La demolición del lenguaje - Adepa
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tro de cada día<br />
lamentó que se haya perdido el hábito<br />
de la lectura ante el avance de lo visual<br />
y lo sonoro, por lo cual –subrayó- “de<br />
tanto someternos a las imágenes,<br />
nos estamos quedando huérfanos de<br />
comprensión” puesto que “somos<br />
una suma de palabras y cuando las<br />
descuidamos corrompemos nuestra<br />
propia hechura”. Fue así que convocó<br />
a “una cruzada contra la <strong>demolición</strong><br />
<strong>del</strong> <strong>lenguaje</strong> que es, en definitiva, la<br />
huella suprema <strong>del</strong> espíritu”, aunque<br />
alertó que se trata de “una larga porfía<br />
en procura de equilibrar el peso de los<br />
que ven y escuchan con el de quienes<br />
leen y piensan”.<br />
¿Cuáles son las causas <strong>del</strong> empobrecimiento<br />
lingüístico? Por cierto, no<br />
hay una única razón, confluyen múltiples<br />
factores para ese envilecimiento<br />
<strong>del</strong> idioma, pero es evidente que -<br />
como todo problema- debe ser atacado<br />
de raíz, en este caso, desde los niveles<br />
primarios de enseñanza, aunque bien<br />
sabemos que –lamentablemente- en<br />
varias regiones de nuestro país mu-<br />
“El uso prostibulario <strong>del</strong> <strong>lenguaje</strong>”<br />
“<strong>La</strong> decadencia de los<br />
pueblos suele iniciarse con<br />
el envilecimiento de las<br />
palabras, con el abandono<br />
<strong>del</strong> interés por lo que implican<br />
como signos de aptitud<br />
para la convivencia, la<br />
recíproca credibilidad y la<br />
preservación de los matices<br />
que hacen posible el<br />
pensamiento”, advertía el<br />
filósofo y escritor Santiago<br />
Kovadloff en un artículo<br />
publicado el 26 de octubre<br />
39<br />
de 2002 en <strong>La</strong> Nación.<br />
En otro párrafo de esa<br />
nota destacaba que “poco<br />
pueden importarnos nuestros<br />
semejantes si hacemos<br />
un uso prostibulario<br />
<strong>del</strong> <strong>lenguaje</strong>. Si no nos<br />
interesa lo que decimos ni<br />
el modo en que lo hacemos,<br />
tampoco pueden<br />
interesarnos aquellos con<br />
quienes nos comunicamos.<br />
Y esto, claro está, tiene<br />
sus consecuencias”.