KUNDRY - Biblioteca Nacional de Colombia

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KUNDRY
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IlnRHH III JO lO, (\ O
190:
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GABRIEL LATORRE
conquistados, le siguieron de buena gana
sus amigos. Prometíase el mozo un rato
de ameno flirt, como otros muchos de
gratísimo recuerdo, con la encantadora
Carolina, á quien \'enía haciendo el amor
de años atrás, cuando aún estaban ambos
en la escuela .
•
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40 GABRIEL LATORRE
placeres sociales, un centrico de cultura
que iba ya causando alarma no poca á los
buenos raizales que la conocieron en sabana.
Por sobre todo esto batía sus alas la
Mariposita como una hada. y su popularidad
iba creciendo hasta cOI1\"ertirse en delirio.
¡Pobre Pedro!" " " -
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GABRIEL LA TORRE
Estaba jugando con aquella infeliz, á quien
amaba, y que, prendada de él como una
tonta, se le rendía sin resen'as, perdonando
siempre las mayores infidelidades con
facilidad increíble; subyugada completamente
por aquel mozo envanecido; privada
por el verdadero amor, que inhábiles torna
á las mujeres apasionadas en cuyo corazón
llega á albergarse, de su de treza ingénita
para servirse de las certeras armas
de la coquetería, que son segura prenda de
u victoria. Pedro, ante aquel nuevo testimonio
de amor de Carolina, entía remordimientos
que amargaban Sl: triunfo y engrandecían
su afecto. H lIbiera querido borrar
al ¡:.recio de su sangre los pesares silenciosos
qUt:: por cau a suya padeciera la
ensible doncella, las lágrima.: tal vez que
le había hecho derramar; y se juraba ahora
á sí mismo obtener de su propia conciencia
el perdón de lo pasado, aplicándose á
ser con Carolina un amante digno de tanta
abnegación y tanta ternura. ]amá- había
llegado á ver tan claramente como aquella
noche la profundidad del amor que la apasionada
niña le profesaba.
Seguro del perdón había venido, y bromeando
donosamente hubiera de-eado hacer
la paces, Había ido siempre 6e su
sistema. Má · que una pa ión ..:eria r con
ribete' de melodrama, quería, á fuer de
mozo aturdido r con anhelo de de. I>reocupación,
unJlirt de buen lono, con 'u pi-
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KUDRY 63
te, los dulces episodios de aquella noche,
preguntó de improviso, picada otra 'é(!z oe
curiosidad por una alusión no entendida, y
olvidada luégo en el goce de la reconciliación:
-¿ Quién es, , , ,? Ajá! ya se me olvidó
el nombre, Esa que usted decía ahora en
el corredor. ¿ Cómo era?
-No recuerdo, Carolina.
- j Qué memoria la mía! U na que usted
llamaba "salvaje y tentadora". ¿ No fué
así como usted dijo, Pedro?
-Ah! ya sé ¿ Kundry?
-Eso! ¿Y quién es Kundry?
Kundry es usted, Carolina-respondió
Pedro, bromeando como al principio.
-4 ó; de \'eras. Dígame u ted quién es
-insistió la muchacha con cierta impaciencia.
-Pues bien; ya que usted se empeña,
seré franco, que yo nunca me ando con
embustes ni tapadijos, Y digo lo que pien­
So r confie o lo que hago, in miedo de
las con ecuencias. Oiga u. ted, pues, Carolina.
ya que lo ha querido. Kundry es una
mujer diabólica; una mujer á quien yo conOcí
un tiempo: á cuyas tentaciones, que
debiera haber rechazado porque iban en
Contra de mi libertad y mi . ah'ación, no
he 'abido re i. lir: " á quien, ",_e lo confie_o
¡í lued. Car íina. con toda franque­
za,. , . , á quien amo aún, á quien amo. hor
" , .
a ro s que nunca, a qUIen .. ' .
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90 r;ARRIEL LATORRE
-¿De manera que usted no me quiere,
Carolina?
- Te quiao, si; porqut' eres iJloCCJltc. 71'
a mo como la tórtola tÍ "Su ,,¡du.
