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RAZÓN DE SER DE ESTE LIBRO
He hecho los Ejercicios de san Ignacio muchas veces. En dos ocasiones,
también en su forma más completa: durante cuatro semanas.
Lo considero una de las gracias mayores que Dios me ha otorgado.
Los Ejercicios han sido el instrumento del que Jesucristo se ha
valido para hacerme ver de forma viva que es Él quien me llama y
me quiere a su lado; que no soy yo quien le ha elegido a Él, sino al
revés: que es Él quien me ha elegido a mí para darme parte en su
cruz y en su gloria. Por medio de los Ejercicios he podido comprender
también algo mejor el misterio del pecado: he vislumbrado
el drama de la lucha crucial entre la Luz y las tinieblas que atraviesa
la historia de la humanidad y la mía propia; la batalla en la
que el Señor me otorga la victoria, rescatándome cada día de mis
miserias, para darme un puesto en la Iglesia militante, la abanderada
de su amor eterno en medio de los vaivenes de las pasiones
humanas envenenadas por el enemigo de Dios y del hombre.
He recibido tanto de los Ejercicios que no he podido sustraerme
a la feliz obligación de hacer partícipes a otros de su eficacia espiritual.
Desde hace veinte años, en medio de otras ocupaciones académicas
o pastorales, he reservado tiempos para dar los Ejercicios
una o dos veces cada año. Envidio a quienes se han dedicado más
de lleno a este ministerio.
He podido comprobar una y otra vez que los Ejercicios bien
hechos llegan al corazón de la vida y la ordenan hacia Cristo y hacia
su Iglesia. Ha sido el caso de personas de todas las condiciones y
edades: laicos comprometidos, miembros de institutos seculares,
religiosas, seminaristas, sacerdotes.
Pues bien, al dar los Ejercicios, hace tiempo que vengo trayendo
a colación algunos textos del Hermano Rafael para ilustrar con
su testimonio determinadas meditaciones o momentos del proceso
espiritual ignaciano. El efecto ha sido siempre fulminante. Son
muchos los ejercitantes que se han sentido impactados por la expe-