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Lola Figueira. Regreso a Vadinia (ejemplo).pdf - Luarna

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Sinopsis<br />

El relato abarca diez años decisivos en la vida de Laro. Su adolescencia,<br />

en una aldea vadiniense, se ve truncada por acontecimientos que le<br />

sobrepasan. Entra de golpe en la vida adulta, convertido, sin pretenderlo,<br />

en un valiente guerrero contra un enemigo implacable: el ejército romano.<br />

Con el tiempo, Laro sustituirá al propio Corocotta como jefe de las tribus<br />

cántabras.<br />

La novela está ambientada en las Guerras Cántabras contra Roma, en<br />

los diez años que van desde el 29 hasta el 19 a.C., recién finalizada la<br />

República romana e iniciado el Imperio, con Octavio Augusto.<br />

Con Laro viviremos lo mejor y lo peor de dos mundos muy diferentes:<br />

la difícil supervivencia de los pueblos de la montaña, y la vida impersonal<br />

y sacrificada de los soldados romanos, cuyos mandos desesperan ante el<br />

imbatible cántabro.<br />

El amor y el dolor van parejos en la vida del protagonista, pero al final<br />

del camino se abre paso la esperanza.<br />

Ejemplo de lectura


<strong>Lola</strong> <strong>Figueira</strong> Moure es Licenciada en Historia Moderna<br />

por la Universidad de Barcelona y Diplomada en<br />

EGB por la Universidad de León. Aprueba las oposiciones<br />

de Magisterio en Barcelona en 1984 y ejerce<br />

de maestra durante ocho años. Después aprueba las<br />

oposiciones de Enseñanzas Medias en Castilla y León<br />

en 1993. Ha dado clase en los IES de Santa María del<br />

Páramo, de Villablino, de Cistierna, donde ha sido Directora, y en el IES de<br />

San Andrés, en el que es Jefa de Estudios. Ha publicado dos libros de texto<br />

en la Editorial Oxford University Press, de Ciencias Sociales de 1º y 2º de<br />

la ESO, así como cuatro cuadernillos sobre Castilla y León para los niveles<br />

1º, 2º, 3º y 4º de la ESO en la misma editorial. Tiene estudios de Doctorado<br />

en la Universidad de León, dentro del programa de Doctorado de Calidad<br />

del Departamento de Patrimonio Histórico Artístico y de la Cultura Escrita,<br />

que finalizó con un trabajo titulado El agua, factor de poder y origen de<br />

enfrentamientos: La Presa Cerrajera (siglos XIV y XV). Ha publicado un<br />

artículo sobre este mismo tema en la revista Tierras de León, publicada por<br />

la Diputación de León.<br />

Ejemplo de lectura


<strong>Luarna</strong><br />

<strong>Regreso</strong> a <strong>Vadinia</strong><br />

© 2010. <strong>Lola</strong> <strong>Figueira</strong> Moure<br />

© De esta edición: 2010. <strong>Luarna</strong> Ediciones, S.L.<br />

www.luarna.com<br />

Madrid, marzo de 2010<br />

ISBN: 978-84-92684-75-5<br />

Versión: 1.0 (1-3-2010)<br />

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación<br />

de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares,<br />

salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos<br />

Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar, escanear o hacer copias<br />

digitales de algún fragmento de esta obra.<br />

Ejemplo de lectura


I<br />

El olor a pan de bellota despertó sus sentidos dormidos. Todavía desde<br />

el mullido jergón de paja y hojas, Laro contempló a su madre, que ya tenía<br />

preparado el fuego, había amasado la harina y colocaba las tortas sobre la<br />

plancha de cerámica. Hoy podría desayunar a gusto, porque había sobrado<br />

algo de carne del jabalí que los jóvenes habían cazado el día anterior;<br />

después engulliría un pan de bellota bien empapado en miel. El resto de la<br />

aldea aún permanecía en silencio, aunque de algunas chozas comenzaba<br />

a salir humo, señal de que algunas mujeres habían iniciado también su<br />

actividad.<br />

—Vamos, Laro; los gallos han cantado hace un buen rato.<br />

Xana todavía no se había puesto el gorro con el que recogía su hermoso<br />

y abundante cabello. Pocas veces iba sin él; Laro sabía que era una forma<br />

de castigar a su padre, quien decía que la costumbre en su pueblo era llevar<br />

el pelo largo y suelto. Xana siempre le contestaba con altanería:<br />

—¿Por qué, Suano? ¿Acaso <strong>Vadinia</strong> es también mi pueblo? —y ahí<br />

finalizaba la discusión, pues su padre se quedaba sin palabras y salía de la<br />