-Xo se burle usted. Carolina.
-Si no me burlo; es que digo \·ersos.
¿:\ O le gustan á usted los \·ersos? Guillermo
se encanta oyéndome decir versos. Le
gustan mucho; pero no sabe ni uno solo.
J. 'ada más que en alemán. que' no se entienden.
Tengo que decirle que me enseñe
alemán. i .:\Ie quiere t;ínto e: pobre!
-. o hace usted m: que \,j\,ír mentando
á Guillermo. ¿ Lo quiere usted mucho.
Carolina?
-¿ Sabe usted cuál me gu ... ta Ill'" de todo.'
mis pretendiente"?
-Cuál?
ted,
- Yo?-preguntó Pedro, feliz con aqu'­
\la declaración que apncigmiln us celo._
-:í, _eiior; u::-ted. Lo dem,í" ni s;quiera
aben coquetear. El pobre Guillermo e
un implecito que no cnti nd _in de caamiento.
y á quien ten/o que e.'tar atajando
para que no me prop nga Mientra
que u ted. Pedro, no de dende á e, a cur-
¡lerÍa, ... ted un hombre con quien
una pu de chancear.:e in con ccucncia •
un ér uperior,
-Adió !-dijo Pedro, mordiéndo e lo.
labio al verse co - o en u propia reele
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96 GABItIm. LATORRE
buen resultado de sus planesie sugería . u
fecunda cabecita. Aca o no fuera Julia sino
una coqueta nllgar; pero en esta pobre
tierruca mont.lite 'a, perdida entre las
falda abruptas de lo Andes, á millares de
legua de toda i\i ización r de toda cultura,
la Mariposa era una especie de divinidad,
en pos de cuyas sonrisas se iban
los burdos hijos de la Villa. con todo candor
r con bonísima intenciunes. como
tras lo favores de una diva de zarzuela se
arremolinan, con muy di 'tinto fine. los
Don J uane de Club y lo maridos harto
de fidelidad conyugal y ansio os de novedade
. Era una extranjera, ó punto menOSj
algo muy exótico á pocas gentes acce ible
______ y basta!
La moza de Medellín la tenían todas
por modelo; y cuando se presentaba en
público se la querían comer con los ojos,
e ludiando. u atavíos y pergeño con atención
minucia . de de la pequeña bota
Lui XV de color de champaña ha ta el
último tallo de la má diminuta de la fIare
que ad rnaban u mbrcro ideale j
y de de el paso m nudito y rápido con
que marchaba por la calle. produciendo
con el retintín de u taconeo un ruido emejante
al de una cabra que trotara por
las aceras con u pesuñitas puntiaguda.
hasta el guiño casi imperceptible con que
saludaba a u ami o , ó el ademán entre
ari tocratico y pK:aresco de aquella mano
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nes á todo un ejército de remedadoras.
Porque sufriera un día de una ligera oftalgia
que la obligaba á entornar los párpados
con frecuencia, todas las muchachas de
Medellín se volvieron bizcas; y como llevara
otro, por inadvertencia ó premura,
empuñado en la mano izquierda, forrada
en blanca cabritilla, un guante de color
crema, no faltaron imitadoras cándidas que
al día siguiente se arlequinaran las manos.
Adiós la criolla indolente, de andar repo­
Scldo y ondulaciones serpentinas, fruto espontáneo
de la tierra que el 01 corteja y
acaricia, encamación viviente de u. ardores.
En este poblachón de provincia. donde
el tiempo sobra á todos y el pa imento
es una amenaza contra la vida, corren jadeantes
y desaladas las muchacha , atropellando
gentes y embistiendo con todo,
como toros ayapeleños eolas antiguas fiestas
populares. Pero así, ligero y repicadito,
camina la Mariposa; y ligero y repicadito
han de andar ella tambien. aunque se
rompan la cri roa.
si esto sucedía con l mujer ¿ qué
no había de acontecer con los hombre ?
