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naturaleza dominicana - Grupo Leon Jimenes

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FÉLIX SERVIO DUCOUDRAY<br />

¿Quién, viendo esto, habría pensado que estaba<br />

«en la ciudad»?<br />

El mediodía era la hora feudal de las queridas<br />

feudales. Después de almuerzo se veía diariamente<br />

pasar bajo el solazo a don fulano —el título de<br />

seriedad en el imponente bigote— siempre a la<br />

misma hora. Iba a dormir la siesta en casa de la<br />

segunda mujer: todo el mundo lo sabía, incluida<br />

la primera. Querida pública, pues. Institucional.<br />

Respetada de todos y con tratamientos de «doña»<br />

en todas partes. Y en medio de las dos el gran bigote<br />

de «don fulano», con las mandas de su testamento<br />

pendientes como espada de Damocles sobre el<br />

menor descuido en atenciones y obediencias debidas.<br />

Pero Higüey, cuyas raíces se hundían en el medioevo<br />

campestre que lo circundaba, tiene hoy, a<br />

más del cabo que cuando lo visita se siente «en la<br />

ciudad», un barrio de prósperos almacenes comerciales<br />

con capitalistas recientes. Que desde luego<br />

no tienen techo de cana. Cambió el entorno de campesinos<br />

patriarcales. Verdean ahora las cañas del<br />

Central Romana, que ya están tocando a las puertas<br />

de Higüey. De la ciudad de Higüey.<br />

La ciudad del cabo de Juanillo, a quien el profesor<br />

Marcano había enseñado a criar abejas.<br />

El camino que nos llevó hasta él lo tomamos por<br />

la Otra Banda, pasando el Duey, hoy esmirriado y<br />

lodoso, sin el cristal de antaño. Dejamos atrás el<br />

Cerro Gordo, que señala el final de la cordillera<br />

Central, precedido de aneblinadas montañas<br />

azules, y enrumbamos por la carretera nueva que<br />

parte en dos el bosque de Verón.<br />

Al final del trayecto nos topamos también con<br />

novedades.<br />

—No se puede pasar.<br />

14<br />

—¿Y por qué? ¿Quién no deja entrar?<br />

—El francés.<br />

Lo decía uno de los empleados que custodian,<br />

en Punta Cana, la puerta del Club Mediterranée.<br />

Gorro duro, de plástico, rojo chillón.<br />

Cuando traté de convencerlo de que los «derechos<br />

inherentes» a mi condición de dominicano<br />

eran llave que me abría, con la puerta, el paso hasta<br />

la playa, desechó todo argumento razonable con<br />

el cinismo de esta réplica, obediente a otras razones:<br />

—Aquí lo que corre es el money...<br />

Sonreía cuando lo dijo.<br />

No hubo más remedio que dar marcha atrás y<br />

llegar por otro rumbo hasta Juanillo.<br />

A falta del cabo ausente, Marcano encontró a<br />

otro de sus alumnos de apicultura, ahora sargento;<br />

pero que cuida el bosque con el mismo celo aunque<br />

en este caso con mayor autoridad que todos los<br />

campesinos que viven de la miel, por lo cual allá<br />

casi no quedan carboneros.<br />

—No quiero que les quiten las flores a mis<br />

abejas.<br />

En total, unos 40 apicultores en Juanillo han<br />

defendido el bosque.<br />

Y en la playa, tan altos como mal llamados, los<br />

«pinos» de Australia (Casuarina equisetifolia), los<br />

mismos que los jardineros de poda redondean en<br />

la capital y que, sin serlo, suelen llamar pinitos.<br />

Por esas costas remotas, la <strong>naturaleza</strong> es más<br />

hermosa que la vida.<br />

Cuatro hombres y un niño habían pasado la mañana<br />

sudorosamente en las bregas del chinchorro;<br />

y cuando al cabo lo sacaron a la orilla pareció más<br />

cargado de esperanzas fallidas que otra cosa. Los<br />

peces mayores se escapaban saltando al agua libre.

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