cabaña malhumorado.<br />

Cuando Laro cumplió trece años, le preguntó a su madre por qué se<br />

disgustaba tanto su padre con el asunto del pelo. Entonces Xana, que<br />

normalmente era una mujer callada, le contó su historia.<br />

Ejemplo de lectura<br />

Ella nunca había podido olvidar el día en que fue raptada de su aldea,<br />

cuando todavía era una niña, después de contemplar la muerte de sus<br />

gentes y la destrucción del que había sido su hogar. Suano, y los demás


guerreros jóvenes de la aldea vadiniense habían planeado una campaña<br />

de pillaje después de haber bebido más de la cuenta a escondidas. Habían<br />

decidido que ya estaban en edad de buscar compañera y levantar sus<br />

propias chozas, pero no había suficientes mujeres en la aldea. No habían<br />

contado con el Consejo de Ancianos, ni tampoco lo habían consultado con<br />

los guerreros adultos, aún a sabiendas de que necesitaban su permiso para<br />

cualquier expedición. Durante días, en secreto, prepararon las armas, las<br />

bolsas de cuero con comida, las cuerdas con que atar a los prisioneros que<br />

capturaran.<br />

El objetivo fue un pequeño poblado vacceo, muy al sur de sus territorios<br />

montañeses y agrestes. Había sido muy sencillo, pues la aldea ni siquiera<br />

tenía muro defensivo. El ataque se inició con las primeras luces del día.<br />

Suano y el resto de los jóvenes prendieron fuego a los tejados de las<br />

viviendas. Hombres, mujeres, niños, iban siendo ensartados por las lanzas<br />

vadinienses según iban saliendo de las chozas, desarmados y todavía<br />

cegados por la luz. Xana, acurrucada en un rincón de su casa, pudo ver la<br />

terrible muerte de su madre, alcanzada desde atrás por el filo cortante de<br />

una espada. Su padre se defendió valientemente, pero no pudo esquivar la<br />

lanza que atravesó su cuello.<br />

El botín del pillaje fue importante: ocho mujeres, catorce niñas y varios<br />

odres de vino. Los jóvenes vadinienses ataron a las mujeres con cuerdas<br />

y las arrastraron hacia la montaña. Los agudos gritos y los lamentos<br />

desgarrados desquiciaron a los inexpertos guerreros, que golpeaban sin<br />

piedad las piernas de las mujeres para que dejaran de chillar.<br />

Después de unas horas, en los rostros de aquellos hombres había<br />

desaparecido todo rastro de la seguridad y valentía de los primeros<br />

momentos. La situación se les había escapado de las manos. Algunos de<br />

ellos eran conscientes de que el ataque a la indefensa aldea vaccea había<br />

sido excesivo. Sabían por sus mayores que en las campañas de pillaje se<br />

evitaba la muerte de los habitantes de los lugares asaltados; sólo interesaba<br />

Ejemplo de lectura<br />

el botín. Sin embargo ellos habían causado una gran matanza.<br />

En un momento de descuido Suano fue atacado por una de las niñas que<br />

no iba atada a la cuerda. Se abalanzó sobre él y, agarrada fuertemente al


cuello del joven, le mordió con fiereza en el hombro, clavando en la carne<br />

firme unos dientes afilados como cuchillas. De un brusco movimiento<br />

Suano lanzó a la niña por los aires; fue a caer entre los arbustos, a<br />

varios pasos de distancia. A pesar de la fuerte caída, la niña sostuvo<br />

insolentemente la mirada iracunda de Suano, quien se acercó a ella y<br />

golpeó su rostro con furia. Esa niña era Xana.<br />

Después de casi dos días de marcha, los jóvenes guerreros, de nuevo<br />

envalentonados por su acción, llegaron al poblado entre risas y gritos de<br />

victoria. Pensaban que los habitantes de la aldea se sentirían orgullosos de<br />

ellos, de su primera cacería humana. Sin embargo, sólo encontraron rostros<br />

de reproche cuando acudieron ante el Consejo de Ancianos para entregar<br />

el botín. Los quince jóvenes fueron juzgados por el Consejo, acusados de<br />

desobediencia grave; la mayoría de ellos no había recibido la instrucción<br />

suficiente para empuñar una espada, y mucho menos para actuar por su<br />

cuenta en una expedición de saqueo. Como castigo, fueron encerrados<br />

durante una semana en jaulas de madera que ellos mismos tuvieron que<br />

construir. Como único alimento recibieron tortas de bellota y una ración de<br />

agua al día.<br />

La noticia de la correría llegó enseguida a oídos del jefe de la tribu<br />

vadiniense, Corocotta, quien no ocultó su enfado. Reunió a los jefes de<br />

los clanes cercanos para valorar la situación y organizar la defensa ante<br />

un posible ataque de los vacceos. Realmente ese pueblo nunca había<br />

constituido un gran peligro, pues los vacceos no se internaban en las<br />

montañas salvo para intercambiar mercancías: cereales y vino a cambio<br />

de miel, pieles y carne. No hubo respuesta hostil por parte de los pueblos<br />

de la meseta, pero los jóvenes habían puesto en peligro a la tribu, y por<br />

ello fueron tratados con suma dureza durante muchas lunas por todos los<br />

habitantes de los clanes vecinos.<br />

—Pero madre, eso ocurrió hace mucho tiempo. Tú ya eres una<br />

mujer vadiniense desde que te desposaste con mi padre —dijo Laro,<br />

Ejemplo de lectura<br />

impresionado por la historia que acababa de escuchar.<br />

—No hay nadie en todas las tierras pobladas por los hombres que pueda<br />

convertirte en lo que no eres, Laro. En mi interior sigo siendo aquella niña


vaccea que lo perdió todo por la bravuconada de unos cuantos muchachos<br />

inmaduros —contestó Xana, ya arrepentida de haber contado aquel<br />

episodio a su hijo. Ella no solía compartir sus pensamientos con nadie.<br />

El resto de la historia no se la contó a Laro, pues estaba llena de<br />

sentimientos enfrentados contra los que no podía luchar, aunque lo<br />

intentaba con todas sus fuerzas. La niña de mirada insolente siguió tratando<br />

con orgullo y desprecio al joven Suano, mientras su cuerpo cambiaba<br />

rápidamente. Suano, a sus dieciocho años, odiaba a aquella niña que<br />

había marcado su hombro con una huella indeleble hacía casi dos años.<br />

Procuraba cubrir la cicatriz para que no se viera, mas a veces quedaba al<br />

descubierto, y entonces se convertía en el hazmerreír de sus compañeros<br />

de caza. Pero poco a poco, sin darse cuenta, aquel desprecio por la niña fue<br />

diluyéndose y transformándose en admiración ante los asombrosos cambios<br />

experimentados por la joven: el largo cabello del color de la miel, los<br />

insolentes ojos de mirada profunda, las largas piernas torneadas, cuya gracia<br />

