Cuentos capitales - Alfaguara Juvenil

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Ricardo tiene un misterio. Hace días que sale del liceo y no se va con la pandilla ni se reúne con ellos a la hora del receso. Alfredo está preocupado. Se había acostumbrado a las conversaciones con Ricardo, a caminar juntos al salir de clases y tomar el metrobús emprendiendo la subidita hasta el centro comercial, llegar a la panadería, y merendar rosquitas y refrescos hablando sin parar. Hoy se armó de valor y decidió hacerle una visita a su amigo. Va dispuesto a tratar de sacar a Ricardo de tanto misterio. Con el metrobús llega a la Avenida Principal de El Cafetal y sube caminando en picada hacia el C. C. Caurimare. Finalmente está frente al edificio donde vive su amigo. Ha tocado el intercomunicador y la mamá de Ricardo lo recibe amablemente: —Pasa, Alfredo. ¿Cómo están por tu casa?… Ven y siéntate, te lo voy a llamar. Cuando la mamá se va, por un lado de la cortina que oculta el pasillo de las habitaciones, se asoma 9
Laura antiLLano aLfredo y ricardo son amigos Amanda, la hermanita menor de Ricardo, y le saca la lengua a Alfredo para reírse después. Alfredo la mira y se pone a dibujar en la última hoja de su cuaderno para que ella lo mire. Amandita, que es muy curiosa, enseguida viene. —¿Qué estás dibujando? —La lengua roja de una niñita traviesa. —Y… ¿Cómo se llama ella? —Amanda. —No, mi lengua es más bonita. —La de otra Amanda, pues. Ricardo acaba de llegar y Alfredo no lo ha visto. —Mamá, dile a Amanda que se vaya. —Hola, Ricardo… Déjala, ella no molesta. —Sí lo hace, y… —Yo le voy a decir a él que tú tienes arañas. —Cállate, Amandita. —¿Arañas? Alfredo mira con extrañeza a su amigo. —Estoy haciendo algo, en la terraza —confiesa Ricardo. —Yo… ¿lo puedo ver? —preguntó Alfredo. Ricardo titubea. —Bueno, pero no lo andes contando por allí porque es una sorpresa. Ricardo le pasa el brazo a su amigo y lo conduce a la terraza. Amandita va con ellos. —No, pero Amandita no puede entrar. ¡Mamá, llama a Amanda! Se escucha la voz de la señora: —Amandita, ven a ayudarme a preparar esta gelatina. —¿Gelatina?… ¡Ya voooyyyyy! Cuando los dos niños están solos, Ricardo le enseña a Alfredo la puerta de su escondrijo. Alfredo entra detrás de Ricardo. Su sorpresa no puede ser más grande. Ricardo lo conduce directamente al «Criadero de las arañas». Es un recipiente de cristal, redondo, con tierra, unas ramitas con hojas y otras sin hojas: adentro, una cartulina negra tapada con una mallita de tela con un cordel. —Era una pecera vieja que mamá tenía en el cuarto de los chécheres. —¿Y cómo trajiste las arañas? —Con un frasco de mermelada, esperé una noche fresca, de esas que dejan rocío sobre las hojas de las matas, y entonces, muy temprano en la mañanita, vi las telarañas, las había estado vigilando varios días, les di unos golpecitos sin romperlas, y las arañas cayeron en el frasco y lo tapé. Tiene huequitos la tapa, ¿ves? Ricardo le muestra a Alfredo un conjunto de papeles en los que aparecen las rayitas del diseño de la tela mientras era construida por la araña. Alfredo está maravillado y hasta orgulloso del trabajo de su amigo. —¿Y qué comen? —Comen moscas, mosquitos, zancudos… Yo los cazo en ese otro frasco, los traigo y los come. ¿Sabes? ellas son muy cuidadosas con su tela, si destruimos un poquito así… —y Ricardo con un palito suelta parte de la telaraña—. Ellas enseguida la repararán. Ambos niños ven el movimiento de las arañas protegiendo su casa. —Yo puse ese aro de alambre para que ellas pudieran hacer ese trabajo. 10 11
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