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Antologia Somos Leyenda – Athnecdotario - Ángel Villán

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El bosque estaba plagado de esos seres y el mozo estaba temblando, había<br />

matado a decenas de ellos pero siempre se había enfrentado a los resucitados en pocas<br />

cantidades cada vez, pero no por ello dudó, se colocó en el centro de un pequeño claro<br />

y mató a uno tras otro conforme iban llegado. Las vísceras y la sangre salpicaban su<br />

cara, mientras los cuerpos, inertes por fin, caían a sus pies, formando una montaña que<br />

lo iba sepultando cada vez más. Hasta que cuando creía que con un solo cuerpo más no<br />

podría mover sus armas, cuando los rayos de sol empezaron a asomar por las verdes<br />

montañas, las trompetas sonaron y los enviados del rey pasaron a recoger a los<br />

concursantes que seguían con vida, y a cargar en carretas los cuerpos de los incontables<br />

derribados.<br />

De todos los que habían salido, por lo que el mozo sabia más de una treintena,<br />

regresaron tres, cada cual acompañado por una carreta enorme de cabezas de zombis. A<br />

las puertas del castillo el rey empezó a realizar la cuenta: el primero había logrado matar<br />

a setenta de los monstruos, el segundo alcanzó la cifra de ciento treinta y nueve y llegó<br />

el turno de la carreta del mozo. El rey no podía permitir que el fuera el vencedor aunque<br />

con ello hiriera el corazón de la princesa. Ya iba por el ciento treinta, ciento treinta y<br />

uno y dos y tres y cuatro, hasta que miró la carreta, no podía ser, allí habían cinco<br />

cabezas más. No lo podía permitir y cuando llegó al ciento treinta y siete dio por vacía<br />

la carreta, tirando su capa dentro de ella. El mozo y el carretero sabían que quedaban<br />

cabezas dentro pero que podían hacer ellos ante el rey, si elevaban la más mínima queja<br />

les haría encarcelar o ahorcar para entretenimiento de la corte, o peor aún, los encerraría<br />

con más portadores de la muerte negra sin ningún tipo de arma con la que ayudarse.<br />

La princesa lloró y rogó a su padre que no la obligara a casarse con aquel<br />

hombre, déspota y ruin que solo se amaba a si mismo y a las opíparas comidas. Ese ser<br />

gordo, sudoroso y además engreído. Pero el rey había dado una palabra y no podía<br />

echarse para atrás y menos a favor del mozo. La boda se celebraría esa misma noche en<br />

el salón del trono y absolutamente toda la corte tenía que asistir.<br />

Y allá corrió la princesa a su torre, el día que debía ser el más feliz de su vida lo<br />

pasó entre lágrimas y quejidos, entre pañuelos y anhelos. Todos sus sueños habían<br />

quedado rotos, todo lo que poseía no valía ahora nada para ella, pues lo que más amaba<br />

le había sido negado. Y su corazón lloraba más aun que sus ojos. Cuando toda la<br />

ceremonia estuvo preparada y sus ayudantes de cámara la vistieron, mientras que su<br />

madre y su ama lloraban desconsoladas con ella aunque la insuflaran de valor. Todo<br />

estaba previsto, la princesa a las entradas de la sala del trono esperando que la banda<br />

tocara para anunciar su entrada, esperó y esperó pero las puertas no se abrían.<br />

Dentro la escena era muy distinta a lo que se esperaría en una boda de la más<br />

bella princesa de todo el mundo, pues el príncipe con el que debía contraer matrimonio<br />

había sufrido un accidente del que se guardó bien en contar a nadie. Mientras estaba en<br />

el bosque uno de los no muertos a los que había dado por rematado, se había arrastrado<br />

y le había mordido en el tobillo. Y mientras la princesa se había estado preparando para<br />

la ceremonia, él había empezado con el banquete y al ir atacando a los invitados estos se<br />

transformaron también, atacándose los unos a los otros. Los cuerpos tirados por el<br />

suelo, las rosas blancas, guirnaldas y tapices salpicados de sangre y mientras los<br />

manjares estaban intactos en sus bandejas los cuerpos estaban todos a medio comer. Las<br />

bocas que hacia unas horas se abrieron para disfrutar de manjares exóticos allende los<br />

mares, lo hacían ahora para engullir a quienes fueron sus parejas de baile.<br />

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