su grupo, pero eso sí, exhortándola para que de aquí en adelante mude su<br />

proceder e intente ser buena.<br />

La incorporación de <strong>Luisa</strong> al hermoso escuadrón de peregrinos acarrea que por vez<br />

primera desde su presentación indirecta a través del relato de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong> pueda obrar<br />

según el dictamen de su libre voluntad. Pues, efectivamente, la moza de Talavera, como<br />

ya hemos mencionado, fue obligada por el poder que representan el dinero del polaco y<br />

la autoridad paterna a celebrar las nupcias con el primero; para, después, ya en la<br />

prisión de Madrid, venderse o acomodarse por la necesidad con el soldado español que<br />

la maltrata y que la lleva a rebufo de su compañía a Italia. Ahora, por fin, tiene la<br />

posibilidad de cambiar su mísera existencia itinerante y de hombre en hombre o de<br />

45<br />

Sobre la desdichada situación de las prostitutas en la España de la época y su puesta en relación con la<br />

obra de <strong>Cervantes</strong>, véase Salazar Rincón, 1986, pp. 186-187.


146 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

proseguir con su vida descarriada y moralmente perniciosa: la una o la otra serán ya su<br />

elección 46<br />

.<br />

«La moza arrepentida de Talavera» (III, XVIII, 395) opta por la segunda, pues nada<br />

más concluir su relato conoce a <strong>Bartolomé</strong>, que viene a invitar a sus amos a ver el<br />

espectáculo siniestro de la cuadra en la que se aloja la bella Ruperta y poder contemplar<br />

en secreto sus juramentos vengativos e iracundos. De este modo el episodio de la viuda<br />

escocesa trunca la progresión de la historia de la talaverana en el plano básico de los<br />

acontecimientos generales. Sin embargo, la moza castellana, en el ínterin, no pierde el<br />

tiempo, sino que lo aprovecha para seducir al bagajero, puesto que, nada más concluir el<br />

estético episodio de Ruperta y mientras el fuego, anunciado por el sabio eremita<br />

Soldino, asóla el mesón francés, en la huida, la vemos aparecer sujeta «al cinto de<br />

<strong>Bartolomé</strong> y él del cabestro de su bagaje» (III, xvm, 395) y desaparecer con él,<br />

aprovechando la confusión reinante, al no ser invitados por el astrólogo judiciario a<br />

entrar en sus dominios:<br />

Viéndose, pues, <strong>Bartolomé</strong> y la de Talavera no ser de los escogidos ni llamados de Soldino, o<br />

ya de despecho, o ya llevados de su ligera condición, se concertaron los dos, viendo ser tan<br />

para en uno, de dejar <strong>Bartolomé</strong> a sus amos, y la moza a sus arrepentimientos; y así, aliviaron<br />

el bagaje de dos hábitos de peregrinos, y la moza a caballo y el galán a pie, dieron cantonada,<br />

ella a sus compasivas señoras, y él a sus honrados dueños, llevando la intención de ir también<br />

a Roma, como iban todos (III, xvm, 396).<br />

Es a partir de este momento cuando <strong>Bartolomé</strong> se desvincula de su participación de<br />

la narración medular para conformar su propia historia al lado de <strong>Luisa</strong>. Una trama de<br />

amor, en consecuencia, que camina paralela de la de Periandro y Auristela, y que sirve<br />

no sólo de contrapunto rebajado de esta, sino que, desde una perspectiva poética,<br />

coadyuva a dar un tono más realista a la fábula, propicia «un cambio genérico que<br />

adapta la novela bizantina al mundo [...] de la picaresca» 47<br />

. No obstante, a diferencia de<br />

la historia de los amantes nórdicos que, finalmente, alcanzarán la dicha y la merecida<br />

vuelta a casa, el viaje de los mozos españoles será un camino sin retorno, una fuga sin<br />

fin.<br />

Soldino 48<br />

, en su labor profética, será el encargado de anunciar al escuadrón<br />

peregrino de la huida de <strong>Bartolomé</strong> y <strong>Luisa</strong> con el bagaje, así como de advertir, en un<br />

papel de informante similar al de Martina, que el carácter de la moza talaverana «es más<br />

del suelo que del cielo, y quiere seguir su inclinación a despecho y a pesar de vuestros<br />

consejos» (III, xvm, 398). La confirmación de <strong>Luisa</strong> como un personaje alocado y<br />

jovial, apegado a los placeres y las miserias más terrenales, al límite de la marginalidad o<br />

al margen de la sociedad, de la que se vio escindida, luego del abuso de poder de que fue<br />

objeto y por su determinación de soliviantarse de una situación que no había elegido,<br />

46<br />

Esta suerte es la misma que corre el personaje de Leonora en El celoso estremeño, aunque se deba más a<br />

un proceso de evolución psicológica que a otra cosa. Leonora, como <strong>Luisa</strong>, es casada a la fuerza con el viejo<br />

