naturaleza dominicana - Grupo Leon Jimenes
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FÉLIX SERVIO DUCOUDRAY<br />
árboles —depende del tamaño— para obtener un<br />
saco. Cada horno corriente se traga, pues, —en el<br />
mejor de los casos— 350 árboles del bosque. Dicho<br />
de otro modo: destruye dos tareas de árboles.<br />
Y eso se repite con frecuencia, puesto que se<br />
lleva, por lo común, 16 días hacer un horno, y otros<br />
cinco días durante los cuales se mantiene prendido.<br />
Entonces entran a escena los burros del intermediario,<br />
que va a buscar la carga. Le pagan al<br />
campesino RD$1.60 por el saco de carbón; y como<br />
me dijo uno de ellos:<br />
—Pero cuando cargan el burro, piden RD$10<br />
por saco.<br />
El bosque de Verón necesitó millares y millares<br />
de años para establecerse. Porque primero los corales<br />
tuvieron que volverse roca debajo del mar y<br />
después salir al aire convertidos en terrazas calizas<br />
cuando en el Pleistoceno comenzó el fondo marino<br />
a levantarse.<br />
En ese piso de peñas iniciales no había nada al<br />
principio. Cuarenta y más kilómetros desde el mar<br />
a tierra adentro, en una sola planicie áspera y<br />
desierta.<br />
Y entonces empezó a formarse el suelo, que fue<br />
casi proeza de atareos y paciencias naturales. El<br />
viento arrastraba hojas de otros sitios, que caían<br />
entre las oquedades de las peñas; y allí, con el agua<br />
de las lluvias, los insectos, las bacterias y los hongos,<br />
este material orgánico se descomponía e iba<br />
cubriendo esas desolaciones. Luego, cuando el<br />
viento o las aves dejaron caer semillas, crecieron<br />
las primeras plantas que a su vez, al morir, se<br />
descomponían y continuaban enriqueciendo el<br />
suelo en formación. Hasta que al fin pudieron<br />
crecer los árboles que hoy pueblan ese bosque.<br />
10<br />
Quien no entienda el crimen que significa destruir<br />
lo que costó tanto trabajo y tanto tiempo construir,<br />
no entenderá nada. Si el bosque de Verón<br />
acaba convertido en potrero, después habría que<br />
esperar siglos y más siglos, y aún otros siglos más,<br />
para que vuelva a levantarse.<br />
Yo no soy enemigo de las carreteras. No me entiendan<br />
mal. Pero pienso que quien las construye<br />
no debe limitarse a decir «por aquí» y enseguida<br />
cortar el bosque. Hay que tener cuenta con las consecuencias<br />
ecológicas. Y conociendo la miseria que<br />
impera en nuestros campos, debieron tomarse los<br />
recaudos pertinentes para que el campesino hambriento<br />
que seguramente acudiría, tuviera un<br />
medio de vivir que a más de ser seguro, no dañara<br />
la apicultura, por ejemplo, que lo convierte en defensor<br />
del bosque para que no le quiten las flores<br />
de sus abejas.<br />
Por lo demás, siempre me pareció disparate el<br />
hacer una carretera que cruce el bosque rectamente.<br />
Porque si se trataba de acomodo de comunicación<br />
para el turismo, debió arreglarse la carretera de la<br />
costa, que va bordeando un maravilloso paisaje,<br />
por donde cada curva desenvuelve la sorpresa de<br />
playas deslumbradoras o echa sobre la cara el zumo<br />
fresco del mar.<br />
No ese trayecto invariable, duro, orillado por la<br />
amarga candela del carbonero, que si bien abrevia<br />
el tiempo del viaje —¿pero quién tenía esa prisa?—<br />
desde la misa higüeyana hasta los ejercicios marinos,<br />
ha dado un tajo de muerte al bosque virgen<br />
por no ponerle asunto a la sociología circundante.<br />
(6 oct., 1979, pp.4-5)