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La maldición<br />
El sacerdote comboniano Senén Hipólito Pedro, oriundo de Usi<strong>la</strong>, Oaxaca,<br />
cuenta en esta interesante historia cómo, inspirado por el Espíritu Santo, se<br />
valió de una «supuesta maldición» para resolver un caso de injusticia.<br />
Vivo en República Democrática<br />
del Congo desde 1997, cuando era<br />
estudiante. Al ordenarme, mis superiores<br />
me destinaron a este mismo<br />
país para desarrol<strong>la</strong>r mi <strong>la</strong>bor misionera.<br />
Actualmente trabajo con <strong>la</strong><br />
tribu manvu en Mungbere, un lugar popu<strong>la</strong>r porque<br />
convergen varias carreteras importantes.<br />
Armas, soldados y mitos<br />
Un día, durante un recorrido por <strong>la</strong>s aldeas,<br />
llegamos a un pob<strong>la</strong>do donde nos habían invitado a<br />
celebrar una eucaristía. Antes de terminar <strong>la</strong> misa,<br />
llegaron unas señoras y unos soldados que nos<br />
observaban sin participar; pero me l<strong>la</strong>mó <strong>la</strong> atención<br />
que, al terminar dicha celebración, toda <strong>la</strong><br />
gente prácticamente desapareció. Cuando pregunté<br />
a mis acompañantes por esta reacción,<br />
me explicaron que los soldados obligan a los<br />
aldeanos a cargar con sus maletas en <strong>la</strong> cabeza y<br />
a caminar kilómetros.<br />
Cuando estábamos por dejar <strong>la</strong> aldea, una señora<br />
desesperada me dijo: «¡Padre, los soldados<br />
se llevan a mi hijo, ayúdame a<br />
recuperarlo!». De inmediato fui<br />
hasta donde se encontraban<br />
los militares, y ya tenían<br />
preparado al niño con un<br />
bulto en <strong>la</strong> cabeza. Le<br />
dije al jovencito: «Deja<br />
todo en el piso y<br />
vámonos», pero<br />
el muchacho<br />
estaba tan ate-<br />
20 Esqui<strong>la</strong> <strong>Misional</strong><br />
rrado con los soldados y mi orden, que<br />
se quedó paralizado. Entonces tomé <strong>la</strong><br />
iniciativa, le quité el bulto, lo puse en el<br />
suelo y tomé de <strong>la</strong> mano al adolescente.<br />
Los soldados y sus esposas se enojaron<br />
y comentaron que cómo era posible<br />
que un extranjero mandara en su tierra. Me acerqué<br />
a ellos, los miré y argumenté que el muchacho no era<br />
nadie para cargar sus cosas ni tampoco era soldado<br />
para irse con ellos. Enfurecidos, comenzaron a ofenderme.<br />
Entonces agregué: «¡Yo los maldigo!». En África,<br />
una maldición tiene una fuerte<br />
repercusión psicológica en <strong>la</strong>s<br />
personas, creen que de verdad<br />
va a sucederles algo malo.<br />
Las mujeres comenzaron a<br />
decir que yo no era Dios y<br />
no tenían miedo. Volteé y<br />
contesté: «Tienen razón,<br />
no soy Dios, ¡pero él me<br />
envió aquí y soy su repre-<br />
El padre Senén, autor del artículo