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IDENTIDAD: EL SER DEL YO

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De la cita quiero destacar “al mismo tiempo” y “en dos sitios a la vez”<br />

que confirma, como dijimos, las dos propiedades definitorias del<br />

Doppelgänger.<br />

Sus consecuencias: El Yo no queda abovedado en nuestro cuerpo, se<br />

extiende por todas partes y sobre cualquier cosa. Mediante él podemos hacernos<br />

de la potencia de acción de otros; podemos vivir, en ésta, muchas vidas.<br />

Identidad Personal - Identidad Social<br />

Responden a la división de la Identidad total, de la que venimos hablando<br />

hasta el momento, y por la que se ven comprendidas. Se influyen mutuamente, de<br />

ahí que el límite entre ambas sea semipermeable (y se lo grafique con líneas<br />

punteadas).<br />

Aquello que los demás nos atribuyen, Identidad Social, puede distar de lo que<br />

nosotros creamos de nosotros mismos, Identidad Personal. En ese caso, podremos<br />

influir en la representación social, que de nosotros se tenga. O por el contrario,<br />

apropiarnos de las opiniones que los demás, tengan de nosotros. Hay una imagen<br />

que nos devuelve el espejo que es íntima, aunque esté afuera en el otro. Y otra<br />

imagen pública aportada por los demás, donde se encuentra el punto de contacto<br />

con el semejante.<br />

En el relato Borges y yo encontramos del autor un Borges publico y un yo,<br />

privado. En la novela Uno, ninguno y cien mil de Luigi Pirandello se hace explícita la<br />

diferencia entre la Identidad Personal del protagonista, y la Identidad Social aportada<br />

por lo que la esposa le atribuye en el apodo cariñoso de Gengé.<br />

“¡Pero ya lo creo que ella conocía a ese Gengé suyo mejor que yo! ¡Si se lo<br />

había construido ella! (...)”<br />

“(…) ese Gengé suyo existía, mientras que yo para ella no existía en<br />

absoluto, no había existido nunca.”<br />

“No me reconocía en absoluto, me encontraba como en un estado de fusión<br />

permanente, era casi fluido maleable; me conocían los demás, cada uno a su<br />

manera, según la realidad que me habían dado, o sea, cada uno de ellos veía en mi<br />

un Moscarda que no era yo (…)”<br />

“Algunas veces la veía llorar por ciertas amarguras que él, Gengé, le<br />

ocasionaba. ¡Él, si, señores! Y sí, le preguntaba:<br />

- Pero, ¿A qué viene esto, querida?<br />

Me respondía:<br />

- ¡Ah!, ¿Y tu me lo preguntas? ¿No te basta con lo que acabas de decirme?<br />

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