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pero podía oírlos con claridad en el límpido aire de la<br />
noche.<br />
No podía creer lo que estaba sucediendo, pero había<br />
alguien, y yo sabía quien, que estaba perdido en la<br />
montaña nevada, en medio de la obscuridad y del frío.<br />
Me puse los pantalones y la chaqueta, y con la luz<br />
oscilante de la linterna salí en dirección a los gritos.<br />
Entonces me encontré con que la mujer que había<br />
encontrado en el camino estaba de pie, en medio de<br />
la obscuridad, al borde de un peñasco de 300 metros<br />
de profundidad.<br />
Estaba tratando de mantener la calma, pero por la<br />
manera de hablar me di cuenta de que tenía mucho<br />
miedo.<br />
—Me perdí cuando obscureció. No pensé que la<br />
cima estuviera tan lejos. Hace una hora se me cayó<br />
la linterna por uno de los despeñaderos —me explicó.<br />
Mientras nos alejábamos con dificultad del borde,<br />
Jane (ese era su nombre) tiritaba y hablaba constantemente.<br />
Ella pensaba que su esposo todavía estaría<br />
esperándola en el auto, al comienzo del sendero.<br />
Una vez en el refugio, le di la bolsa de dormir y le<br />
dije que se metiera en ella. Al principio se negó,<br />
pero tiritando de frío, finalmente aceptó. Yo me puse<br />
toda la ropa que había llevado conmigo, me arropé<br />
con el abrigo de ella, y me preparé para pasar la noche<br />
más larga y más fría de mi vida.<br />
Yo tenía mucho frío para dormir y Jane estaba muy<br />
nerviosa, de modo que nos quedamos despiertos y pasamos<br />
la noche conversando. Entonces me acordé<br />
del famoso naturalista John Muir (1838-1914)<br />
quien, en una oportunidad en que lo agarró la noche<br />
en un glaciar de Alaska, sobrevivió gracias a que se<br />
pasó la noche bailando danzas típicas de su tierra natal,<br />
Escocia. Rogué para no llegar a un punto de enfriamiento<br />
tal, que me obligara a mi también a hacer<br />
lo mismo.<br />
A las cuatro de la mañana, con una temperatura<br />
de quince grados bajo cero, vimos las luces de las<br />
linternas de un grupo de rescate, a unos 450 metros<br />
debajo de nosotros. Les hice señales con la luz y les<br />
grité que Jane estaba bien, que bajaríamos tan pronto<br />
como amaneciera y que nos esperaran.<br />
EL aire de la montaña transmitía el sonido de una<br />
manera sorprendente, lo que nos permitió oír el "está<br />
bien" de ellos perfectamente bien.<br />
, Cuando vislumbramos las primeras luces del alba,<br />
comenzamos a descender el resbaloso peñasco. Pero<br />
antes de llegar hasta donde nos estaba esperando el<br />
grupo de rescate, Jane y yo nos pusimos de rodillas y<br />
le dimos las gracias a nuestro Padre Celestial por estar<br />
sanos y salvos. Nuestra oración a 3.000 metros de<br />
altura me convenció de que la promesa bíblica es<br />
verdadera: que ningún paj arillo cae a tierra sin que<br />
Dios lo sepa; y mi nueva amiga no era menos. (Véase<br />
Mateo 10:29.)<br />
Cuando finalmente llegamos al pie de la montaña,<br />
el esposo de Jane gritaba de gozo y de alivio. Al amanecer,<br />
cuando vio nuestras luces brillar en lo alto de<br />
la montaña, se convenció de que ella no había perecido.<br />
Los miembros del grupo de voluntarios de rescate<br />
también estaban muy contentos; nos contaron<br />
que todos los años tenían que sacar los cuerpos de<br />
alpinistas que, menos afortunados que nosotros, perecían<br />
en la montaña.<br />
I Por qué fui yo a pasar la noche en la cumbre de la<br />
montaña Timpanogos, cuando ya no era época para<br />
hacerlo/ La respuesta fue obvia para mí en ese momento,<br />
como lo es ahora todavía: Fui guiado para<br />
salvar a Jane. Había hecho algo bueno con tan sólo<br />
seguir aquel apremiante impulso de subir la montaña.<br />
Aún a 3.000 metros de altura, el Señor obra misteriosamente,<br />
ü<br />
Scott Keañn, abogado, es élder en el Barrio Millcreek 5, Estaca Salt Lake<br />
Millcreek.<br />
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