no conseguían esconder las burdas calzas de cuero con que las envolvía.<br />

Suano empezó a perder el sueño. La noche le inquietaba, no conseguía<br />

descansar. Por las mañanas, a pesar de su cansancio, necesitaba desfogarse<br />

y retaba a sus amigos a interminables carreras por el bosque y a luchas<br />

cuerpo a cuerpo hasta que caía extenuado.<br />

El padre de Suano se dejó convencer por su mujer. Ella le hizo ver<br />

que había llegado el momento de buscar esposa a su hijo, quien había<br />

demostrado suficientemente su valentía en la caza y en las luchas rituales<br />

de las últimas primaveras. Ante el asombro de todos, la esposa elegida<br />

por la madre de Suano fue Xana. Las demás niñas vacceas que habían<br />

sobrevivido a los duros trabajos y a los crudos inviernos de la montaña, ya<br />

habían sido desposadas.<br />

Suano protestó ante su padre, se negó a comer durante un día entero y<br />

no habló con nadie durante dos días más. A pesar de ello no podía apartar<br />

de su mente la imagen de Xana, a la que ya no conseguía odiar por más que<br />

Ejemplo de lectura<br />

lo intentaba. La boda se fijó para finales de la primavera,después de la caza<br />

del asturcón, que era una de las pruebas que tenían que superar los jóvenes<br />

guerreros para convertirse en adultos.


Suano, junto con varios jóvenes más, salió de cacería para capturar un<br />

macho asturcón, indómito caballo que poblaba la cordillera de Cantabria.<br />

La batida duró dos días, durante los cuales los muchachos tenían que<br />

procurarse comida y bebida sin más ayuda que un afilado cuchillo y sin<br />

más ropa que unas calzas de cuero que les cubrían desde la cintura a las<br />

rodillas. Los cazadores regresaron a la aldea con el semental, que fue<br />

sacrificado ritualmente después de que los jóvenes bebieran su sangre.<br />

Todavía caliente, la sangre fortalecería sus músculos y les infundiría el<br />

valor y la inteligencia del animal, así como el deseo salvaje de libertad que<br />

impulsaba al caballo a luchar, aun herido, hasta la muerte.<br />

Tras las danzas rituales que se habían prolongado durante todo el día,<br />

la comida y el exceso de bebida, Xana fue entregada a Suano, quien ya<br />

disponía de choza propia. Juntos entraron en la cabaña, mientras la música<br />

y las risas continuaban en torno a la luz de las fogatas. Suano intentó hablar<br />

con ella, acariciar su hermoso cabello, pero Xana, sentada sobre su negra<br />

capa de lana, se limitó a mirarle con una mezcla de odio, temor y altanería.<br />

Desde que se conocían, nunca se habían hablado. Tampoco esa noche. Por<br />

un momento Suano pensó en forzarla. Era su mujer y debía acostumbrarse<br />

cuanto antes, pero las silenciosas lágrimas de Xana abatieron los ánimos de<br />

Suano, que se enrolló silencioso en su capa. Después de unas interminables<br />

horas, ya de madrugada, se quedó profundamente dormido.<br />

A partir de ese día Xana comenzó a realizar las labores propias de su<br />

nueva condición. Se ocupaba de los animales, molía las bellotas para<br />

obtener la harina, cocinaba, tejía cestos y esteras de esparto, elaboraba<br />

recipientes de barro y madera para cocinar, curtía las pieles de los animales<br />

que cazaba Suano, y con ellas cosía mullidas calzas que protegían los<br />

pies de heridas, mordeduras de serpientes y del frío de la montaña. Así<br />

transcurrieron dos meses.<br />

La actitud de Xana seguía siendo algo salvaje y retadora, pero había<br />

perdido la tristeza de los primeros días. Se sentía orgullosa de su nuevo<br />

Ejemplo de lectura<br />

hogar, de sus pertenencias, y disfrutaba de una libertad que nunca había<br />

experimentado, pues podía caminar por el poblado y los alrededores sin<br />

que nadie la vigilara. Un día se sorprendió a sí misma cuando su corazón


empezó a latir con fuerza al oír el cuerno de los cazadores que regresaban.<br />

Suano y los demás hombres habían salido ya hacía cuatro días a la caza<br />

del ciervo. Habían cobrado varias piezas. Ahora las mujeres y los niños<br />

rodeaban al grupo. Ellos contaban sus experiencias. Al llegar al centro de<br />

la aldea, Suano descubrió en Xana una mirada totalmente desconocida para<br />

él. No advertía la altanería a que le tenía acostumbrado; incluso le pareció<br />

vislumbrar cierta admiración, pero ella bajó rápidamente la cabeza.<br />

Xana no podía controlar su desbocado corazón. ¿Qué le estaba pasando?<br />

Recogió la carne que Suano había obtenido en el reparto y entró con<br />

ella a la choza. Suano entró tras ella y cerró la puerta. De pronto, los<br />

sentimientos, tanto tiempo contenidos, se desbordaron en un momento de<br />

íntima y salvaje pasión.<br />

Desde entonces la convivencia entre ambos mejoró, pero Xana<br />

necesitaba su propio ámbito personal y permanecía gran parte del día<br />

ocupada en sus labores, a solas con sus pensamientos. Se sentía confusa,<br />

pues tan pronto adoraba a Suano como le odiaba.<br />

—Laro, ¿no me has oído? Levántate de una vez o te quedarás sin<br />

desayuno.<br />

Laro, todavía envuelto en su capa y tumbado en su jergón, miraba<br />

adormilado a su madre, que ataba su túnica con un cinturón de cuero.<br />

Mientras observaba cómo se trenzaba el cabello y lo ocultaba bajo su gorro,<br />

