esta improbable - Zoo de Barcelona

Las
relaciones
MADRE-HIJO
en los
animales
ROSARIO NOS DE NICOLAU
Las crías de los rnarruferos nacen con el reflejo de succión y
han de aprender la recruca precisa para amamantarse Solo
la quia y cuidado s de la madre harán pcsrble que los jóvenes
reahcen correctamente este acto.
La conducta o comportamiento se perfecciona
a medida que crece el desarrollo morfológico
y psíquico de los animales.
El mismo acto, realizado por dos animales
distantes en la escala evolutiva, lleva consigo
grandes y numerosas diferencias.
Analizando el comportamiento materno desde
el momento de dar a luz, hasta que las crías se
independizan de la madre, dentro de los mamíferos,
notamos una mayor complejidad y una
mayor duración del tiempo de crianza en los
animales más superiores.
Un erizo hembra, vaga pesadamente entre la
hojarasca descompuesta del suelo de un arbolado.
Su madriguera está situada debajo de
una piedra disimulada por un tapiz verde. Salió
al anochecer y regresa antes de lo habitual.
Un calor suave y húmedo empapa el ambiente
de su recóndito escondrijo. Las púas de su
cuerpo, de tonos grises, rozan y se doblan en
el limitado espacio. El animal ladea su cuerpo,
afloja sus púas y contrae las patas traseras.
Cinco bolitas blancas, forradas de blandas púas,
quedan inmóviles al lado de la madre. Esta se
incorpora y pasa suavemente su vientre secando
y estimulando aquellas bolitas vivientes.
Unas horas más tarde, empezarán a moverse;
su madre las empuja con las patas para que
encuentren el pezón y lo succionen. Precisan
de la leche materna para adquirir fuerzas para
subsistir. Han heredado el instinto de succión,
pero es necesario que la madre les presente el
estímulo que ha de desencadenar este acto tan
necesario. Una interrelación se establece entre
la madre y el hijo. Durante estas primeras
horas, la conducta de la madre quedará grabada
en el hijo de una forma indeleble y duradera.
Aprenderá a seguirla, a amamantarse, a buscar
el alimento y a defenderse del peligro erizando
sus púas y enroscándose formando una bola.
Días después las jóvenes crías, ya adultas, abandonarán
a la madre. Posiblemente de aquel
vínculo; sólo quedará en las hembras una huella
del comportamiento materno que más tarde,
cuando sean madres, les servirá para practicar
con sus hijos.
Los gatitos recién nacidos se adueñan de
una determinada mama, después que su madre
les ha ayudado ha mantenerse para que encuentren
la situación del pezón. Su madre les facilita
el trabajo cubriéndolos totalmente con el
vientre. Sólo los abandona para procurarse el sustento.
Cuando regresa los toca ligeramente para
avisarles de su presencia y nuevamente los envuelve
con su cuerpo. Las caras redondas de los
gatitos estimulan los cuidados de la madre. Una
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