Carrizales, siéndole usurpados sus derechos individuales, que no tienen en cuenta ni sus padres ni su esposo ni<br />

sus criadas, pero llegado el caso y cuando nadie lo espera mostrará que tiene carácter y obrará según el<br />

dictado de su voluntad.<br />

47<br />

Antonio Rey y Florencio Sevilla, 1999, p. xxxiil.<br />

48<br />

Sobre Soldino, véase ahora Nerlich, 2005, pp. 472-500.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 147<br />

será la tónica dominante en cada reaparición del episodio, ya sea por boca de<br />

<strong>Bartolomé</strong>, quien a pesar de todo se verá permanentemente arrastrado por la pasión más<br />

vehemente sin límite ni reparo, o por la palabra escrita en forma de aforismo o de carta.<br />

De hecho, tras abandonar la cueva de Soldino y siempre camino de Roma siguiendo<br />

el itinerario indicado por el sabio astrólogo, el hermoso escuadrón se topa con<br />

<strong>Bartolomé</strong>, que viene en su busca para devolverles el bagaje, del que tan sólo han<br />

sustraído dos trajes de peregrinos, uno el que lleva él, «y el otro queda haciendo romera<br />

a la ramera de Talavera» (III, xix, 402); pero también para hacerles sabedores a sus<br />

amos de su resolución de seguir tras los pasos de <strong>Luisa</strong>, «porque no siento fuerzas que se<br />

opongan a las que hace el gusto con los que poco saben» (III, xix, 402). Periandro y<br />

compañía intentan persuadir al manchego para que reniegue de su propósito, pero<br />

«todo fue, como dicen, dar voces al viento y predicar en desierto» (III, xix, 402).<br />

Máxime cuando sabemos que en el Persiles la pasión amorosa en una fuerza<br />

todopoderosa que arrastra a los personajes y los lleva a cometer todo tipo de extremos y<br />

locuras, es, a fin de cuentas, el motivo mismo que pone en marcha la novela al originar<br />

el largo viaje de los amantes nórdicos 49<br />

, pero mostrado en una variada gama de casos de<br />

notable oscilación que va del más virtuoso, aquel que está templado por la razón, hasta<br />

el más sensitivo, el que no mira más que a la satisfacción del apetito sexual; de modo<br />

que la consecución de la dicha depende del buen uso y del talante de los enamorados. El<br />

amor de <strong>Bartolomé</strong> no dista mucho, en su abrasamiento, del padecido por <strong>Ortel</strong><br />

<strong>Banedre</strong>, sólo que ahora es una elección de <strong>Luisa</strong> y antes fue una imposición. Antonio el<br />

hijo, en su papel de castigador y ante lo que estima como una presunción insolente,<br />

pretende infligir con sus flechas un severo correctivo a su criado cuando este da la<br />

espalda al grupo para reunirse con su amada, mas es disuadido por Feliz Flora al hacerle<br />

comprender que <strong>Bartolomé</strong> «harta mala ventura lleva en ir a poder y a sujetarse al yugo<br />

de una mujer loca» (III, xix, 403). Que su amor por <strong>Luisa</strong> parece ser la condena del<br />

manchego no queda sino confirmado en la siguiente ocasión en que los viajeros<br />

peregrinos tienen noticia de la pareja. Esta ya no será de viva voz, como en todos los<br />

casos anteriores, sino que se transmitirá mediante la comunicación a distancia de la<br />

escritura.<br />

LA SUSTITUCIÓN DE LA ORALIDAD POR LA ESCRITURA<br />

EN EL DESENLACE: LA CARTA DE BARTOLOMÉ<br />

Una de las características fundamentales en el desarrollo y la evolución de la prosa<br />

narrativa desde comienzos del Quinientos hasta la época de <strong>Cervantes</strong> es la paulatina<br />

suplantación de la técnica compositiva medieval del entrelazamiento 50<br />

, según la cual el<br />

hilo narrativo no progresa en orden lineal, sino que se entrelazan las secuencias<br />

narrativas que protagonizan diversos personajes, en espacios diferentes y en tiempos<br />

simultáneos, saltando, con o sin previo aviso, de una a otra; por otra que persigue el<br />

orden y la unidad, por lo que se centra en referir los avatares de uno o varios personajes<br />

en estricto orden cronológico, a pesar de que la trama pueda empezar ab ovo o por el<br />

medio o el final de los hechos. De modo que cuando acaecen diversos sucesos a un<br />

«Véase Egido, 1994a, pp. 251-284.<br />

51<br />

Véase el excelente estudio de Cacho Blecua, 1986.


