Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez
Don Galaz de Buenos Aires - Martín Rodríguez
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Entre sábanas <strong>de</strong> Holanda,<br />
<strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> un toronjil,<br />
parió la reina una infanta<br />
más blanca que un serafín.<br />
Es menester revolvella y gustalla, que ha sido trazada por un poeta donoso.<br />
<strong>Galaz</strong> <strong>de</strong>sesperaba por hallar respuesta satisfactoria.<br />
Su rival le acosaba. Mofábase doña Uzenda y el gobernador le había clavado encima<br />
los anteojos redondos.<br />
—Lo que buscáis —dijo el paje— no <strong>de</strong>biera ser mentado ante tan perfumada<br />
compañía. Es una cebolla. Batió palmas Alanís. Violante se quitó la camándula, corto<br />
rosario que llevaba <strong>de</strong> brazalete, y la ofreció al mancebo. Nada pudieron con las tres<br />
victorias los rabiosos visajes <strong>de</strong> la viuda.<br />
Mas el teniente general a guerra no abandonó la partida. Redobló fuegos y estrechó<br />
el cerco. Ostentosamente, dio la espalda al paje <strong>de</strong>l obispo y, sin hacerse <strong>de</strong> rogar,<br />
empezó a narrar el socorro a la villa <strong>de</strong> Brujas.<br />
—Era yo alférez entonces. Pintaos la ciudad, <strong>de</strong> cúpulas, <strong>de</strong> beateríos, <strong>de</strong> piedra<br />
parda, color <strong>de</strong> hábito monjil. Canales <strong>de</strong> agua podrida y nieblinas y lluvia. El cielo<br />
bajísimo, <strong>de</strong> estaño. El enemigo acudió a nuestro encuentro, ban<strong>de</strong>ras <strong>de</strong>splegadas, con<br />
cajas y trompetería. Una tar<strong>de</strong>...<br />
Ocurrió a esa altura un suceso imprevisto que abatió los campanarios, las torres y las<br />
veletas <strong>de</strong> la relación. Por la puerta que al patio abría, entraron hasta doce gallinas y tres<br />
gallos. Habían quebrado la clausura <strong>de</strong> las solanas. Cacareaban, ahuecaban el ala, huían<br />
entre los cojines, en un torbellino <strong>de</strong> picos y <strong>de</strong> crestas. Hacían más estrépito que los<br />
añafiles y los atabales <strong>de</strong> Flan<strong>de</strong>s. Doña Uzenda sufrió un segundo acometimiento <strong>de</strong><br />
hipo. Damas y caballeros corrieron en pos <strong>de</strong> los intrusos. Los espantaban con capas y<br />
espuelas. Mezclóse el esclavaje. Una ban<strong>de</strong>ja <strong>de</strong> refrescos cayó sobre la alfombra. Se<br />
echaron a rodar los almohadones. Las aves, <strong>de</strong>smañadas, <strong>de</strong>sorientadas, ofuscadas,<br />
perdida la hogareña pachorra <strong>de</strong>l corral, andaban <strong>de</strong> aquí para allí, revoloteando,<br />
<strong>de</strong>jando un plumón o una pluma, como trofeo mísero, entre los <strong>de</strong>dos <strong>de</strong> sus<br />
perseguidores. <strong>Galaz</strong> reía a navajazos.<br />
Cuando se apaciguó la batahola, los visitantes se <strong>de</strong>spidieron. La calle tragó sus<br />
comentarios. La viuda había quedado alelada. Saludaba manteniendo apenas su<br />
minuciosa arquitectura. El obispo y el gallinero le poblaban la mente <strong>de</strong> visiones<br />
diabólicas. Tan pronto su <strong>de</strong>lirio le representaba a Su Ilustrísima cabalgando un gallo,<br />
como le construía un pollo con mitra y guantes.<br />
<strong>Galaz</strong> le besó las manos. Puso el rosario <strong>de</strong> su prima en la faltriquera y se anudó el<br />
lienzo en la manga, a modo <strong>de</strong> un favor <strong>de</strong> torneo. Luego se internó en la noche <strong>de</strong><br />
luciérnagas y <strong>de</strong> grillos.<br />
Manuel Mujica Láinez 21<br />
<strong>Don</strong> <strong>Galaz</strong> <strong>de</strong> <strong>Buenos</strong> <strong>Aires</strong>