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Antologia Somos Leyenda – Athnecdotario - Ángel Villán

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mandíbula, se meció de un lado a otro cuando abrió la boca y lanzó un sonido gutural<br />

que no parecía provenir de su garganta, sino del estómago. Levantó la mano derecha al<br />

aire, adelantándola para posarla de nuevo en el suelo, repitió el gesto con la otra hasta<br />

lograr desplazarse. El señor Ugarte, ajeno a la aberración, extasiado del alivio de ver a<br />

su esposa de nuevo con vida, no cejó en su empeño de acercarse a ella y no sería Andrés<br />

quien lo detuviera si con ello tenía que acercarse a aquel ser que se arrastraba con la<br />

ayuda de las manos.<br />

Las luces volvieron a parpadear, estuvieron unos segundos así intentando<br />

establecer la normalidad, hasta que lo consiguieron. El motor del ascensor sonó de<br />

nuevo y las poleas comenzaron a subir la carga. Se detuvo en el piso de Andrés, sonó la<br />

campanilla y las puertas comenzaron a abrirse hasta que se detuvieron cuando sólo lo<br />

habían hecho diez centímetros. De nuevo las bombillas mitigaron su luz hasta apagarse.<br />

En la poca abertura de las puertas del elevador Andrés entrevió un hombre de mediana<br />

edad sentado frente a ellas, con los pantalones por las rodillas, se tapaba el rostro con las<br />

manos mientras sollozaba. Detrás de él, una mujer joven estaba sentada en el suelo con<br />

la espalda apoyada en la pared y una gran mancha roja coronando su cabeza. Andrés se<br />

acercó más y pudo comprobar que la chica tenía la ropa interior a la altura de los<br />

tobillos. El hombre desenterró el rostro de sus manos y miró al exterior.<br />

—Sácame de aquí, por favor —gimió.<br />

—Qué le ha hecho —Andrés se había agachado para escuchar mejor y no<br />

preguntó, afirmó.<br />

—No podía parar. Olía su piel con tanta intensidad... no podía dejar de hacerlo,<br />

ni de golpearle la cabeza mientras lo hacía... cada vez más fuerte.<br />

—¿La ha...?<br />

—¡Que me saques de aquí joder!<br />

La chica abrió los ojos, blancos e hinchados, poderosos en su visión cruzada de<br />

sangre. Al verlo, Andrés lanzó una exclamación y el hombre maduro giró la vista hacia<br />

ella.<br />

—¿Pero qué mierda...?<br />

Fue lo único que alcanzó a decir. El ser se lanzó hacia él con las manos por<br />

delante, agarrándolo del cuello y mordiéndole en la nariz, tirando la cabeza hacia atrás<br />

con fuerza hasta arrancársela, pero allí no se detuvo, continuó masticando el rostro del<br />

desdichado a la par que emitía violentos gruñidos, amplificándolos por todo el hueco<br />

del ascensor.<br />

Andrés se levantó, dio dos pasos y fue interrumpido por el grito del señor Ugarte<br />

cuya entrepierna se estaba convirtiendo en un festín para su esposa. Sin duda, hubo<br />

tiempos mejores para aquella pareja. La sangre caía a borbotones por la cara de la<br />

anciana y resbalaba hasta los ajados senos y el hombre la pudo oler desde la distancia,<br />

no tanto la hemoglobina como el deseo de carne del monstruo que se unió al suyo<br />

propio de lujuria instantánea, asustándolo, cerrando los ojos y emitiendo un grito que<br />

nunca se vio capaz de hacer.<br />

Y de nuevo perdido, como aquella vez.<br />

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