Laro pensaba en lo complicada que era la relación entre sus padres. Cuando<br />

Suano se iba de caza, ella estaba irritada, nerviosa, y miraba continuamente<br />

hacia las puertas del poblado. Pero cuando Suano permanecía varios días<br />

seguidos en la aldea, ella le trataba con frialdad y con esa insolencia que<br />

tanto divertía a Laro. Sabía que al rato su padre saldría de la choza para ir a<br />

galopar por los bosques, donde permanecería hasta que saliera la luna.<br />

Laro, a sus catorce años, se daba cuenta de muchas cosas que antes no<br />

Ejemplo de lectura<br />

percibía. Incluso sentía que su cuerpo y su mente empezaban a cambiar,<br />

sin saber muy bien cómo ni por qué. Hasta entonces, su vida en el poblado<br />

había discurrido sin preocupaciones. Jugaba y peleaba con los demás


niños y niñas de la aldea bajo la vigilancia severa de su madre y las otras<br />

mujeres. Los pequeños nunca salían del recinto amurallado, pues las altas<br />

montañas que lo rodeaban estaban pobladas de bosques, de amenazas y<br />

de leyendas, como las que contaban los ancianos junto al fuego. Sentían<br />

especial terror al lobo, al que oían aullar en las noches de cacería.<br />

Laro se revolvió en su jergón, alertado por unos fuertes bramidos.<br />

—Madre, ¿qué animal es el que hace ese sonido? —preguntó Laro<br />

impresionado ante los tremendos mugidos y golpes que comenzaron a oírse<br />

a lo lejos.<br />

—No es un animal, Laro. Son cientos de animales. Es la berrea, la época<br />

de celo de los ciervos. Los machos están buscando a sus hembras. Los<br />

golpetazos que oyes son los choques de sus enormes cornamentas. Y si no<br />

te levantas ahora mismo, tú también recibirás un buen golpe.<br />

Laro sonrió, pensativo. No entendía la necesidad de los animales y de<br />

los hombres de emparejarse, y menos aún de perder la vida en una pelea<br />

por conseguir a una hembra. Sin embargo sospechaba que llegaría el<br />

momento en que él también buscaría una mujer, pues necesitaría tener hijos<br />

que le cuidaran en la vejez.<br />

Lo que realmente apasionaba a Laro era la caza, pero todavía no tenía<br />

la edad. Le encantaba llevar su propio cuchillo, pescar truchas en el río<br />

y cazar pequeños animales en los alrededores del poblado. Quería crecer<br />

rápidamente y hacer las mismas cosas que hacían los guerreros adultos;<br />

incluso salir de pillaje.<br />

Por fin Laro se levantó de su jergón.<br />

—He preparado pan de bellota; puedes comer también algo de carne.<br />

Hoy me vas a acompañar al bosque; necesito recolectar hierbas y cortezas<br />

de árboles.<br />

—Pero madre, ¿por qué tienes que ir hoy? Los guerreros están de<br />

cacería. Si se entera padre de que vas sola al bosque se va a enfadar.<br />

—No iré sola. Tú vendrás conmigo y me protegerás. Te he visto utilizar<br />

Ejemplo de lectura<br />

el cuchillo; creo que podrás defenderme si me ataca un oso —dijo Xana.<br />

Laro nunca había visto un oso, pero había oído contar algún encuentro<br />

con ese temible animal. Uno de los asturcones preferido de su abuelo había


sido encontrado con el cuello prácticamente sajado por unas enormes<br />

garras. Contaban que el oso podía abrir en canal a un hombre de un solo<br />

zarpazo.<br />

El muchacho se tranquilizó cuando vio a Xana sonreír divertida.<br />

Entonces recordó una frase que había oído cientos de veces a su padre:<br />

«Nunca acabaré de comprenderte, mujer. Eres demasiado complicada<br />

para mí». Sin embargo, Laro sabía que su padre estaba loco por esa mujer<br />

misteriosa y callada que sonreía en contadas ocasiones.<br />

Después de desayunar, ambos prepararon lo que debían llevar. Cogieron<br />

sus bolsas de cuero, una cuerda trenzada, varios cuchillos y algo de comida<br />

para el camino. Entonces salieron del castro, que estaba rodeado por<br />

una muralla de piedra más alta que un hombre. En la salida principal del<br />

poblado hacía guardia uno de los ancianos, quien necesitaba sentirse útil de<br />

alguna manera, pues ya no tenía fuerzas para ir de caza.<br />

Desde el portón de tosca madera, se divisaba un inmenso valle de<br />

pendientes laderas, donde había extensos prados. A la izquierda de la<br />

salida, el acantilado caía abruptamente, dejando a la vista una enorme<br />

cresta de piedra caliza, horadada por pequeñas cuevas. El agua, el viento y<br />

el hielo del invierno habían abierto profundas brechas de cantos afilados,<br />

donde sólo las cabras podían sostenerse en equilibrio.<br />

A la derecha de la puerta se abría un camino que conducía hacia los altos<br />

picos cántabros, en muchos de los cuales había otros castros habitados<br />

también por tribus vadinienses. Por lo que había oído Laro, al otro lado<br />

del río se extendía el dominio de los astures, pueblo con el que era mejor<br />

no enfrentarse. El camino pronto se bifurcaba: la senda que bajaba hacia<br />

el valle era la que utilizaban los habitantes del poblado cuando tenían que<br />

comerciar con los pueblos del sur; la otra, rodeaba parte de la muralla para<br />