Sor invitado él u salones era tenid como
la más alta di tinci 'n que apetecer pudiera
un joven medellinense; un dipl ma de elegancia,
un ¡'rr. I de cadUlqll na sin el cual
los mozos no o ban ·quiera snirar una
muchacha. La Julita bía leccionar entre
los de alto copete 1 que él su casa tu-
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de vi ... ita al camp dOIHle la
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que se lo llevaran á su casa .... Podía necesitarlo
en alguna otra ocasión: un jon:n
de su rango debe siempre tener todas esas
prendas exigidas por la moda .... ¡

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130 GABRIEL !.ATORRE
dola por otra distinta, soberana de aquélla
y de la cual Carolina no tenía consciencia
alguna Sólo sabía, aunque sin comprender
la naturaleza de tan extraña sustitución,
que un cambio absoluto acababa de
operarse en su sér, y que ella no era yá la
que siempre había sido; ó, mejor dicho, se
encerraban en ella dos persona

XI
UÉ en una aquellas excursiones, un
paseo en la agradable compañía de
tres amigos íntimos á un pueblecito de moda,
cuando le VillO la idea de hacer una visita
á Carolina. Desde la pequeña plaza de
la aldea se alcanzaba á distinguir, perdido
entre las nubes, el camino que conduda al
Pinar: una línea rojiza que serpentea entre
los riscos. Al remate de aquella línea y
detrás de aquellas nubes estaba Carolina.
Pedro se encontraba aquel día de buen humor.
Había bebido un poco; no lo necesario·
para llegar al enternecimiento, pero sí
lo suficiente para bacer surgir osadías y alborotar
latentes fatuidades. Reíase abora
Pedro de sí mismo, de sus miedos pueriles
de comprometerse, de sus quijoterías
de fino amante de sus lirismos de tenor
de ópera; y hallaba la cosa más
natural é inofensiva del mundo el Caneo
con las damas, recordando una frase, muy
celebrada por él, de alguno de sus C81D&-
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136 GABRIEL LATORRE
radas, veterano de los salones y btlrlador
de crédulas y de ingenuas: "A las mujeres
no se les debe decir sino mentiras". Vería
á Carolina y farsearía un rato con ella: diversión
para ambos y ausencia de todo daño
para una y otro. La propuesta de una visita
al Pillar fué aceptada unánimemente;
y después de un sabroso trago, apurado
tras un .. i por las muchachas, señores! y
que viva la farsa!", pronunciado por él
con acento festivo, arrancaron los caballos,
sacando chispas del empedrado de la fonda,
y la juvenil caravana emprendió alegremente
el ascenso de la montaña.
La tarde espiraba yá cuando llegaron á
la finca. Atraídos por las pisadas de los caballos,
salieron los dueños de la casa,
acompañados del Doctor Luneta, á recibir
á los visitantes. Entre el grupo de las muchachas,
regocijadas con la inesperada visita
de sus amigos, notábase la falta de
Carolina Alguien preguntó por ella. Había
regresado muy tarde de un paseo c:on
lo niños; y como éstos, con el cansancio
de la correría, se sintiesen hambreados y
soñolientos, se ocupaba entonces en hacerles
preparar el chocolate, para acostarlos
enseguida Con frecuencia, en esta temporada,
emprendía caminatas semejantes,
siempre en compañía de los rapazuelos, ya
para divertir á los pobrecitos, por quienes
se había aficionado últimamente con singular
cariño, ya para comprar en las ca-
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138 GABRIEL LATORRE
ni se enoja, ni se altera. Da hasta rabia
tanta frialdad. No sé qué le ha pasado; pero
es otra, enteramente otra; parece una
vieja.
-Yo sí sé qué le ha pasado-dijo, interviniendo,
la sobrina de Doña Clara, mirando
á Pedro insistentemente con ojos que
brillaban de malicia.
-Qué?-exclamaron en coro los recién
llegados.
-Que se está ensayando.
-¿ Para qué ?-interrogó Pedro, chocado
con las mirad1ls de la primita y figuránc10se
en su vanidosa susceptibilida.d que se
trataba de asuntos matrimoniales, atentatorios
á su sacrosanta independencia.
-Ella . . .. y usted lo sabrán-contestó
la tra\-'icsa jovencita, remachándole el cla­
\'0.
-Nada sé- prorrumpió con sequedad
el satirizado.