148 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

tiempo, lo que se hace es que se registra uno, el principal, en la diégesis en tiempo<br />

presente y los otros se rescatan en forma de narración homodiegética puesta en boca de<br />

personajes. Podría ser este uno de los motivos por los que en el Renacimiento la<br />

morfología de los textos narrativos se conforma en torno a una trama principal sobre la<br />

que se suspenden otras en forma de episodios. Como venimos diciendo, <strong>Cervantes</strong> se<br />

sirve principalmente de esta última, por lo que la variedad es consecuencia de la<br />

inserción de historias secundarias que se subordinan a una que hace las veces de<br />

principal y de soporte estructural de las otras. No por ello, sin embargo, deja de utilizar<br />

en determinadas ocasiones la técnica del entrelazamiento, sobre todo cuando en torno a<br />

un mismo espacio se desarrollan un elevado número de intrigas, tal y como sucede en los<br />

libros IV y V de La Galatea, en la venta de Maritornes cuando se convierte en un nuevo<br />

campo de Agramante, en la Primera parte del Quijote, y durante la estancia de<br />

Periandro y Auristela y sus acompañantes en la isla del rey Policarpo, en el libro II del<br />

Persiles. Sólo en una ocasión se sirve del entrelazado para contar los sucesos simultáneos<br />

que les acontecen a personajes diferentes en espacios distintos, a saber, durante la<br />

separación de don Quijote y Sancho en los terrenos ducales, en la Segunda parte del<br />

Quijote. Por el contrario, lo evita cuidadosamente en el Persiles, aun cuando Periandro y<br />

Auristela estén por algún tiempo separados el uno del otro; el complutense opta o bien<br />

por la recuperación de las aventuras individuales en forma de relato intradiegético puro,<br />

o bien por registrar solamente los avatares de uno de ellos (como sucede en los compases<br />

finales del libro I). De modo que el hecho de que la historia sentimental de <strong>Luisa</strong> y<br />

<strong>Bartolomé</strong> se erija en una trama paralela de la principal no conlleva que, para su<br />

exposición, <strong>Cervantes</strong> recurra al entrelazamiento, sino que consigna en el presente<br />

narrativo el viaje de Periandro y Auristela y puntualmente, aquí y allá, va registrando los<br />

acontecimientos que les ocurren a la talaverana y el bagajero. Lo sorprendente del caso<br />

es que en el muestrario sustituye la oralidad, que suele ser el modo en el que se<br />

recuperan los hecho acaecidos simultáneamente, por la escritura.<br />

En efecto, ya en tierras italianas, el escuadrón se topa con el curioso poeta español<br />

que está compilando la Flor de aforismos peregrinos, ese libro en el que sintetizan su<br />

vivir los principales personajes del Persiles, entre los que se cuentan <strong>Bartolomé</strong> y <strong>Luisa</strong>,<br />

pues ellos, antes que Periandro y compañía, también han entrado en conocimiento con<br />

el escritor. El manchego ha cifrado su andadura por la novela con la sentencia de que<br />

«no hay carga más pesada que la mujer liviana» (IV, i, 421), aun cuando siga obcecado<br />

en su amor. Mientras que <strong>Luisa</strong>, que desde la graciosa anagnórisis con Constanza, se<br />

debate entre la virtud y el pecado, no deja para la posteridad de la letra impresa sino eso<br />

mismo: «más quiero ser mala con la esperanza de ser buena, que buena con propósito de<br />

ser mala» (IV, i, 421), es decir, que sigue más apegada al suelo que al cielo. De todos<br />

modos, tanto uno como otro, al menos de palabra, albergan el propósito de conseguir<br />

una alternativa vital menos descarriada 51<br />

. Y así es como lo interpretan los que fueron<br />

sus amos, sobre todo en lo que se refiere a <strong>Bartolomé</strong>, dado que su aforismo «les dio que<br />

pensar [...] que le debía pesar ya la [carga] que llevaba en la moza de Talavera» (IV, n,<br />

423).<br />

Véase Nerlich, 2005, p. 342.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 149<br />

En esta ocasión, sin embargo, <strong>Cervantes</strong> conjuga aún en mixtura la información que<br />

proporciona un personaje oralmente, el poeta —recurso que en la historia de <strong>Luisa</strong><br />

deviene fundamental—, con lo que ellos dejan por escrito, o mejor dicho, dictan para<br />

que otros viertan la tinta en el papel.<br />

El paso definitivo en la sustitución de la palabra hablada por la escrita acaece en la<br />

ciudad de Roma, la meta del viaje de los amantes nórdicos, no la de <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong>.<br />

En efecto, un día por la mañana se persona un mensajero en la casa en la que se alojan<br />

los peregrinos con una carta para Antonio el hijo. Ella no es sino la relación por escrito<br />

del desenlace de la historia de <strong>Luisa</strong> y de sus compañeros o amantes: <strong>Banedre</strong>, el soldado<br />

y <strong>Bartolomé</strong>.<br />

La carta 52<br />

como elemento de orden narrativo, aunque usado ya en la antigüedad<br />

grecolatina, cobra un interés inusitado a lo largo del siglo xvi, hasta el punto de que se<br />

convierte en una novedosa variedad genérica, bien como molde o recurso axial en el que<br />

verter una trama, como sucede en el Lazarillo de Tormén, bien como módulo<br />

independiente: las colecciones de letras verídicas, como las Epístolas censoras (1540) de<br />

