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Montevideo Antiguo - Libros III y IV (Tomo II reedición 1957)

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MONTEViDEO ANTIGUO<br />

dicaban a su cultivo, brillando por su ausencia en las<br />

casas y en las quintas.<br />

-Cierto es eso, añadió otro de los tertulianos, pero<br />

usted olvida los azahares del Miguelete y los jazmines<br />

que embalsamaban el ambiente con su perfume.<br />

¡Ah! me acuerdo de los naranjos que producían<br />

abundantes los primeros en las quintas de Maciel, de<br />

Zabala, de Juanicó, de Durán, de Chopitea y algunas<br />

otras, y los jazmines de lo de Marurana, Juanicó,<br />

Noble, Castel y varios otros, en el primer cuarto del<br />

siglo en que vivimos.<br />

-Dice usted bien. Aquello era una delicia, que<br />

poco a poco fue despertando la afición a las flores,<br />

cuyo catálogo aumentaron sucesivamente, el pensamiento,<br />

la violeta, la amapola, el junquillo, la rosa<br />

de varias clases, la clavellina disciplinada, la mutiflor,<br />

la palma imperial, el tulipán, el copete, la mosqueta,<br />

la diamela y qué sé yo cuántas otras, que escapan a<br />

mi memoria en este momento.<br />

-¡Hombre! y qué me dicen ustedes de la flor de<br />

cardo, que, aunque de otra especie, ajena a la jardinerÍa,<br />

se me viene a la mente, dijo otro.<br />

La risa de los tertulianos festejó la ocurrencia peregrina.<br />

'<br />

-Pues mire usted, le dijo otro, ¿a que no la querría<br />

usted para un ramo de regalo a su dama?<br />

Si a esa clase de flores fuésemos, preferiría las del<br />

duraznero, el manzano, el peral, el guindo y el membrillo,<br />

que nos dan sus ricos frutos. Pero la del cardo.<br />

.. ¡bah! ¡bah! me pinchan las espinas, y no entran<br />

en mi reino ni aun las del asnal o del santo.<br />

-Si por pinchar fuese, también pinchan las espinas<br />

de las rosas, y no por eso nos retraemos de tomarlas<br />

del rosal con el mayor gusto, y recrearnos<br />

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