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HISTORIA DE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA 19 6 3

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La noche precedente, yo había dado una conferencia en el teatro, una sala larga y<br />

estrecha, con el escenario en un extremo. Según la repugnante costumbre de toda la<br />

India británica, todos los europeos, los mestizos y hasta todos los indígenas<br />

cristianos (?), vestidos con traje occidental, ocupaban las primeras filas, y todos los<br />

indos, por más noblemente nacidos o respetables que fuesen –no siempre es lo<br />

mismo– estaban detrás; en medio de la sala había un pasadizo. Yo soy bastante<br />

sensible a la esfera áurica de la gente y muy predispuesto a sentir si ésta me es<br />

simpática u hostil. Todos los oradores, artistas dramáticos, o de otro género,<br />

acostumbrados a presentarse en público, tienen ese nuevo sentido más o menos<br />

desarrollado, pero me imagino que el mío sobrepasa el término medio de la<br />

sensibilidad. Aquella noche percibí que entre mis queridos indos y yo se elevaba una<br />

barrera, casi un muro de pensamientos hostiles, y otro con menos experiencia que yo<br />

hubiera podido desconcertarse. Pero notando que la corriente antipática venía de la<br />

derecha, me puse bien enfrente del pasillo y apliqué mi mente en atravesar dicha<br />

corriente para alcanzar a la parte simpática de mi auditorio. Todas las personas de<br />

sensibilidad nerviosa media, cuya profesión les exige hablar en público, afirmarán<br />

que esto no es una fantasía de mi imaginación, sino un hecho de experiencia<br />

humana. Más de una vez ha sucedido que la presencia en el auditorio de un solo<br />

hombre blanco no teósofo entre los indos bastó para enfriarlos y reaccionar sobre<br />

mí. La razón es bien sencilla. Mientras que entre todos los asiáticos, de cualquiera<br />

raza o religión que sean y yo, existen una confianza y simpatía completas, en<br />

cambio, entre ellos y el hombre blanco corriente se levanta una antipatía mutua<br />

bien caracterizada, basada, según creo, en un conflicto de polaridad áurica o<br />

magnética. Unas relaciones personales más íntimas, cambiarían el sentimiento<br />

actual de noli me tangere en esta buena camaradería que se establece entre los<br />

asiáticos y los verdaderos teósofos.<br />

De Cawnpore fuimos a Luknow, donde todos mis instantes fueron ocupados por<br />

la rutina habitual; después seguimos hasta Bara Banki. De paso, debo hacer justicia<br />

a la brillante mentalidad del pandit que tradujo mis conferencias al urdu en ambos<br />

sitios, con una elocuencia y facilidad verdaderamente admirables. Con frecuencia he<br />

debido el mismo reconocimiento por servicios semejantes, a los letrados amigos. En<br />

verdad, mis conferencias en Asia han sido interpretadas en 18 idiomas diferentes.<br />

En Moradabad, Damodar me dio otra prueba de su poder, recientemente<br />

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