ir adentrándose poco a poco en el bosque.<br />

Enseguida se internaron entre los robles. Allí se entretuvieron<br />

recogiendo bellotas, con las que elaboraban las tortas de pan que tanto<br />

Ejemplo de lectura<br />

gustaban a Laro y con las que también se alimentaba a los cerdos. Al final<br />

del bosque de gruesos y añejos robles se clareaba algo la vegetación. Un<br />

poco más arriba comenzaba el lugar de las hayas, donde había también


algunos ejemplares de abedul y fresno. Xana adoraba la quietud y el verdor<br />

de las hayas. Sus troncos cobijaban cientos de pequeños animales que se<br />

escondían entre el musgo jugoso. Gota a gota, los múltiples manantiales<br />

del hayedo iban formando el abundante cauce del río Astura.<br />

—Laro, haz un corte en varios troncos de abedul. Recogeremos algo de<br />

savia. Yo, mientras, recolectaré unas hojas. Ya sabes que el abedul tiene<br />

muchos poderes medicinales y calma el dolor, —dijo Xana, que siempre<br />

que podía enseñaba a su hijo las propiedades de las plantas. Con la savia<br />

del abedul Xana fabricaba un vino embriagador que se consumía durante<br />

las fiestas dedicadas a la diosa Cantabria.<br />

El haya era utilizada por los vadinienses para las hogueras de invierno<br />

por su gran poder calorífico. El carbón vegetal ardía muy lentamente, sin<br />

llama, y por tanto se podía usar dentro de las cabañas. El fresno, menos<br />

abundante, era utilizado por las propiedades laxantes de su savia.<br />

Sin embargo, el bosque de tejos era el más apreciado por los<br />

vadinienses. Misterioso y protegido por el secreto, el bosque centenario<br />

tenía hermosos ejemplares de corteza rojiza y escamosa. Entre las hojas<br />

abundaban las mortíferas bayas de color escarlata.<br />

Para los miembros del clan, el tejo era un árbol sagrado y nadie debía<br />

acercarse a él sin una causa muy justificada. Xana conocía perfectamente<br />

las razones por las cuales era considerado sagrado: sus hojas y sus semillas<br />

podían provocar una muerte rápida.<br />

—Laro, nunca entres en el bosque de tejos tú solo y no dejes que<br />

ninguno de tus amigos lo haga. Es un lugar prohibido para los niños, e<br />

incluso para los jóvenes —dijo Xana.<br />

—¿Y por qué no se puede? Yo no veo ningún peligro —contestó Laro.<br />

—Pues lo tiene. Yo misma he visto a un asturcón caer fulminado<br />

después de ramonear entre los tejos, aunque también he observado que las<br />

liebres de monte pueden comer esas mismas hojas sin que les ocurra nada.<br />

¿No te parece suficiente misterio? Además hay otras cosas que he oído<br />

Ejemplo de lectura<br />

contar a las ancianas del lugar.<br />

—¿Qué cosas, madre? Cuéntamelas, por favor —rogó Laro, dando<br />

vueltas alrededor de Xana. Ella bajó la voz hasta hablar casi en un susurro.


—No son historias para contar a los niños. Sólo te diré algo: los antiguos<br />

druidas celtas fabricaban bastones con las ramas del tejo. Esos cayados<br />

eran mágicos; con ellos los druidas podían adivinar el futuro.<br />

Laro se quedó boquiabierto. Sabía que su madre conocía todo tipo<br />

de remedios para curar las enfermedades; incluso algunas personas<br />

que habían sanado decían de ella que era la mejor curandera de toda la<br />

montaña, pero él empezó a sospechar que su madre sabía mucho más de lo<br />

que contaba.<br />

—Vamos madre, cuéntame más —insistió Laro.<br />

—Está bien, pero escucha atento. Las ramas de los arbustos del tejo<br />

son muy resistentes y flexibles. En una competición de arco, tu padre ha<br />

llegado a disparar una flecha a unos trescientos pasos de distancia. No hay<br />

otro arco como el fabricado con madera de tejo —dijo Xana—. Y ahora<br />

démonos prisa; se nos está haciendo tarde.<br />

Xana enseñó los límites del bosque a su hijo y le prohibió de nuevo<br />

adentrarse en él, si no quería sufrir el castigo del Consejo de Ancianos.<br />

La última vez —le dijo— que un niño se había internado en el bosque de<br />

tejos, fue castigado a ser enterrado hasta la cintura en un hormiguero de<br />

hormigas rojas durante un buen rato. Las fiebres le consumieron durante<br />

toda una semana.<br />

El resto de las hierbas que Xana necesitaba las fueron recogiendo de<br />

los bosques cercanos. El sol ya había alcanzado lo alto del cielo hacía dos<br />

horas. Xana pensó con preocupación que se habían alejado demasiado de la<br />

aldea y que debían volver. La recolección había resultado muy provechosa,<br />

y Laro había mostrado mucho interés por las propiedades de las distintas<br />

hierbas. Quizá cuando ella faltara, Laro podría sustituirla en sus labores de<br />

curandera.<br />

—Madre, debajo de este arbusto hay un nido con huevos. Hay muchas<br />

plumas negras alrededor. También hay restos de bayas y la piel de una<br />

pequeña serpiente. ¿Puedo coger los huevos? —dijo Laro.<br />

Ejemplo de lectura<br />

—Está bien, pero no los cojas todos. La madre no andará muy lejos, y se<br />

volverá loca si no encuentra su nidada. Seguramente la hembra de urogallo<br />

ha salido a buscar comida. Te advierto que es muy agresiva cuando está


incubando. Si te ataca, irá directamente hacia tus ojos. Envuelve los huevos<br />

entre musgo y hojas y mételos en tu bolsa.<br />

—Vale, —contestó Laro—, pero antes, creo que nos merecemos un<br />

sabroso huevo. Empiezo a tener hambre.<br />

Al cabo de un instante comenzaron a distinguir las voces de tres o cuatro<br />

personas. Xana y Laro se escondieron rápidamente detrás de unos arbustos<br />

y contuvieron la respiración. Entre las ramas, Xana pudo distinguir a una<br />

de las mujeres vacceas que había sufrido la misma suerte que ella y que<br />

había sido desposada con Viroginio, uno de los mejores guerreros de la<br />

aldea vecina.<br />

Xana salió de su escondite.<br />

—¡Deva! —gritó—. ¿Qué ocurre? ¿Hacia dónde os dirigís?<br />

—¡Xana, por todos los dioses! ¡Qué susto nos has dado! Veníamos a<br />

buscarte. Sela, la mujer de Asón, está de parto. Tiene dolores desde hace<br />

dos días. El hermano de Suano está muy abatido; teme por la vida de su<br />

mujer y su hijo. No sabemos qué hacer. Las ancianas del poblado han<br />

probado de todo. Incluso han sangrado sus venas, pero Sela cada vez está<br />

más débil. Quizá tú puedas ayudarnos —imploró Deva.<br />

Xana dudó un instante. Si iba a atender a Sela no podría regresar a su<br />

aldea esa misma noche, pero no podía abandonarla en esas circunstancias.<br />

Decidió ir. El pequeño grupo tomó con rapidez el camino que conducía<br />

al castro, situado entre dos farallones de roca. La senda, cada vez más<br />

empinada, discurría entre los umbrosos bosques de haya. Si no se conocía<br />

el camino, resultaba casi imposible encontrar el poblado.<br />

A Laro el trayecto se le hizo interminable; estaba pendiente de los ruidos<br />

de los animales que salían en busca de comida. Se sentía muy inseguro y<br />

pensaba que cuando fuera guerrero pasaría mucho miedo por los bosques.<br />

Casi había oscurecido cuando llegaron a la aldea; rápidamente se dirigieron<br />

