habitantes del bosque. flora - Extremambiente

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SIERRA DE SAN PEDRO: HUELLAS Y VIVENCIAS
ni cebada ni trigo que soporte las condiciones de
nuestros suelos de dehesas, y los hemos desplazado
por especies forrajeras venidas muchas de países lejanos.
Me decía el pastor:“Mis dehesas de niño, no son
las dehesas de mi vejez”.
Conclusión y despedida
Después de la conversación, comimos migas, salí
del chozo de eneas y traviesas de adelfas mirando el
cielo. El cielo lo inundaba todo, negro y reluciente de
estrellas, de negro terciopelo, me animaba a caminar por
los senderos que sólo el azar es capaz de llevarte.
No tropecé, no me deslicé cuesta abajo, no caí
en ninguna hondonada, no me golpeé la cara, ni me
enganché la camisa, no me rompí el pantalón, solo
caminé hasta quedar embelesado de un lucero que
cegaba mis sentidos y lo dominaba todo: sombreaba
las ramas, el suelo, las piedras, el pasto había cambiado
de color y muchas flores estaban cerradas.
Mi ánimo me hizo parar, reclinarme junto a
una encina y volver la vista de nuevo a la pantalla de
estrellas que me miraban en silencio, me protegían y
no precisaba mucho más. Porque ya sólo recuerdo que
soñé. No sé cuánto dormí. No sabía dónde estaba,
pero no me importaba. Perdido, descansé hasta que
una leve brisa surcó mi rostro y el frío de la madrugada
me despertó. Había dormido en las dehesas de San
Pedro y retomaba el camino que una mañana antes
había perdido.
Quedé maravillado por tanta belleza y me prometí
volver a pasear por esas mismas tierras de dehesas
en cualquier tiempo y momento, porque es una
experiencia inolvidable.
Chozos típicos con cigueñas
en sus nidos.