- ó? Pues yo creía que ustedes obraban
de acuerdo. Pero ahora hablará usted
con Carolina, y lo sabrá todo. Carolina
tiene que dar á usted una buena noticia.
-Pues si es buena, como usted dice, lo
celebrare mucho-masculló Pedro, por decir
algo. picado con el tonito de burla y
las miradas maJiciosas de su interlocutora;
pensando que se trataba de alguna broma,
probablemente de mal gusto, pero in la
más remota sospecha de que )a noticia que
Carolina tenía que comunicarle era nada
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o miente usted Arzobi po, prima i por la
Virgen! que si Luneta llega á enterarse,
se nos viene para acá y nos espeta toda la
historia de la enfermedad y muerte de
León XIII.
Estalló una carcajada colectiva. La tal
historia era el terror de t ldos los medellinenses
de ambos sexos, y duraba, al decir
de la burlona primita. cuarenta días y
cuarenta noches; )0 mismo que el Diluvio.
pero mucho más peligrosa! Y añadió, con
expresión de asombro:
-Pero no saben uEtedes lo mejor. Carolina
(y este es el elogio más grande que
puede hacerse de la paciencia y resignación
de mi prima y la mejor muestra de lo
cambiada que está), Carolina le ha oído la
historia á Luneta, y no se ha dormido. Como
se los cuento; le ha atendido la historia.
-Todal- preguntó alguno con fingida
sorpresa.
uevas y más ruidosas carcajadas fueron
la respuesta.
- iñas!-gritó á este tiempo Doña Clara
desde la puerta.-De seguro que no
hri ofrecido ustedes nada á los muchachos.
- enfad .--asintió la mayor, que se
juqaba, como tal, más obligada.- Una copita
de ron sefiores.
dmitida y apurada la copa., y encendido
por los bebedores el mdispensable
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KUNDRY 141
cigarrillo, la confianza se hizo más grande,
y la conversación más chispeante y animada.
La intimidad y sOlls-fá¡:oll á que invitan
las sugestiones del campo, obraban yá
su efecto sobre aquellos mozos y mozas, de
suyo un tantico repelentes y acartonados,
como buenos hijos, al fin, de la ciudad más
antipática y aburridora de la tierra, y la
menor salida ó el más insignificante chiste
eran celebrados con risas y palmoteos cordiales.
No había mucho ingenio, ni hay para
qué exigirlo de unos pobres mercaderes
que toda\'ía pisan con miedo la alfombra
de los salones, y de niñas sometidas á
quienes la severidad de costumbres ata la
lengua y e teriliza el espíritu; pero la risa
en éstas y en e otros era franca, espontánea
su alegría, sin afectaciones su estilo, y
eso era ya mucho, tratándose de quienes
se trataba. Reían de la ocurrrenciá de alguno
de los muchachos que-recordando la
conocidísima anécdota del poeta Candelaria
Obe o-á la pregunta de la menor de las
hijas de Doña Clara: "¿quiere usted chocolate
?", había contestado: "lo último, señorita";
y abrumaban de burlas y corrían
á la muchacha, que no entendía el chiste,
cuand hizo su aparici6n e 1 el fe tivo corro
la hacendosa Carolina.
Ve tía un sencillo traje de e tameña azul
marino, cubierto de de el pecho ha ta 10
pies por un delantal blanco y limpio como
una ha tia. Saludó con naturalidad á los
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144 GABRIEL LATORRE
aquellas relaciones iban á tener su conclusión
definitiva, quería quitarles, en lo actual
y en 10 pasado, todo vi o de seriedad,
y persuadir á Carolina, por el tono
mismo de esta líltima entrevista, que todo
había sido una broma, una broma sabrosa,
de la cual ambos conservarían un agradable
recuerdo, separándose muy buenos
amigos y agradeciéndose unQ á otro 10 que
mutuamente se habían divertido en ella.
Era lo natural; y mientras más pensaba
en ello, como lo había e tado haciendo poco
rato ante durante la bulliciosa merienda,
más lógica y más claramente indicada
le parecía su proyectada conducta. V, sin
embargo, se hallaba en aquel instante cohibido.