a la choza de Asón.<br />

Sela se encontraba tumbada sobre el jergón, en el suelo de la cabaña.<br />

Ejemplo de lectura<br />

Sudaba copiosamente; se veía que estaba al borde de la extenuación. Varias<br />

mujeres de la aldea la rodeaban, intentando ayudar a la parturienta. Cuando<br />

entró Xana, respiraron con cierto alivio.


—Salid afuera; hace falta un poco de aire aquí dentro. Deva, tú quédate.<br />

Prepara agua caliente y un cuchillo bien afilado. Necesito también algunos<br />

paños de lana fina y una tira de cuero.<br />

Xana preparó un brebaje en el que mezcló tomillo, manzanilla, un poco<br />

de enebro y menta. La infusión calmaría algo los dolores y relajaría un<br />

poco los músculos en tensión de Sela. Después comenzó a palpar su vientre<br />

para apreciar cómo estaba colocada la criatura. Parecía que el bebé ya<br />

estaba en el canal del parto. Sin embargo Xana sólo percibía algún débil<br />

movimiento. Quizá ya era demasiado tarde.<br />

Entonces procedió a masajear el vientre de Sela. Sus manos presionaban<br />

con suavidad pero con firmeza, haciendo movimientos circulares y hacia<br />

abajo, para que la criatura encontrara la salida. Después de unos instantes,<br />

el vientre comenzó a contraerse. Había que provocar el parto.<br />

Xana obligó a Sela a ponerse en cuclillas, mientras Deva la sujetaba<br />

firmemente por detrás. Debían esperar a la siguiente contracción. Sela<br />

apretaba un palo entre los dientes para controlar su dolor. De pronto<br />

comenzó a gemir, lanzando con fuerza el aire de su boca. Xana introdujo<br />

su mano para intentar agarrar la cabeza del bebé. Debido al esfuerzo, Sela<br />

perdió brevemente el conocimiento; entonces su cuerpo se relajó y la<br />

criatura retrocedió en el vientre.<br />

—¡Sela! Sela, mírame a los ojos, —dijo Xana, dándole pequeños golpes<br />

en el rostro—. Sela, es tu última oportunidad; no creo que la criatura resista<br />

más tiempo. Tiene que ser ahora, cuando tu vientre se endurezca de nuevo.<br />

Empuja con todas tus fuerzas. ¿Me has comprendido?<br />

Sela asintió, mientras respiraba profundamente. Entonces comenzó de<br />

nuevo la marea de dolor que se expandía por todo su cuerpo.<br />

—¡Ahora! —gritó Xana—, ¡ya está fuera la cabeza!<br />

De la garganta de Sela surgió un grito desgarrado. Laro, que estaba fuera<br />

de la cabaña, sintió un cosquilleo en la cabeza antes de que se le nublara<br />

la vista. Consiguió sentarse en el suelo, a punto de perder el sentido.<br />

Ejemplo de lectura<br />

Después ya no hubo más gritos. Enseguida salió el resto del cuerpo del<br />

bebé, envuelto en líquido sanguinolento. Xana recogió a la amoratada<br />

criatura para soplar rápidamente sobre su nariz y boca. Tenía que obligarla


a respirar. Cuando la niña dio su primer grito, Sela sonrió y se abandonó al<br />

soporífero sueño.<br />

Xana cortó el cordón umbilical con manos expertas y ató una fina cinta<br />

de cuero en el ombligo. Después de limpiarlo, envolvió el cuerpo de la niña<br />

con una faja de lana, y la depositó sobre el regazo de Sela. La niña pronto<br />

empezó a succionar del pecho de su madre, aunque la leche todavía no<br />

había subido.<br />

Cuando Asón entró en la cabaña para conocer a su hija, Xana creyó ver<br />

lágrimas en los ojos de ese hombretón. Nunca había visto a un cántabro<br />

llorar por el nacimiento de un hijo. Aunque eran hermanos de madre,<br />

Asón se parecía muy poco a Suano, su hombre. Asón, dos años más joven,<br />

siempre había tratado con dulzura a Sela. Habían crecido juntos, y juntos<br />

habían ido convirtiéndose en dos jóvenes hermosos y enamorados. Nadie<br />

dudó de que, llegado el momento, su unión se llevaría a cabo. Asón no<br />

era un muchacho violento, como lo había sido su hermano en muchas<br />

ocasiones. Tampoco había participado en la cacería humana en la que Xana,<br />

Deva y otras niñas vacceas habían sido arrancadas de su hogar. Xana sintió<br />

un poco de envidia de Sela; Suano nunca la había mirado con esa ternura.<br />

Asón se acercó al jergón en el que yacía su mujer. Era un momento<br />

crucial después del nacimiento, en el que se decidía la vida o la muerte del<br />

ser nacido. Si el padre aceptaba a la criatura, la tomaría en sus brazos y se<br />

acostaría al lado de la parturienta. Si no lo hacía, el bebé sería abandonado<br />

a las afueras del poblado hasta que los buitres y otros animales carroñeros<br />

