– ¡Oh! ¿Yo? ¡Qué gracia! Tengo ideas, pero no tengo fuerzas... ¡Soy una pecadora, un Espíritu delincuente! No tengo capacidad para ayudar a nadie. De inmediato toma la palabra el Señor Fernández, que encareció la edificación de un departamento para la cura de obsesados; pero, cuando Pereira le pidió que aceptase la orientación, Fernández explicó, desilusionado: –La idea es mía, pero yo no dije que puedo ejecutarla. Estoy excesivamente débil y, más allá de eso, me siento incapaz. Soy un enfermo, y hace mucho tiempo estoy de pie, en razón del socorro de la Misericordia Divina. Mal había terminado, se levantó el hermano Ferreira, que recordó la organización de un trabajo metódico de asistencia a los enfermos y necesitados, con una persona responsable y abnegada al frente de la iniciativa. Pero cuando fue consultado por el mentor de la institución sobre las probabilidades de su actuación personal en el hecho en perspectiva, Ferreira informó, sin detenerse: –Mi idea resultó de una inspiración de lo Alto, entretanto, soy portador de un pesado karma. Tengo que res-catar muchos crímenes de otras encarnaciones. No puedo, no tengo merecimiento. Y, de cerebro en cerebro, las ideas pululaban, sublimes y llenas de color, entusiastas y fascinantes, pero, de boca en boca, las confesiones de ineficiencia se sucedían, de muchas formas. Algunos se revelaban enfermos, otros cansados, muchos se declaraban absortos por las inquietudes domésticas y no pocos se decían dominados por monstruosas imperfecciones. La asamblea parecía traer fuego en el raciocinio, e hielo en el sentimiento. Cuando los trabajos alcanzaron la fase final, después de largas conversaciones, sin provecho, Pereira, sonriendo, comentó brevemente: –Mis hermanos, sin duda nuestra casa necesita movilizarse, avanzar y progresar; mientras tanto, ¿cómo podrá el cuerpo adelantarse, cuando las manos y los pies se muestran inertes? Todos poseemos ideas fulgurantes y providenciales, pero ¿dónde está nuestro coraje para materializarlas? Cuando los miembros se demoran paralíticos, el pensamiento no hace otra cosa sino imaginar, orar, vigilar y esperar... Soy el primero en reconocer el imperativo 55
de nuestra expansión, hacia afuera, al gran mundo de las conciencias, no obstante, hasta que seamos un conjunto armonioso de piezas vivas, en la máquina de la caridad y de la educación, como vehículos irreprensibles del bien, no dispongo de otro remedio sino aguardar al futuro, en el Espiritismo de las cuatro paredes... Y ante la extraña melancolía que dominó la sala, se apagó el brillo centellante de las ideas, bajo el rocío de las lágrimas con las que Pereira cerró la sesión. 56
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