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Roberto Arlt TRATADO DE LA DELINCUENCIA - El Ortiba

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Él lo llamaba ir muy lejos llegar hasta Ushuaia, y yo no me atrevía a contradecirle, porque<br />

según él, todo hombre que no había invernado en el presidio era indigno de llevar tal nombre.<br />

Salvo sus pretensiones académicas era un tigre para el escabio, la biaba, el asalto y el raje.<br />

Tenía un puñetazo perforante. No condice semejante violencia con la dulzura de su tactilidad.<br />

Tocaba una llave y luego dibujaba las guardas de memoria. Aunque fuera Yale. A propósito de<br />

dicha virtud, él siempre decía:<br />

Siempre me llamaron a su regazo las artes plásticas.<br />

Disparaba como un gamo y bebía como un hipopótamo. Después del séptimo copetín, argüía<br />

antes de pedir la octava vuelta:<br />

Es necesario preparar el estómago para merendar.<br />

Pedido<br />

Pasó así la mitad de su vida, tratando de esquivar el lugar donde se pasaba la otra mitad. Padeció<br />

porque es de cristiano y de bueno padecer. Ya lo dicen las Sagradas Escrituras, que al<br />

hombre bueno, el Altísimo le depara rigurosas pruebas. No las rehuyó jamás. Conmovía y<br />

ejemplarizaba verle con cadenas ser conducido a la comisaría. No parecía un ladro, sino un<br />

apóstol en manos de sayones.<br />

Cuando entraba por el portal de la seccional, se quitaba como un devoto el sombrero y poco<br />

faltaba para que se persignara.<br />

Era bellaco, hipócrita, taimado y sutil. Él decía que era su patrona Nuestra Señora de la Merced,<br />

y barajaba teorías criminológicas y lombrosianas. Se decía predestinado para el crimen, y<br />

el día que no cometía una truhanería, citaba un pensamiento de Marco Aurelio.<br />

Murió en su ley. Me recordó, y su evocación me honra tanto como un prólogo de Leopoldo<br />

Lugones o un estudio crítico de Manuel Gálvez.<br />

Creo, y como yo deben creerlo todos los que tienen un cristiano corazón, que San Pedro no se<br />

atreverá a negarle la entrada en el paraíso.<br />

Mi espíritu elevado anhela una vida mejor, decía después de darle el golpe de furca a un lonyi,<br />

que por la noche se le cruzaba en la vereda.<br />

Que el Señor lo tenga en su santa paz, que es de varones el equivocarse.<br />

[<strong>El</strong> Mundo, 26 de enero de 1932]

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