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El velo del destino

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Comprendemos muy bien, como es natural, en una forma abstracta, que cuanto más<br />

atrás en la historia de los hombres vamos, más salvajes les encontramos, pero en<br />

nuestros propios tiempos históricos este salvajismo ha sido tan común y tan brutal<br />

que este poder fue la medida <strong>del</strong> derecho absoluto y sin discusión, y fue, por decirlo<br />

<strong>del</strong> modo más favorable, una cosa chocante para el juicio <strong>del</strong> autor. Se ha dicho que<br />

el egoísmo y el deseo fueron decididamente estimulados bajo el régimen de Jehová<br />

para dar el incentivo para la acción. Esto con el transcurso <strong>del</strong> tiempo endureció de<br />

tal modo el cuerpo de deseos que cuando llegó el advenimiento de Cristo, no existía<br />

casi idea de la vida celestial entre la humanidad <strong>del</strong> día; pero el autor,<br />

personalmente, no comprendía lo que este hecho significaba hasta que empezó las<br />

investigaciones sobre "<strong>El</strong> Velo <strong>del</strong> <strong>destino</strong>".<br />

Aquellos hombres tampoco se contentaban con hacer cuanto mal podían y entonces<br />

marcharse, sino que tenían que matar sus caballos de guerra, poner sus armas en<br />

un rincón y hacer todo lo que fuera posible para conservarlas allí, porque el éter de<br />

tales cosas que le habían pertenecido durante la vida tenía una gran atracción para<br />

ellos y fue un medio más para conservarles dentro de la esfera terrestre. Todo esto<br />

les hacía rondar, pues efectivamente rondaban sus castillos durante años y años, y<br />

como es consiguiente no eran sólo los ricos de la clase de guerreros, sino también<br />

otros. En caso de riñas sangrientas en las que se mataban a personas, los<br />

fantasmas incitaban a sus familiares para que les vengasen y permanecían a su lado<br />

y les ayudaban para llevar a cabo los hechos de sangre. De esta forma se<br />

perpetuaba la maldad y se conservaba el mundo en una agitación de sangre y lucha,<br />

no habiéndose disipado totalmente estas condiciones en lo que nosotros llamamos<br />

días modernos. Cuando muere una persona que ha mantenido la maldad y el odio<br />

en su corazón, estos sentimientos entrelazan los cuerpos de deseos y vital<br />

convirtiéndola en una muy seria amenaza para la sociedad; cosa que no puede<br />

imaginarse cualquiera que no haya investigado y comprobado este asunto. Por lo<br />

tanto, y aunque no hubiese otras razones para ello, debería abolirse la pena capital<br />

con objeto de que no mantengamos sobre nuestra sociedad esos caracteres tan<br />

peligroso que puedan incitar a los hombres de moral débil o pervertida a ejecutar sus<br />

viles sugestiones.<br />

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