dieran buena cuenta de él.<br />

Asón contempló la escena, pensativo y concentrado. Sobre él caía la<br />

responsabilidad de aportar a la aldea una boca más que alimentar. En<br />

tiempos difíciles no era extraño abandonar a los bebés y a los ancianos<br />

a su suerte, pero ahora el poblado atravesaba un buen momento. Tenían<br />

abundante comida, pues la caza había sido favorable, y almacenaban gran<br />

cantidad de harina de bellota. Incluso tenían cabras de las que obtenían<br />

Ejemplo de lectura<br />

leche para alimentar a los más pequeños.<br />

Tres años antes habían perdido a un varón, que había nacido muerto.<br />

A Sela le había costado mucho recuperarse de aquella pérdida. Incluso la


elación entre ellos se había enfriado. Con este nuevo embarazo, Sela había<br />

recuperado la alegría y se mostraba muy cariñosa con su marido.<br />

Asón se arrodilló y tomó a la niña en brazos, mientras dos gruesas<br />

lágrimas resbalaban por sus mejillas. Después se tumbó en el lecho, al lado<br />

de Sela, que sonreía feliz. Entonces Deva llamó a los familiares y a los<br />

otros miembros del clan que esperaban fuera.<br />

—Podéis pasar. El padre ha aceptado a la niña —dijo Deva.<br />

Los presentes prorrumpieron en gritos de alegría.<br />

—¡Vamos Asón! ¿Crees que tu mujer está dispuesta para la covada? ¡No sé<br />

yo si te lo consentirá! Al final vamos a tener que atenderos a los dos —gritó<br />

alegre Viroginio, inseparable compañero de Asón en las partidas de caza.<br />

—Marido, ¿siempre eres tan bruto? Sal de aquí; apestas a cerveza —dijo<br />

Deva divertida, mientras empujaba a Viroginio fuera de la cabaña.<br />

Según la costumbre vadiniense, el padre manifestaba su participación<br />

en el nacimiento de un niño con la covada. Se acostaba con él, como si<br />

sufriera los dolores y las molestias del posparto, mientras la madre debía<br />

levantarse y atender a los dos. Además, si la mujer estaba en condiciones,<br />

enseguida debía cuidar a los animales, hacer la comida, moler la harina<br />

o curtir el cuero. Incluso en algunos poblados vadinienses del suroeste,<br />

la parturienta debía ocuparse de los pequeños campos de cultivo como si<br />

nada hubiera pasado, mientras los hombres permanecían en la casa con la<br />

criatura.<br />

Pero lo más importante del gesto de tenderse en el jergón era que Asón<br />

reconocía la paternidad de la niña, y desde ese momento asumía su cuidado<br />

y protección.<br />

—Es una niña preciosa, Sela. Casi tanto como su madre —dijo Asón,<br />

emocionado.<br />

Sela estaba radiante de satisfacción, pero todavía no había expulsado la<br />

placenta. Si no lo hacía en unos instantes podría morir desangrada.<br />

De nuevo salieron todos de la cabaña detrás del padre, que llevaba en<br />

Ejemplo de lectura<br />

brazos a la niña para mostrársela a los habitantes de la aldea. Tras una<br />

nueva y breve contracción, la placenta fue expulsada con facilidad. Xana<br />

la envolvió en un paño y la sacó a la noche, donde fue quemada en una


hoguera. Asón, feliz entre la gente del poblado, repartía cerveza y torta de<br />

bellota untada con miel.<br />

Laro participó de la fiesta con todos los demás. Como Xana estaba<br />

ocupada, Laro aprovechó la ocasión para probar la cerveza. Bebió dos<br />

cuencos casi completos, y enseguida notó que su cabeza daba vueltas. Se<br />

recostó al lado del fuego y se quedó dormido profundamente, envuelto en<br />

su negra capa de lana.<br />

La gente fue abandonando el lugar para retirarse a sus cabañas. Xana<br />

se sentó al lado de Laro y bebió del cuenco de cerveza que le pasó Deva.<br />

Estaba agotada, pero a pesar de su cansancio sentía que no podría conciliar<br />

el sueño. Asón seguía bailando alrededor de la hoguera con su brillante<br />

torso desnudo. Xana pensó que la dorada piel semejaba el color de las<br />

hojas de las hayas en otoño. Entonces descubrió que Asón la estaba<br />

observando con cierta curiosidad y, avergonzada, desvió la mirada.<br />

A la mañana siguiente Xana y Laro partieron hacia su aldea, después de<br />

comprobar que ni Sela ni la niña tenían fiebre. Sin embargo, la curandera<br />

dejó unas cuantas bayas blancas y hojas de muérdago para que Sela tomara<br />

cocimientos durante unos días. Se despidieron de la gente del poblado.<br />

Asón les acompañó hasta el camino.<br />

—Gracias, Xana. Te estoy muy agradecido. Llévale saludos a mi<br />

hermano —dijo Asón.<br />

—Lo haré. Adiós Asón, —se despidió Xana, que no conseguía apartar<br />

de su cabeza la imagen del joven bailando entre las llamas de la hoguera.<br />

Laro se había levantado con un buen dolor de cabeza, y caminaba a paso<br />

lento.<br />

—¿Qué te pasa, Laro? Te encuentro un poco raro.<br />

—No es nada, madre. Me parece que algo ha sentado mal a mi estómago<br />

—dijo Laro.<br />

—Creo saber lo que te ha sentado mal. En cuanto lleguemos a la aldea<br />

también te daré a ti una buena purga de muérdago.<br />

Ejemplo de lectura<br />

—¡No madre! ¡Ya me encuentro mucho mejor! —protestó el muchacho.<br />

Xana siempre llevaba consigo unas hojas de muérdago, pues según la<br />

sabiduría de los druidas celtas, transmitida de generación en generación,


el muérdago, recogido de las ramas de los robles añejos, tonificaba el<br />

cuerpo, curaba las heridas, ayudaba a las mujeres a concebir, protegía de<br />

las tormentas y los rayos, y, si era recogido en el solsticio de verano, podía<br />