La actitud digna y seria de Carolina
lo imponía; y no acertaba, él siempre
tao expedito y tan in miedos, á hallar una
frase apropiada para iniciar la conversación.
El recuerdo de 10 que la sobrina de
Doña Clara le había irónicamente anunciado,
vino en su ayuda.
-Me dijo su prima, Carolina, que tenía
u ted que darme una buena noticia?
-l Buena noticia? • ó.
- ó? e ría entonces una chanza?
- osé.
y Carolina daba estas respu ta bre e
sin emocion alguna, con oz distinta, sin
asomos de sequedad ó de rencor; con in-
• diferencia absoluta y como i solam nte
preocupara de decir erdad,,, nada más.
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146 GABRIEL LATORRE
Había bajado á pie, porque J uanita, que
me quiere tánto, no quiso separarse de mí ;
y como está todavía tan chiquitica, no sabe
montar, y, por miedo al caballo, no permitió
que yo la llevara encima. Las muchachas
sí fueron á caballo. A la bajada,
muy bien; pero á la ubida me cansé de un
modo horrible: queda el pueblecito tan lejo
, y yo estaba ese día como enferma.
Decía esto blanda y pausadamente, sin
mirar á su compañero y como si hablara
consigo misma.
U na sospecha nació en el ánimo de Pedro:
Carolina se estaba burlando de él.
¿ Era creíble que una muchacha lista y
perSpicaz como siempre ella lo fué, no hubiese
entendido la intencionada alusión?
i Vaya con la salida que había imaginado
con su historia de la mi a del pueblo! Se
burlaba; no había duda. Pensaba Pedro, no
in cierto remordimiento, haber e excedido
en su pregunta, haber e tado quizás,
aunque no deliberadamente, un tanto cínico;
y la niña paraba la e tocada con habilidad
de mae tro, dejándolo vergonzosamente
de armado. Picábase con ello su vanidad
de mundano jamás vencido en sus
escaramuza con las damas, y deseaba su
revancha. i Ganarle á él en materia de farsas
la apasionada morenita? o podía er!
Infundíase á í mi mo ánimo Pedro para
un nuevo asalto, pero fueron ineficace
su e fuerzos. A pesar de toda sus auda-
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das, seguía sintiéndose cohibido y sin que
cosa ninguna se le ocurriera. El silencio
se prolongaba ya demasiado; y Pedro,
para volver á anudar la conversación, otra
vez rota, no pudo hallar más expediente
que recurrir de nuevo al arsenal de las trivialidades,
preguntando:
-¿ y cómo les ha ido? ¿ Han paseado
mucho?
-Poco, más bien.
-¿ Han .tenido muchas visitas?
- ó.
-¿ o ha venido nadie?
-Sí; algunos han venido.
-Quiénes? Cuénteme usted. Carolina;
cuénteme.
-Pues ustedes, el Doctor Luneta y
Guillermo; nada más.
-Ah! conque Guillenno!-exc1amó Pedro
encantado, pensando que se le ofrecía
yá un fecundo argumento para sus chanzas,
y que esta vez no dejaría escapar á
Carolina.-Conque Guillermo! Y la muy
picarita se lo tenía gqardado, sin decirme
una palabra ¿Y ha venido muchas veces?
- o me acuerdo cuántas; cada dos
días.
-¿Muy largas las visitas?
-Viene al medio día; algunas ocasiones
á almorzar, y e va por la tarde.
-¿ Y de noche no ha ·enido nunea?
-Algunas vece , pocas, cuando hace luna.
i Es tan largo el camino!
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proporcionarles e e malvado goce de verlo
triste y vencido. No quería sus insultantes
condolencias ni sus compasiones humilladoras.
i Quería estar solo!
Pensó entonces en su retardada visita á
la finca del Cauca. La mula esperaba hacía
tiempos en la pesebrera. Dejando con el
criado un billete para su padre, en que le
anunciaba su partida, e marchó, cuando
la ciudad apenas comenzaba su acti\'idad
cotidiana.
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en J!euellíll,
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20 (l{; JunÍl tl· I9°-,
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