Pedro de la Rhúa, de cartas apócrifas, como las celebérrimas Epístolas familiares (1539-<br />

1541) de fray Antonio de Guevara 54<br />

, o novelas epistolares, como el Proceso de cartas de<br />

amores (1548) de Juan de Segura 55<br />

. Pero lo más significativo del caso es que coadyuva, y<br />

cómo, a la conformación de la novela moderna, por cuanto que «la mera apariencia<br />

epistolar equivalía a una presunción de historicidad, de realidad» 56<br />

, es decir,<br />

conformaba «una fórmula de ficción esencial y deliberadamente seudohistórica» 57<br />

,<br />

puesto que en ellas «venían también el ambiente contemporáneo, la perspectiva<br />

cotidiana, el tono familiar», de tal forma que en el paso de las verídicas a las falsas<br />

«todo fluía como si fuera verdad, por más que uno estuviera convencido de que no lo<br />

era» 58<br />

. <strong>Cervantes</strong> apenas participa de esta apoteosis epistolar, que tiene en el medio siglo<br />

del Quinientos su máxima difusión, ya que no construye ninguno de sus textos bajo este<br />

patrón morfológico, sino que, a lo sumo, lo que hace es entreverar de cuando en cuando<br />

en sus narraciones alguna que otra carta o billete, especialmente cuando la historia en<br />

cuestión se aviene con las normas de la novela sentimental. En el Persiles, sin contar la<br />

de <strong>Bartolomé</strong>, son tres las cartas que se recogen en la narración, las de Periandro a<br />

Auristela, Rutilio a Policarpa y Clodio a Auristela, todas ellas concentradas en el palacio<br />

del rey Policarpo y todas ellas amorosas. Curiosamente, sólo la de Clodio llega a su<br />

destinatario, puesto que Rutilio en un acceso de lucidez racional romperá la suya y<br />

Periandro finalmente suplantará la palabra escrita por la hablada.<br />

La de <strong>Bartolomé</strong> es completamente diferente a estas otras; su contenido no sólo es<br />

informativo, sino que se trata de una petición de auxilio y de merced. Su tono es<br />

decoroso, por cuanto que refleja la condición social del escribiente, más bien dictante,<br />

2<br />

Véase Rico, 1992, pp. 65-77.<br />

53<br />

Recordemos que como «epístola hablada» es como define Guillen el Lazarillo (1957, p. 268).<br />

a<br />

Sobre De la Rhúa y Guevara, puede verse Márquez Villanueva, 1973, pp. 187-194.<br />

s<br />

Como dice Rey Hazas, el Proceso de cartas de amores es «la primera novela totalmente epistolar de<br />

nuestra literatura» (1982, p. 72).<br />

*Rico, 1992, p. 75.<br />

57<br />

Márquez Villanueva, 1973, p. 197.<br />

58<br />

Francisco Rico, 1992, pp. 76 y 77.


150 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

como lo atestiguan su estilo llano y jocoso, su léxico y el uso continuo de refranes. Por el<br />

mundo que refleja, se aproxima bastante al orbe de la picaresca y del hampa rufianesco,<br />

que en la Roma del Persiles cobra una importancia decisiva. De hecho, la carta de<br />

<strong>Bartolomé</strong>, escrita desde la cárcel, manifiesta no pocos puntos de contacto con las<br />

epístolas de jaques que se habían puesto de moda a principios del siglo xvn, al calor de<br />

la famosas jácaras de Quevedo sobre Escarramán y la Méndez. Moda a la que se había<br />

sumado <strong>Cervantes</strong> con el entremés de El rufián viudo 59<br />

, y también Mateo Alemán 60<br />

con<br />

la misiva que envía la esclava a un Guzmán encarcelado y condenado a galeras, en la<br />

novela homónima (parte II, libro m, capítulo 7) 61<br />

.<br />

La relación escritural de <strong>Bartolomé</strong>, lógicamente, es una forma de comunicación a<br />

distancia, en tanto que se actualiza mediante un acto de lectura: la que realizan Antonio<br />

el hijo y Periandro. Se trata de una variación formal no ensayada nunca antes por<br />

<strong>Cervantes</strong> en lo que concierne a la materia interpolada con que complementa sus<br />

narraciones de largo aliento, pues la mayor parte de las misivas se relatan de viva voz y<br />

mediante un poderoso ejercicio memorístico, si exceptuamos la que encuentra don<br />

Quijote en el libro de memorias de Cardenio, sólo que en este caso, a diferencia de la de<br />

<strong>Bartolomé</strong>, los personajes implicados en el proceso comunicativo se desconocen. Los<br />

