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Roberto Arlt TRATADO DE LA DELINCUENCIA - El Ortiba

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Si termináramos de una vez con el culto idiota a los pseudo héroes, se acabarían los malos<br />

monumentos, y los furbos patrióticos que se dedican, con vistas a una substanciosa colecta pro<br />

monumentos a patricios, injustamente olvidados, a buscar fondos, harían menos viajecitos a<br />

París y tendrían que trabajar de verdad para ganarse el sustento.<br />

[<strong>El</strong> Mundo, 24 de marzo de 1929]<br />

<strong>El</strong> inefable deporte de la manga<br />

Una de las más gloriosas y tradicionales instituciones criollas era la del «pechazo». Mis conocimientos<br />

etimológicos adquiridos en mis largos viajes por la Boca, Paseo de Julio, Puente Alsina<br />

y la incomparable calle Cuenca, no han podido revelarme el origen de la palabra «pechazo».<br />

Sólo un incidente, acaecido en mi vida de adolescente y del cual guardo un recuerdo indeleble<br />

en mi corazón, me acercó un poco a la verdad de ese vocablo, en un tiempo glorioso y ahora<br />

en ingrato desuso.<br />

Cómo descubrí el origen del vocablo<br />

Una vez me encontraba yo en un restaurante. De pronto se acercó a mi mesa uno de esos bergantes<br />

vergonzantes. Un bergante vergonzante es el sujeto que hace diez malandrinadas por<br />

día, pero las hace con timidez, con el recato seguido del arrepentimiento que un joven seminarista,<br />

en día de asueto, mira, en el tranvía que lo conduce a la casa de sus padres, a una mocita<br />

de grandes ojos y de silueta de figurín de modas. <strong>El</strong> tal bergante de mi historia se acercó a mi<br />

mesa, se sentó a ella y, después de decirme que tenía algo muy serio que comunicarme, me<br />

habló de esta manera:<br />

—No sé qué pensará usted de mí pero, joven amigo, le voy a hacer una dolorosa confidencia.<br />

Yo lo miré con piedad y con desconfianza. En primer lugar, porque la cara del sujeto inspiraba<br />

lástima y, en segundo lugar, porque yo, que apenas había cumplido los diez y siete años y que<br />

ya gozaba de una bien ganada fama de irresponsable, no era candidato para que nadie me<br />

tomara por blanco de sus confidencias.<br />

<strong>El</strong> hombre continuó:<br />

—Me hallo en una situación verdaderamente angustiosa. Al salir de casa dejé la cartera en el<br />

otro traje. Vine a comer a este restaurante y en el momento de pagar me doy cuenta de que<br />

no tengo un centavo.<br />

Le miré la cara y luego le miré el traje. Ese no tenía cara de tener otro traje que el que llevaba<br />

puesto. Quise escurrirme. No había caso.

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