incluso volver invisible a quien lo consumiese.<br />

Pero Xana sabía que el muérdago tenía además otra cualidad desconocida<br />

por todos: cuando ya no podía mantener por más tiempo la frialdad a la que<br />

tenía acostumbrado a Suano y necesitaba sentir sus brazos alrededor de su<br />

cuerpo, le daba un bebedizo de muérdago y savia de abedul. Durante esa<br />

noche el contacto entre los dos era suave y apasionado a la vez. Exploraban<br />

sus cuerpos hasta rozar el vértigo, sin reservas, sin reproches.<br />

A la mañana siguiente volvía a castigar a su hombre: escondía su pelo<br />

con un gesto altivo y distante, mientras Suano, aturdido, sin entender nada,<br />

abandonaba la aldea montado en su asturcón. Jinete y caballo, agotados por<br />

la cabalgada, acababan sumergidos en las frías aguas del Astura.<br />

Xana y Laro llegaron a su aldea hacia el mediodía. Los cazadores ya<br />

habían regresado y estaban repartiendo la carne de los animales cazados<br />

entre las cabañas de la aldea, para que todos los habitantes pudieran<br />

alimentarse. Suano salió al encuentro de su mujer e hijo.<br />

—¿Dónde os habíais metido? Me han dicho que se os vio salir de la<br />

aldea ayer de madrugada. Ya estábamos preparando los caballos para ir a<br />

buscaros —dijo Suano muy serio. Sin embargo Xana notaba que se sentía<br />

aliviado al verles de nuevo.<br />

—Tu hermano Asón acaba de ser padre. Te envía sus respetos<br />

—respondió Xana.<br />

Mientras Laro mostraba a su padre el venablo para cazar jabalíes que<br />

le había regalado su tío Asón, Xana sacó cuidadosamente de su bolsa<br />

de cuero las hierbas y las cortezas recogidas el día anterior. También<br />

comprobó que la bolsa de Laro estaba inservible: con tanto ajetreo ninguno<br />

de los huevos de urogallo había llegado entero.<br />

Los cazadores habían conseguido varias liebres, un jabalí y un enorme<br />

Ejemplo de lectura<br />

venado que pesaba como dos hombres. Los impresionantes cuernos del<br />

animal se entregaban al cazador que más se había acercado a la presa<br />

en algún momento de la cacería, pues era una demostración de valentía


y también de habilidad. Los venados tenían un olfato muy fino y huían<br />

rápidamente cuando olían el peligro. Esta vez los cuernos fueron para<br />

Casaño, quien celebraba con risotadas y gritos su victoria sobre los demás<br />

cazadores.<br />

El resto de la tarde transcurrió apaciblemente. Los cazadores se<br />

reunieron en el centro de la aldea para comentar los lances ante los atentos<br />

ancianos. Los niños pequeños observaban con admiración a sus adultos y<br />

no se perdían ni una palabra.<br />

Xana, junto con el resto de las mujeres, dedicó toda la tarde a preparar el<br />

cuero de los animales. La labor de despellejar el venado la realizó la mujer<br />

más anciana de la aldea, a la que todo el poblado reconocía por su gran<br />

habilidad para aprovechar al máximo el cuero. Los pellejos debían rasparse<br />

con cuchillas por su cara interna para eliminar todos los restos de sangre y<br />

carne que quedaban pegados. Después se procedía al lavado de la piel y se<br />

eliminaban también los pequeños parásitos. Una vez lavada, se extendía al<br />

sol sobre un entramado vertical de ramas; luego era golpeada con piedras<br />

redondeadas para que adquiriera flexibilidad, y finalmente se frotaba<br />

con grasa para protegerla de la humedad. Cuando todo el proceso estaba<br />

terminado, volvía a ponerse a secar lejos de las cabañas, pues el olor que<br />

despedía no era precisamente grato. La piel se utilizaría para fabricar buenas<br />

calzas para el invierno.<br />

Por la noche Suano y Laro se acercaron al fuego que avivaba Xana,<br />

atraídos por el rico olor de la carne asada. Comieron en abundancia hasta<br />

sentirse saciados.<br />

—Laro, tu estómago ya está mejor por lo que veo. Para celebrarlo te<br />

daré a probar la cerveza; seguro que te gustará —dijo Xana con picardía.<br />

—No, madre, no me hables de cerveza ahora, por favor —contestó<br />

Laro, sintiendo que su estómago se revolvía de nuevo. Sospechaba que<br />

nunca llegaría a ser un buen guerrero: no resistía un trago de cerveza y en<br />

el bosque sentía temor ante cualquier sonido. Decidió levantarse, pues la<br />

Ejemplo de lectura<br />

conversación se estaba volviendo algo incómoda para él.<br />

—Guardaré el resto de la carne en la bodega, madre. Mañana pondré a<br />

secar la que no se consuma —dijo solícito.


Colocó la carne en la pequeña bodega excavada en el suelo de la<br />

cabaña, donde se conservaba en buenas condiciones durante unos días.<br />

En invierno duraba mucho tiempo más debido a las frías temperaturas y<br />

la nieve.<br />

Cuando Laro se retiró al interior de la cabaña, Suano miró a su mujer.<br />

Estaba muy hermosa.<br />

—¿Querrías brindar conmigo por la salud de la pequeña hija de Asón?<br />

—le preguntó.<br />

—Claro —dijo Xana—. Creo que será una niña muy fuerte y valiente.<br />

—Xana, ¿te importaría soltar tu pelo? Sólo por un momento —rogó<br />

Suano que, inconscientemente, se tocó la cicatriz de su hombro como si le<br />

molestara.<br />

—Está bien; pero sólo por un momento.<br />

Xana, mientras dejaba libre su cabello, sintió, como se siente un<br />

latigazo, que estaba profundamente enamorada de su hombre. Tuvo deseos<br />

de decírselo pero se contuvo en el último instante.<br />

—Brindemos, Suano. Que los dioses protejan a la pequeña, —sentenció<br />

Xana.<br />

Ejemplo de lectura

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