únicos episodios que se actualizan por un acto de lectura son El curioso impertinente,<br />

magnífico ejemplo de lectura voceada para un auditorio: el que se reúne en la venta de<br />

Juan Palomeque el Zurdo, y El coloquio de los perros, leído por medio de ese refinado<br />

juego burgués de la intimidad que es el diálogo silencioso con el texto por el licenciado<br />

Peralta. Las diferencias entre estas dos novelas y la carta de <strong>Bartolomé</strong> son más que<br />

obvias, máxime cuando son ficciones para sus lectores, mientras que la carta pasa por<br />

ser un retazo de vida auténtica y real, pero, con todo, no son sino un indicio más de<br />

literatura dentro de la literatura.<br />

Sea como fuere, lo cierto es que <strong>Bartolomé</strong> y <strong>Luisa</strong> han dado con sus huesos en la<br />

cárcel y el cómo es lo que explica la carta-relación intradiegética. Resulta que la pareja<br />

de bajas credenciales, a poco de arribar a la anhelada meta del Persiles, que parece<br />

funcionar como centro magnético al que van a parar todas las vidas, se topa con el<br />

soldado que sacó a <strong>Luisa</strong> de la trena madrileña, el cual, viéndose agraviado en su fuero<br />

interno, no pretende sino lavar su deshonra con el uso de la violencia, pero su propósito<br />

se vuelve en contra suya y finalmente perece a manos del bagajero. Sin embargo, no es<br />

este el único homicidio de la pareja, sino que <strong>Luisa</strong> hace lo mismo con su esposo<br />

<strong>Banedre</strong>, que por acaso o sin él se hallaba también en Roma:<br />

59<br />

Véase Asensio, 1970, pp. 34-37.<br />

81<br />

Véase Rico, nota 26 de la p. 870, del capítulo 7, del libro III, de la parte 2" de su ed. del Guzmán de<br />

Alfarache.<br />

61<br />

La carta de la esclava a Guzmán, que no es sino un «intermezzo ridículo», pero que se erige, sin<br />

embargo, en el «único oasis en el inmenso yermo del Guzmán de Alfarache», bien podría ser uno de los varios<br />

capítulos de intertextualidades que se dan entre Alemán y <strong>Cervantes</strong>, pues el primero podría haber tenido al<br />

segundo como modelo para la redacción de una carta que a su vez podría ser la fuente de la de <strong>Bartolomé</strong>,<br />

como sostiene Márquez Villanueva, 1995, pp. 282-293 (las citas pertenecen a la p. 285). En cambio, Rey<br />

Hazas duda de la posibilidad de que la carta de la esclava fuera un reflejo del quehacer literario cervantino en<br />

la obra de Mateo Alemán (2002, p. 180).


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 15 1<br />

Estando en la fuga de esta pendencia, llegó otro peregrino, que por el mismo estilo comenzó a<br />

tomarme la medida de las espaldas; dice la moza que conoció que el que me apaleaba era un su<br />

marido, de nación polaco, con quien se había casado en Talayera; y, temiéndose que, en<br />

acabando conmigo, había de comenzar por ella, porque le tenía agraviado, no hizo más de<br />

echar mano a un cuchillo, de dos que traía consigo siempre en la vaina, y, llegándose a él<br />

bonitamente, se le clavó por los ríñones, haciéndole tales heridas que no tuvieran necesidad de<br />

maestro (TV, v, 438).<br />

No cabe dudar de la habilidad con la que <strong>Cervantes</strong> transgrede las normas sociales<br />

de la honra y de su uso estipulado en la literatura, por cuanto que lo lógico y corriente,<br />

luego del adulterio de <strong>Luisa</strong>, hubiera sido la venganza asesina de su marido, y, sin<br />

embargo, lo que sucede es lo contrario. La razón de esta inversión puede residir en lo<br />

que Américo Castro 62<br />

definió como la muerte post errorem, «tanto más cuanto que ya<br />

aparecía bastante castigado <strong>Banedre</strong> con la fuga de la moza y la pérdida de sus dineros.<br />

Juzgó, empero, necesario [<strong>Cervantes</strong>] encerrar el episodio dentro de líneas aún más<br />

inexorables». Y, en efecto, el severo castigo que recibe el polaco parece estribar en el<br />

cúmulo de errores y abusos que rodean y con los que se consuma su matrimonio con la<br />

moza, principalmente el de la vulneración de uno de los principios sagrados de<br />

<strong>Cervantes</strong> que consiste en el respecto absoluto a la libertad del otro, y que el polaco ni<br />

tiene en cuenta ni sigue, pues como bien dicen Antonio Rey y Florencio Sevilla, en la<br />

obra del alcalaíno «el amor puede oscilar hasta extremos [...], pero no forzar, ni<br />

violentar la independencia de nadie» 63<br />

. Además, el fallecimiento de <strong>Banedre</strong>, tanto<br />

menos el del soldado, sirve para allanar el camino amoroso de <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong>, el<br />

