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El castillo de Acapulco

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<strong>El</strong> Castillo <strong>de</strong> <strong>Acapulco</strong><br />

1409<br />

—_Cuidado!----obserVó el con<strong>de</strong>: —confIa usted <strong>de</strong>rnasiado en sI<br />

mismo.<br />

—Por qué?<br />

—Porque si rnaneja usted la espada como las riendas...<br />

_Qué quiere usted <strong>de</strong>cir, señor con<strong>de</strong>?<br />

_Que francamcnte, yo no atribuyo el atropello do que ci señor<br />

Rivas Sc queja, sino a falta do práctica en manejar las riendas: el<br />

caballo CS, Slfl duda, tan indomable como dice ml sobrino; sin<br />

duda también no pudo usted contenerle, y el bruto se lanzó contra<br />

las tapias <strong>de</strong> la casa <strong>de</strong> Rivas, y alil permanecerIa usted <strong>de</strong>smayado<br />

ci ticrnpo que ci cabailo empJcó cn <strong>de</strong>vastar la milpa. Digo,—añadió<br />

ci con<strong>de</strong> con sardónica sonrisa,—á no ser que la hija <strong>de</strong> Rivas...<br />

—Eso, cso <strong>de</strong>be ser,—dijo la viudita, muy satisfecha <strong>de</strong> encontrar<br />

motivo para hacer inculpaciones a D. Buenaventura;—uSted<br />

me engana, usted persigue, galantea ii la hija <strong>de</strong> Rivas, es horrible,<br />

atroz, indigno <strong>de</strong> sus afios.<br />

—Alto ahI, vive Cristo!—gritd D. Buenaventura, —no soy nmgun<br />

Matusalén para que se me echen en cara mis años.<br />

—;Luego es ciertol i luego usted corteja a la hija dc Rivas!<br />

—Sefiore, con dos mil <strong>de</strong> a cahallol y perdonen uste<strong>de</strong>s mis<br />

jurarnentos; ni yo conozco a esa senorita, ni mucho menos la cortejo,<br />

Ill un biedo me importa, ni nada he tenido que ver con ci tal<br />

D. Antnio Rivas, ni daflo alguno le he causado, ni sé qué caballo<br />

retinto golondrino es ese, ni yo le he montado, ni...<br />

—Cdmo!—cxclamó D. Sóstenes intcrrumpi6ndo1e,—c6m0 es<br />

eso <strong>de</strong> que usted no ha montado ii cabaIlo<br />

—Seria usted capaz <strong>de</strong> habernos soltado una mentira?—preguntó<br />

la viudita gozosa y satisfecha, como si Ic hubiera asaltado la esperanza<br />

<strong>de</strong> que aquello fuese en efecto una mentira, y, por lo tanto,<br />

nada hubiera visto ci comandante <strong>de</strong> sus conferencias con D. Andrés<br />

Romero, en Chapultepec.<br />

Instantáneamente D. Buenaventura se repuso y recobró ci perdido<br />

aplorno.<br />

—Es necesario,—se dijo,—sostener hasta el fin ml endiabiada<br />

rnentjra: no me faitarãn recursos para <strong>de</strong>mostrar mi inculpabilidad<br />

en esta aventura que no es mia, sino <strong>de</strong> este maiditIsimo Carlos <strong>de</strong><br />

Arrnendáriz; pero <strong>de</strong> ningün modo me conviene confesar que he<br />

mentido, pues rcvelarlo serla autorizar a Rosa a mentir, y Un ma-<br />

Toio 1

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