Estado, nación y nacionalidad en la Argentina, 1887 ... - Imago Mundi

De esta manera, la construcción simbólica de la
nación, será impulsada por la clase dirigente, núcleo
central de una más amplia coalición estatal 11 que
incluye a intelectuales y políticos, cuya tarea consistirá
en develar los hasta aquí difusos contornos de la
nacionalidad. Es posible, y como hipótesis excede el
marco de estas breves líneas, que la nacionalización
de las masas forme parte de un proyecto de relegitimación
de una clase dirigente que se autopercibe
fracturada y puesta en entredicho por una sociedad
plural que la acosa desde diversos flancos. 12 Desde
aquí, es que quizá el nacionalismo de esos años haya
sido prontamente visualizado por estos sectores dirigentes,
como la herramienta idónea para reconstruir
y controlar lazos sociales que se veían amenazados.
1. Un elemento prodigioso
Sin duda alguna la generación del 80 hereda del
verbo sarmientino la fe en la educación pública, hecho
por demás evidenciado en la importancia que se
le dio al tratamiento y promulgación de la Ley 1420,
en 1884, siendo Eduardo Wilde ministro de Educación
del presidente Roca. Sin embargo, subyace en
esta fe profesada por la elite, obviamente inspirada
en los núcleos liberales y positivistas europeos, y en
la tradición iluminista, elementos paradojales, a veces
contradictorios: a la necesidad de performar y
calificar una mano de obra que ya se muestra indócil
en la época de la organización nacional, 13 se le
del elemento vil, de allí los peligros de su popularidad y efectividad
como artefacto nacionalizador. Desde aquí, no sería
descabellado hipotetizar que esta expulsión explícita, tiene
gran vinculación con el afán de control social que esta operación
contiene. Al mismo tiempo, traza límites entre lo que
la nacionalidad debe portar, y lo que no. También es claro
que la aceptación del culto moreiriano por los inmigrantes,
da muestra de una voluntad para ser nacionalizados e integrados,
de adquirir una identidad. Véase Terán, O., Ingenieros.
Pensar la nación. Alianza, Buenos Aires, 1986, Funes, P. op.
cit. y Prieto, A., El discurso criollista en la formación de la
Argentina moderna. Sudamericana, Buenos Aires, 1992.
11 Ludmer, J., La gauchesca. Un tratado sobre la patria.
Sudamericana, Buenos Aires, 1988.
12 En un texto sugerente, «Sarmiento, the writer», Ricardo
Piglia afirma que las clases dirigentes argentinas y la elite
intelectual, se han representado a las clases populares de dos
maneras: bajo la forma de parodia o de paranoia. En la novela
naturalista del 90 se recurre a esta última figura, verbalizada
en términos de infiltración (concepto que tendrá gran éxito
a futuro), o de virus que se adentra en un cuerpo sano para
destruirlo, imagen tributaria de la moda biologista. Otras veces
se recurre a la parodia, rastreable en la obra de Payró, y
en textos más tardíos como «La fiesta del monstruo» de Borges,
en donde apela al ridículo para describir una multitud
peronista.
13 Aquí es explícita la huella de Sarmiento. En ninguna
otra obra, la escuela es metaforizada como una espuela que
doma cuerpos morosos y esquivos a constituirse en mano de
obra y mercado de trabajo para el proceso de modernización,
Estado, nación y nacionalidad en la Argentina, 1887-1910
suma la idea de proveer a unas masas ahora de origen
inmigratorio, portadoras de diversas tradiciones
y experiencias, de un acervo simbólico común y unívoco,
que también es considerado disciplinador de
sujetos conflictivos.
El sistema educativo será la llave, herramienta
y la vía para interpretar un tópico de época, la decadencia
de las naciones latinas (exacerbada por la
derrota de Francia ante Prusia, en 1871 y luego por
la de España ante Estados Unidos en 1898); de allí
que muchas naciones latinoamericanas envían, en los
últimos años del siglo XIX, comisiones de estudio de
los sistema educativos europeos no latinos, especialmente
del alemán, con el fin de extraer recetas para
el propio desarrollo nacional.
Desde aquí, es posible afirmar que la nacionalización
de esas masas, 14 fue tempranamente visualizada
como una necesidad acuciante por los sectores
dirigentes, y a las políticas estatales como la herramienta
imprescindible, a pesar de que aún no exista,
que el sanjuanino ve promisorio y futuro. Ya con la lente de
Chivilcoy en 1866, la educación será arma y esencia de ese
combate, destinado a convertir a estos gauchos díscolos, propietarios
de una vitalidad no productiva y pastoril que inunda
el Facundo, en agricultores farmers con tierra, escuelas para
sus hijos, derechos ciudadanos y gobierno municipal. Este
mecanismo, es vislumbrado también como igualador de estas
masas nativas en relación al esperable (y fervorosamente
deseado) aluvión inmigratorio, que Sarmiento sueña anglosajón
y portador de virtudes ciudadanas de difícil hallazgo en
los criollos. Obviamente las necesidades del capital, urgentes,
requieren otra forma de goce, y otra disciplina. El ejemplo del
«buen maestro», que ordena masas díscolas, es parte de esta
política pedagógica de «normalizar» a las clases subalternas.
Sin embargo, sería desmesurado afirmar que todos los sectores
dirigentes de fines del XIX formados en el marco liberal -
positivista tuvieron esta sarmientina adhesión incondicional a
la educación popular. Si bien por un lado, era unánime la idea
de que ella era necesaria para afianzar el nuevo orden, por el
otro les resultaba peligroso instruir demasiado a estos grupos,
ya que esto podría generar ambiciones de emancipación,
contrarias a sus intereses. Véase Scavino, D., Barcos sobre la
pampa. Las formas de la guerra en Sarmiento, Imago Mundi,
Buenos Aires, 1994, Halperín Donghi, T., «Una nación para
el desierto argentino» en Proyecto y construcción de una nación,
Ayacucho, Caracas, 1980 y Davini, M., La formación
docente en cuestión, Paidós, Buenos Aires, 1992.
14 El movimiento de integración vía nacionalización, plantea
una senda monoculturalista, es decir, que la nueva identidad
nacional a adquirir, hace tabla rasa con la originaria, de
allí la prohibición de portar la doble nacionalidad, y por ende
también, los bajos niveles de ciudadanización en las primeras
generaciones de inmigrantes. El artefacto barrio, en la ciudad
de Buenos Aires, (elemento integrador) no construye su
identidad sobre elementos nacionales (como en Nueva York,
donde hay barrios, italianos, portoriqueños, chinos) sino aplanando
estas diferencias. Y los que intentan hacerlo como la
Boca, con sus escuelas italianas, son desarticulados pronto
por el estado. Sobre la caracterización del barrio como artefacto
integrador en Buenos Aires véase Gorelik, A., La grilla
y el parque. UNQ, Buenos Aires, 1998.
Imago Mundi, (4 de marzo de 2008 21:55) — www.serviciosesenciales.com.ar 3