Antologia Somos Leyenda – Athnecdotario - Ángel Villán
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DESOLACIÓN<br />
Santiago Sánchez Pérez<br />
La nieve cubre todo el terreno hasta donde alcanza mi vista, como una<br />
interminable capa de nata. Esa idea provoca otro doloroso calambre en mi torturado<br />
estómago. Aquí la tengo. La última frontera. Lo de última probablemente sea<br />
desagradablemente cierto. La única duda es qué acabará antes conmigo, si el hambre o<br />
los muertos vivientes. Podría hacer como Bill y suicidarme. Pero soy demasiado tozudo<br />
para eso.<br />
Ante mí se extienden cientos de millas de desolación y temperaturas de entre<br />
veinte y cuarenta grados bajo cero, y aún en el improbable caso de que consiga llegar a<br />
la costa. ¿Qué me encontraré allí? Supongo que eso ya lo veré cuando lo consiga. Debí<br />
haberlo intentado el año pasado, cuando aún tenía provisiones o en todo caso, antes de<br />
la llegada del invierno. Claro que aquí el invierno dura prácticamente nueve meses y, la<br />
verdad sea dicha, este plan de emergencia nunca pasó de ser eso: un último recurso.<br />
Vuelvo la vista hacia atrás. La bruma que me rodea limita mi visión a poco más<br />
de una docena de metros. No puedo verles, pero sé que no andarán lejos. No son rápidos<br />
pero, a ellos, el frío no parece importarles una mierda.<br />
No necesitan descansar, dormir, ni probablemente comer.<br />
Esta pesadilla empezó hace ya casi dos años. Estaba en el refugio con dos<br />
urbanitas que habían decidido pasar un fin de semana de caza. Desde que Julie colgó el<br />
anuncio en Internet, publicitando mis servicios como guía para excursiones fotográficas<br />
y de caza, con rifle o con arco, no me faltaba el trabajo.<br />
En aquella ocasión, los dos clientes parecían más decididos a emborracharse<br />
lejos de su esposa y al retiro espiritual que a otra cosa. Pero mientras me pagaran<br />
religiosamente, por mi bien.<br />
Antón era un tipo de fuerte acento francófono y un serio problema con la bebida.<br />
Su puntería era tan mala, que a pesar de cargar con uno de esos rifles que por su precio<br />
deberían venderse en una joyería, no le acertaría ni a un cachalote a veinte metros.<br />
Por el contrario, Bill era uno de esos meapilas que viven obsesionados con<br />
Dios. Al segundo día de excursión, ya estaba más que harto de sus citas religiosas y de<br />
sus desaprobadoras miradas.<br />
Al llegar la noche, saqué mi pequeño aparato de radio y no pude evitar la risa<br />
cuando un nervioso locutor trataba de emular el efecto de la famosa retransmisión de<br />
Wells durante aquella noche de Halloween del treinta y ocho. Esta vez, en lugar de<br />
marcianos, el histérico locutor afirmaba que sin ningún motivo aparente los muertos<br />
estaban volviendo a la vida y atacaban a los vivos para devorarlos. Pero mejor escuchar<br />
eso que los rezos de Bill.<br />
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