único que ella eligió libremente y según el dictado de su voluntad, puesto que «la muerte<br />

del polaco puso en libertad a <strong>Luisa</strong>» (IV, vm, 45o) 64<br />

.<br />

De resultas del doble homicidio, la criminal pareja no sólo fue hecha presa y<br />

conducida a la cárcel, sino que está a la espera de su ahorcamiento. Y aquí, más que en<br />

la relación de los hechos, es donde se halla el porqué de la carta, que no es otro que una<br />

petición de socorro. No sin irónico desgarro, <strong>Bartolomé</strong>, que sabe que los jueces y<br />

funcionarios romanos son igual de corruptos que los de España, esto es, que dictaminan<br />

sus sentencias según de donde provenga el brillo del oro 65<br />

, ruega misericordia a<br />

Constanza, a Periandro y a Auristela para que interfieran con sus gracias y dádivas a su<br />

favor, si no para librarles de la horca, a lo menos para que su ajusticiamiento, como<br />

quiere <strong>Luisa</strong>, tenga lugar en su tierra, «donde no faltaría algún pariente que de<br />

compasión le cerrase los ojos» (IV, v, 439).<br />

62<br />

Castro, pp. 123-142, la cita es de la p. 132.<br />

a<br />

Rey Hazas y Sevilla, 1999, p. XLIX.<br />

m<br />

La muerte de <strong>Banedre</strong>, aunque acaecida de forma diferente, cobra un alcance similar a las de Carrizales<br />

y Anselmo, con las que se relaciona. Los tres son maridos que juegan con la voluntad de sus esposas; los tres<br />

son burlados de pensamiento o de obra; a los tres se les niega la venganza, ya porque reconocen su culpa, ya<br />

porque son convencidos; y los tres perecen como castigo poético de sus despropósitos.<br />

65<br />

Estas corruptas analogías entre el sistema judicial español y el romano que sirven para subrayar las<br />

similitudes existentes entre ellos, a pesar de sus diferencias, no es nuevo en la obra de <strong>Cervantes</strong>, puesto que ya<br />

había sido utilizado, por lo menos, en El amante liberal, donde se efectúa un juego de correspondencias<br />

especulares similar entre el funcionamiento de los imperios español y turco (véase Cardillac, Carriére y<br />

Subirats, 1980).


152 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

Como era dable esperar, puesto que es norma casi fija de los paranarratarios<br />

cervantinos, lo primero que hacen los lectores intradiegéticos es admirar la calidad<br />

literaria de la carta, para, de seguida, afligirse por el desgraciado y trágico contenido y<br />

ponerse manos a la obra. Son Croriano y Ruperta, que desde su juntamiento viajan con<br />

los héroes, los que se hacen cargo del asunto, en función de las buenas relaciones que<br />

tienen establecidas en Roma. De modo que «en seis días ya estaban en la calle<br />

<strong>Bartolomé</strong> y la Talaverana: que, adonde interviene el favor y las dádivas, se allanan los<br />

riscos y se deshacen las dificultades» (IV, v, 440).<br />

No podía ser de otro modo. Pues, efectivamente, entre otros aspectos, la peripecia<br />

vital de <strong>Luisa</strong> está íntimamente vinculada al poder del dinero y la corrupción que<br />

genera, que se cifra en los abusos de poder. No hemos parado de repetir cómo su<br />

matrimonio con el polaco no es más que una operación de compra-venta. Y si el oro es<br />

el responsable último de su posterior vida en la marginalidad y la criminalidad, es<br />

asimismo el que le devuelve la libertad. Es obvio, por lo tanto, que <strong>Cervantes</strong> dispara un<br />

carcaj de dardos envenenados contra estos abusos específicos de la vida social de su<br />

tiempo; de aquella que, viciada y pervertida, se había despojado de los valores éticos y<br />

morales en favor del dinero, encarnada primero en la autoridad paterna y luego en el<br />

quehacer de la justicia romana. La historia de <strong>Luisa</strong>, en su realismo cotidiano y en el<br />

mundo sin valores que representa, semeja pues una visión no muy distinta de la de la<br />

picaresca: su vida, de alguna manera, es la historia de un fracaso, la vida de una mujer<br />

vencida por el mundo y que, víctima de un matrimonio forzoso y de las necesidades y<br />

culpable por su liviano talante, ha renunciado a todo con tal de salir a buen puerto.<br />

Mas, sin embargo, la ironía y el espíritu sin horizontes de <strong>Cervantes</strong> no tienen límite, y<br />

la salvación de la joven depende de los mismos que la pervierten, aparte, claro está, de<br />

que <strong>Luisa</strong> no es un ser sometido a proceso, sino que es un personaje presentado amable<br />

aun a sabiendas de su maltrecha vida y al que se le concede la esperanza de subsistir<br />

libremente con el premio del amor y del matrimonio, pero el que se fundamenta en la<br />

libertad y en la paridad de los contrayentes y no en el forzoso y el que vulnera las leyes<br />

naturales.<br />

Pues, efectivamente, una vez muerto <strong>Banedre</strong> y habiendo recuperado la libertad,<br />

<strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong> participan de esa ley cervantina según la cual el matrimonio es «el<br />

remate de los amores dichosos [...]. El amor de dos jóvenes acaba por triunfar: ha<br />

vencido los obstáculos que le oponían la familia, la sociedad o el destino» 66<br />

:<br />

Aquella noche la fue la primera vez que <strong>Bartolomé</strong> y la Talaverana fueron a visitar a sus<br />

señores, no libres, aunque ya lo estaban de la cárcel, sino atados con más duros grillos, que<br />

eran los del matrimonio, pues se habían casado (IV, vm, 456).<br />

De hecho, el narrador del Persiles, en el momento de cerrar la novela, no se olvida de<br />

mencionar a la moza castellana y el bagajero manchego, que, de alguna manera, se<br />

suman a esa apoteosis matrimonial y de dicha con que todo se resuelve. Bien es cierto<br />

que su destino es diferente al de las otras parejas que se conforman al final del libro:<br />

estas pueden regresar a sus casas y a la sociedad de la que se habían desgajado con<br />

plenas garantías, su andadura por el Persiles es un viaje de ida y vuelta, del que se<br />

^Bataillon, 1964, p. 253.


ORTEL BANEDRE, LUISA Y BARTOLOMÉ 153<br />

regresa con una identidad reafirmada, tras la superación y el triunfo de cuantas trabas lo<br />

han obstaculizado; mientras que el de <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong> es un camino sin retorno, un<br />

viaje sin fin, una fuga permanente hacia ningún sitio, en el que se camina hacia un<br />

futuro brumoso, repleto de dudas y de intrigas, pero incierto:<br />

<strong>Bartolomé</strong> el manchego y la castellana <strong>Luisa</strong> se fueron a Ñapóles, donde se dice que acabaron<br />

mal, porque no vivieron bien (IV, xiv, 482).<br />

<strong>Banedre</strong>, Martina, Soldino, <strong>Bartolomé</strong>, Feliz Flora, el poeta castellano, el portador de<br />

la carta, todos ellos, siempre desde su visión y conocimiento de los hechos, han juzgado<br />

negativamente a <strong>Luisa</strong>; es más, incluso ella, consciente de sí misma y siguiendo el<br />

modelo abierto por doña Estefanía de Caicedo, la protagonista femenina de El<br />

casamiento engañoso, no ha escondido ni su pasado ni su presente de mujer pecadora.<br />

Sólo el narrador, que «es el personaje más importante de todas las novelas (sin ninguna<br />

excepción), y del que, en cierta forma, dependen todos los demás» 67<br />

, es el único que se<br />

ha mantenido neutral e impasible y no ha emitido ninguna sentencia sobre la conducta y<br />

el carácter de la joven. Ni siquiera esa frase última en la que se deja entrever un posible<br />

final funesto para la pareja es suya, puesto que no está garantizada por su omnisciencia<br />

de los hechos, sino que se escuda en ese «se dice que». Como es fácil suponer, este hecho<br />

no nos habla sino del perspectivismo del episodio, de la filosofía de los puntos de vista<br />

que lo sustenta, de la relatividad individual y de la atomización de la realidad. De este<br />

modo el episodio sobrepasa las lindes de los apriorismos, los dogmas y los prejuicios,<br />

posibilitando que el personaje pueda realizar por cuenta propia su proyecto vital según<br />

el dictado de su voluntad. Pues, como sabiamente afirma Francisco Márquez<br />

Villanueva 68<br />

, «lo que a <strong>Cervantes</strong> le interesaba era la dimensión humana y relativa de<br />

los problemas, y no las soluciones de orden doctrinal, con las que nadie ha podido hacer<br />

buenas novelas». Le corresponde, en consecuencia, al lector la tarea de juzgar por sí<br />

mismo, de implicarse, como han hecho los personajes, y emitir su propio veredicto.<br />

<strong>Cervantes</strong> ha conformado una historia, la de <strong>Luisa</strong>, que lejos de moverse en un plano<br />

ideal, como la de los protagonistas del Persiles, lo hace en el terreno de la vida, en el que<br />

la moral y el vicio quedan subsumidos por la relatividad de los hechos y encuadrados en<br />

un mundo depravado e inmoral que tiene como única ley la del dinero. <strong>Luisa</strong> no es más<br />

que el producto del abuso de poder, que la conduce a la vida de la marginalidad, la<br />

prostitución y la criminalidad, y también de su temperamento veleidoso; mas su<br />

respuesta, sin embargo, es amable, vital y repleta de esperanza 69<br />

, y si finalmente acaba<br />

mal o no, es una responsabilidad suya que se basa en el ejercicio de su libre voluntad.<br />

*<br />

En definitiva, el episodio de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong> es una respuesta más<br />

de <strong>Cervantes</strong> sobre un tema que le obsesiona y que recorre su obra de cabo a rabo: el del<br />

matrimonio cristiano. Para que no haya lugar al equívoco, el autor del Quijote encuadra<br />

67<br />

Mario Vargas Llosa, Carta a un joven novelista, p. 1322.<br />

ffl<br />

Márquez Villanueva, 1995a, p. 76.<br />

ffl<br />

Una interpretación diferente de la historia puede verse en Nerlich, 2005, pp. 343-346.


