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Liderazgo audaz - Centro de Alabanza y Proclamación

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LIDERAZGO AUDAZ<br />

Esos noventa minutos permanecerán conmigo por el resto<br />

<strong>de</strong> mi vida.<br />

Las palabras no pue<strong>de</strong>n transmitir, ni las pantallas <strong>de</strong> televisión<br />

captar, la enormidad <strong>de</strong> la <strong>de</strong>vastación que vi durante esa<br />

hora y media. Estas fueron las tres únicas palabras que logré<br />

musitar en los primeros treinta minutos: «[No pue<strong>de</strong> serí» Las<br />

repetía una y otra vez.<br />

En mi mente había imaginado a las dos esbeltas torres hundiéndose<br />

hasta formar una pila <strong>de</strong>' escombros que cabría fácilmente<br />

en los límites <strong>de</strong> un gran estadio <strong>de</strong> fútbol. Mi imagen<br />

mental era suficientemente gran<strong>de</strong>, y dramática, pero la realidad<br />

era cientos <strong>de</strong> veces más trágica. Una milla cuadrada (2.59 kilómetros<br />

cuadrados) <strong>de</strong> ruinas. Numerosas manzanas <strong>de</strong> la ciudad<br />

arrasadas. Uno <strong>de</strong> los edificiospequeños que cayó era <strong>de</strong> más<br />

<strong>de</strong> cuarenta pisos <strong>de</strong> alto. Varios edificios gran<strong>de</strong>s, aún <strong>de</strong> pie<br />

cuando me encontraba ahí, se estaban doblando y tuvieron que<br />

ser <strong>de</strong>molidos. Algunos lucían como el Edificio Fe<strong>de</strong>ral <strong>de</strong><br />

OkIahoma con su frente <strong>de</strong>struido. Otros, a cuadras <strong>de</strong> distancia,<br />

tenían las ventanas hechas añicos. La verda<strong>de</strong>ra enormidad<br />

<strong>de</strong> lo ocurrido ese día me <strong>de</strong>jó sin habla.<br />

Al ver la <strong>de</strong>dicación <strong>de</strong> los trabajadores <strong>de</strong> rescate, dije nuevamente:<br />

«[No pue<strong>de</strong> serl» Muchos <strong>de</strong> ellos todavía excavaban<br />

diez días <strong>de</strong>spués; sus manos estaban llenas <strong>de</strong> sangre, y sus pies<br />

llenos <strong>de</strong> ampollas, porque sus compañeros bomberos yacían<br />

enterrados bajo las pilas <strong>de</strong> acero retorcido. ¿Cómo puedo <strong>de</strong>scribir<br />

lo que significó estar con ellos, mirar sus ojos y ver la profunda<br />

interacción <strong>de</strong> total agotamiento y <strong>de</strong>terminación inflexible?<br />

Había cientos y cientos <strong>de</strong> ellos. Me encontraba in<strong>de</strong>ciso<br />

entre mi <strong>de</strong>seo <strong>de</strong> echar mano <strong>de</strong> ellos y <strong>de</strong>cirles: «Por favor, <strong>de</strong>ténganse.<br />

Deben <strong>de</strong>scansar. Necesitan ir a casa», y al mismo<br />

tiempo mi anhelo <strong>de</strong> darles una palmada en la espalda y <strong>de</strong>cirles:<br />

«[No se rindan! Si yo estuviera bajo ese montón <strong>de</strong> <strong>de</strong>sechos,<br />

quisiera que alguien como uste<strong>de</strong>s excavara por mí».<br />

12<br />

Los riesgos <strong>de</strong>l li<strong>de</strong>razgo<br />

Nunca he estado en la guerra, por lo tanto, no he visto hombres<br />

y mujeres como esos. Nunca he visto personas casi muertas,<br />

<strong>de</strong>ambulando entre la mortandad, porque no podían hacerlo<br />

<strong>de</strong> otra manera. Nunca lo olvidaré. Personas como esas<br />

ennoblecen el espíritu humano. Nos recuerdan que todavía po<strong>de</strong>mos<br />

ser heroicos.<br />

Más tar<strong>de</strong> ese día un taxi me llevó a un lugar <strong>de</strong>signado, varias<br />

cuadras distantes <strong>de</strong>l sitio <strong>de</strong> rescate, don<strong>de</strong> familiares y<br />

amigos colocaban fotografías <strong>de</strong> sus seres queridos en una cartelera<br />

construida toscamente, la cual se extendía por cientos <strong>de</strong><br />

metros a lo largo <strong>de</strong> la acera. Mientras miraba <strong>de</strong> arriba abajo, y<br />

<strong>de</strong> lado a lado, las fotografías amontonadas, dije otra vez: «[No<br />

pue<strong>de</strong> serí» No podía ser que hombres, mujeres y niños tuvieran<br />

que vivir con este tipo <strong>de</strong> pérdida y dolor.<br />

Los rezagados caminaban <strong>de</strong> un lado al otro. Veinticuatro horas<br />

al día vagaban como zombies por las calles <strong>de</strong> la ciudad, esperando<br />

contra todo pronóstico que alguien pudiera <strong>de</strong>cirles algo sobre<br />

su padre, su hija, su amigo. No había forma que pudieran continuar<br />

con sus vidas. No podían comer ni dormir. No podían irse a<br />

casa sin alguna información, alguna noticia, alguna clase <strong>de</strong> fin.<br />

Yo podía enten<strong>de</strong>r la tenacidad <strong>de</strong> esas personas. ¿Qué más<br />

podían hacer? Si mi familia (Lynne, Shauna o Todd) o mis amigos<br />

estuvieran entre los <strong>de</strong>saparecidos <strong>de</strong>bajo <strong>de</strong> los escombros,<br />

yo haría lo mismo. Pegaría sus fotos por toda la pared;<br />

agarraría a la gente por el cuello <strong>de</strong> la camisa si pensara que podrían<br />

ofrecerme un ápice <strong>de</strong> información o esperanza.<br />

Mientras llamaba al taxi para que me llevara <strong>de</strong> nuevo a mi hotel,<br />

sentí <strong>de</strong>seos <strong>de</strong> gritar mi próximo: «[No pue<strong>de</strong> serl», en un intento<br />

por bloquear la más amarga verdad <strong>de</strong> todas: Que todo este<br />

sufrimiento, este holocausto, no fue causado por una calamidad<br />

natural o un acci<strong>de</strong>nte imprevisto, sino por las maquinaciones <strong>de</strong>liberadas<br />

<strong>de</strong> otros seres humanos. Ningún terremoto, ni movimiento<br />

<strong>de</strong> las placas geológicas causaron este <strong>de</strong>sastre. Ninguna inunda-<br />

13

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