venid a mi
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La revelación personal<br />
"La parte espiritual y la emocional de nuestro ser están tan<br />
íntimamente ligadas que es posible que confundamos un impulso<br />
emocional con una inspiración espiritual. Algunas veces<br />
encontramos personas que piensan que han recibido inspiración<br />
espiritual de Dios cuando lo que han creído percibir estaba basado<br />
en sus propias emociones o provenía del adversario" ("Lámpara de<br />
Jehová", Liahona, octubre de 1983, pág. 36).<br />
Debemos obedecer las indicaciones del Espíritu<br />
Una vez que nos hayamos hecho dignos y que hayamos<br />
aprendido a escuchar con la mente y con el corazón, nos queda<br />
otro aspecto al cual tenemos que prestar atención a fin de recibir<br />
revelación personal: tenemos que estar dispuestos a obedecer esa<br />
inspiración o revelación.<br />
Cuando nos percatemos de que dentro de nosotros se agitan<br />
senti<strong>mi</strong>entos que nos impulsan a la acción, siempre tenemos que<br />
actuar de inmediato. Tal vez tengamos que llamar por teléfono o ir<br />
a ver a una persona a<strong>mi</strong>ga cuyo nombre haya acudido de<br />
improviso a nuestra mente, prestar atención particular a alguno de<br />
nuestros hijos, abrocharnos el cinturón de seguridad del vehículo<br />
en que nos encontremos o entablar una conversación sobre el<br />
evangelio con la persona que se encuentre sentada a nuestro lado<br />
en el autobús o en algún otro medio de transporte público. O<br />
puede ser que llevemos a la acción alguna decisión que hayamos<br />
tomado como resultado de una oración. Si seguimos las<br />
indicaciones del Espíritu Santo, segaremos las bendiciones de la<br />
obediencia.<br />
Cuando el presidente Thomas S. Monson era <strong>mi</strong>embro del<br />
Quórum de los Doce, habló de una ocasión en que sintió el<br />
impulso de ir a visitar a un a<strong>mi</strong>go que había quedado<br />
parcialmente paralizado, por lo que tenía que pasar el resto de su<br />
vida en una silla de ruedas.<br />
"Un atardecer, estaba yo nadando de espaldas en el gimnasio, con<br />
la <strong>mi</strong>rada perdida en el techo <strong>mi</strong>entras avanzaba, brazada tras<br />
brazada. Sin palabras, pero con asombrosa claridad, me vino a la<br />
mente un pensa<strong>mi</strong>ento: 'Ahí estás, nadando sin problemas,<br />
<strong>mi</strong>entras tu a<strong>mi</strong>go Stan languidece en su cama, sin poder<br />
moverse'. Y luego, la inspiración: 'Vete al hospital y dale una<br />
bendición'.<br />
"Dejé de nadar, me vestí y me apresuré a dirigirme al hospital. La<br />
cama estaba vacía; una enfermera me dijo que estaba en su silla de<br />
ruedas preparándose para la terapia en la piscina. Lo encontré<br />
solo, al borde de la piscina de natación, junto a la parte más<br />
profunda. Nos saludamos y después volvimos a su cuarto, donde<br />
le di una bendición del sacerdocio".<br />
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