154 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

la historia entre dos casamientos, el que acontece al principio y el que la cierra. El<br />

primero es un fracaso estrepitoso y trágico a causa de la grave transgresión que comete<br />

el marido, en el sentido en el que fuerza la voluntad de su mujer al comprarla<br />

literalmente, además de por ser un matrimonio desigual en todos los órdenes, que<br />

conduce a <strong>Luisa</strong> al adulterio y a <strong>Banedre</strong> a la muerte. El segundo, basado en el deseo<br />

libre y recíproco de unión de los dos contrayentes y en la paridad y la aquiescencia 70<br />

,<br />

presenta, no obstante, un desenlace nebuloso por el que el escritor nos advierte de que la<br />

felicidad de la vida conyugal depende del buen gobierno de la pareja y de su<br />

virtuosismo. Tanto uno como otro, por consiguiente, se oponen y contrastan a los<br />

casamientos felices que cierran el texto, sobre todo al de Periandro y Auristela ya como<br />

Persiles y Sigismunda, puesto que ellos, en su accidentado viaje, han limado todas su<br />

asperezas, han sabido controlar sus pasiones y han hecho del amor y la virtud la base de<br />

su unión. Y de ahí deriva la justificación temática de la interpolación en el seno de la<br />

novela; ampliamente reforzada además por esa disposición intermitente del episodio que<br />

le permite mantener una dialéctica constante con la acción principal y garantizar la<br />

cohesión unitaria del conjunto. Pero el episodio es también la constatación fáctica de la<br />

maestría de <strong>Cervantes</strong> en el arte literario, sobre todo en lo que concierne a la disposición<br />

diegética de los distintos materiales que la conforman y al uso de una prodigiosa gama<br />

de estrategias narrativas, así como de su incansable labor de experimentación, que le<br />

lleva a introducir una fresca y sabrosa ensalada de vida cotidiana al lado de a un plato<br />

de faisanes bien aderezados y estilizados.<br />

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70<br />

Desde esta perspectiva, el episodio de <strong>Luisa</strong> se distancia del final de El celoso estremeño, puesto que en<br />

la novela ejemplar Leonora desprecia la oferta matrimonial de Loaisa, ya que no es sino una imposición más<br />

de su marido, que quiere seguir gobernando su destino incluso después de su muerte, su elección libre es el<br />

convento. <strong>Luisa</strong>, en cambio, está demasiado apegada al suelo y en consecuencia opta por la incorporación al<br />

ciclo de la vida que supone el matrimonio, y no a su renuncia.


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Resumen. En el presente estudio ofrecemos un análisis estructural y temático del episodio de <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>,<br />

<strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong>, inserto en Los trabajos de Persiles y Sigismunda, con el objetivo de mostrar las estrategias<br />

diegéticas que utiliza <strong>Cervantes</strong> a la hora de intercalar historias laterales en una narración mayor y así<br />

conseguir la mejor cohesión de la materia narrativa de las distintas partes.<br />

Résumé. Analyse structurelle et thématique de l'épisode d'<strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> y <strong>Bartolomé</strong>, dans Los trabajos<br />

de Persiles y Sigismunda; il s'agit de montrer les stratégies diégétiques utilisées par <strong>Cervantes</strong> pour l'insertion


158 JUAN RAMÓN MUÑOZ SÁNCHEZ Criticón, 99, 2007<br />

d'histoires secondaires dans un récit premier en vue d'obtenir la parfaite cohésion de la matière narrative<br />

contenues dans les diverses parties de l'ouvrage.<br />

Summary. The article is a structural and thematic analysis of the <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>, <strong>Luisa</strong> and <strong>Bartolomé</strong>'s episode<br />

in Los trabajos de Persiles y Sigismunda. The aim is to show the diegetic strategies used by <strong>Cervantes</strong> to insert<br />

minor stories in a major narrative in order to achieve a better cohesion of the narrative matter of the different<br />

parts.<br />

Palabras clave. CERVANTES, Miguel de. Estrategias diegéticas. Historias intercaladas. Los trabajos de Persiles y<br />

Sigismunda. Matrimonio. <strong>Ortel</strong> <strong>Banedre</strong>.

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