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libro hombre inconcluso.pdf - Cintras

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En una primera etapa, «socrática», el <strong>hombre</strong> total está marcado por su<br />

compromiso político, «aquella concepción típicamente humanista -dice Adorno-<br />

según la cual el valor de la vida arraiga en el volverse a encontrar a sí<br />

mismo por intermedio de los demás, en un concreto actuar por el cual cada<br />

uno se hace poeta del propio destino y de la vida de la ciudad en la obra<br />

común». Este sentido originario se perderá más adelante y en una segunda<br />

etapa, «platónica», el <strong>hombre</strong> aparecerá separado de los otros <strong>hombre</strong>s, preocupado<br />

de su perfeccionamiento individual que lo buscará en la contemplación<br />

de las esencias y ya no participando activamente en la construcción de la<br />

sociedad humana; corriente individualista que se irá imponiendo con el tiempo<br />

y hará del <strong>hombre</strong> cada vez más un solitario, tanto más valorado cuanto<br />

más conciencia tuviera de su responsabilidad personal y mayor autonomía<br />

mostrase para tomar sus propias decisiones, una visión de <strong>hombre</strong> que se correspondía<br />

con el nacimiento del modo de producción capitalista: las relaciones<br />

patriarcales, casi familiares, que prevalecían en la Edad Media (tanto en<br />

la propiedad feudal como en las corporaciones gremiales de sus ciudades)<br />

estaban siendo reemplazadas por relaciones monetarias (esencialmente, trabajo<br />

asalariado), que requería de <strong>hombre</strong>s independientes, sin las ataduras<br />

que antes lo ligaban orgánicamente a su gremio o al señor feudal, un <strong>hombre</strong><br />

que pudiera pactar «soberana y libremente» las condiciones en que ingresaba<br />

al aparato de producción.<br />

No podemos extendemos en el tema, pero digamos tan sólo, aunque sea<br />

de un modo esquemático, que las mismas dos posturas que tuvo el Renacimiento<br />

hacia la actividad política y el compromiso ético con la sociedad, han<br />

llegado hasta nuestros días, tiñendo y distinguiendo las diferentes corrientes<br />

humanistas que se dan en la actualidad. Por un lado, aquéllas que rechazan<br />

expresamente cualquier fuente de valores colocada fuera del sujeto individual<br />

(exigencias sociales, por ejemplo); es el propio sujeto -nos dicen los psicólogos<br />

humanistas- en la medida que sepa escuchar a su naturaleza interior, el<br />

que descubrirá y podrá realizar el valor más verdadero: promover la mayor<br />

plenitud posible en su crecimiento personal, un valor inmanente al individuo<br />

que no excluye, sostiene Maslow, y más bien estimula (por una especie de<br />

solidaridad espontánea derivada de esa misma plenitud) el interés por el desarrollo<br />

de su sociedad. Por otro lado, posiciones tan distintas como las de Schaff<br />

y Jaspers, marxista el primero, severo crítico del marxismo el segundo, pero<br />

que coinciden en ligar al humanismo con la exigencia ética, asumida como<br />

tarea política, de construir una sociedad mejor. Schaff se apoya en el valor del<br />

eudemonismo social: “la finalidad de la vida es la aspiración a un máximo de<br />

felicidad para las masas humanas más amplias, y ver que sólo en esta forma se<br />

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