Mi lugar favorito - La Semana de Frente

Ilán rabcHInskey
Tenía 5 o 6 años cuando, de camino al aeropuerto, vi con fascinación una
extraña torre triangular. Creo que fue desde ese momento que Tlatelolco
fue adquiriendo una cierta fuerza mítica dentro de mí. Años después
conocería el nombre del edificio (Torre de Banobras), que el mural en
su fachada fue hecho por Carlos Mérida y que contiene el instrumento
de campanas más grande del mundo.
Luego vinieron días de subirme a la bici y recorrer la ciudad desde
la Escandón hasta Tlatelolco para perderme entre esos enormes bloques
habitacionales que me recordaban al monolito de Odisea 2001. Hay
un aire nostálgico entre esas desgastadas fachadas pues, a pesar de su
extraña belleza, Tlatelolco es un enorme recordatorio de un México que
no fue. Y quizá por eso me gusta tanto, porque se mantiene también
como un testimonio de lo posible.
Una noche de insomnio salí de mi casa y fui hasta la Plaza de las
Tres Culturas con la intención de ver de cerca la recién inaugurada
instalación de Thomas Glassford, titulada Xipe Tótec, sobre la fachada de
la torre del Centro Cultural Tlatelolco.
A propósito de esta deidad azteca, los sacerdotes de Xipe Tótec
portaban, como un traje, la piel humana de algún sacrificado durante
20 días para después emerger de ella en un ritual de transformación
y cambio de ciclo.
Llegué ante Xipe Tótec, saqué la cámara y comencé a jugar con
exposiciones largas. De pronto me vino una idea; utilizaría mi imagen
barrida y en blanco y negro de la torre para crear una pieza más
personal y menos descriptiva sobre Tlatelolco, los procesos de cambio
de México y el momento por el que pasaba en ese entonces. Regresé
a casa y junté la imagen recién hecha con la foto de una mujer que
había tomado un par de días antes. La mujer y la torre se juntaron
a la perfección, quedé atónito. Había creado, en dos momentos distintos
pero misteriosamente unidos, a este personaje femenino que
se presentaba como figura de renovación y muda de piel, tanto en mi
entorno exterior, como en mi propia vida.
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ana HoP
A veces siento odiar a esta ciudad y no quiero.
Mi abuela me decía que “el amor tiene un
hermano muy poderoso: el odio; procura
no ofender al primero, porque el otro puede
matarte”, así que trato de encontrar espacios
que se renuevan, espacios que la gente toma y
los hace suyos. Los mercados me ofrecen esa
sensación de curiosidad e interés, cada vez hay
algo diferente.
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