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HISTORIA DE LA SOCIEDAD TEOSÓFICA 19 6 3

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fondo y me reconociese como recaudador. Hallamos en las estadísticas oficiales que de once escuelas,<br />

ocho estaban en manos de los misioneros y las restantes pertenecían al gobierno. En las primeras, se<br />

enseñaba a los niños que el Buddhismo no es más que una oscura superstición; en las otras no se daba<br />

ninguna enseñanza religiosa. Entre ambas, nuestros niños buddhistas no tenían ninguna ocasión de<br />

aprender jamás los verdaderos méritos de su religión ancestral. Nuestra labor se imponía, y nos<br />

pusimos al trabajo de todo corazón.<br />

En cuanto mi catecismo estuvo traducido al cingalés, fui al colegio Vidyodaya para repasar el texto<br />

palabra por palabra con el gran sacerdote y su asistente principal, uno de sus mejores discípulos y<br />

hombre muy sabio. Ese primer día, ocho horas de trabajo no nos hicieron avanzar más que hasta la<br />

página sexta del manuscrito. El 16 comenzamos por la mañana temprano y seguimos hasta las cinco<br />

de la tarde; adelantamos ocho páginas, pero sobrevino una detención. Estábamos en un callejón sin<br />

salida: la definición del Nirvana, o mejor dicho, la cuestión de supervivencia de una especie “de<br />

entidad subjetiva” en ese estado. Conociendo perfectamente lo absoluto de las opiniones de los<br />

buddhistas del Sud, de los que Sumangala es el prototipo, yo había redactado la respuesta a la<br />

pregunta: “¿Qué es el Nirvana?”, de modo que constataba el desacuerdo de los metafísicas buddhistas<br />

sobre la supervivencia de una entidad abstracta humana, y en forma que no se inclinaba ni hacia la<br />

escuela del Norte, ni hacia la del Sud.<br />

Pero mis dos críticos eruditos protestaron en cuanto vieron ese párrafo, y el gran sacerdote negó<br />

que existiese ninguna divergencia en las opiniones de los metafísicos buddhistas sobre ese punto. Yo<br />

le cité las opiniones de los thibetanos, de los chinos, los japoneses, los mongoles, y aún de una escuela<br />

cingalesa, pero él puso fin a la discusión diciendo que si yo no cambiaba mi texto, retiraba su promesa<br />

de darme un certificado afirmando que el catecismo era apto para ser puesto en manos de los niños<br />

de las escuelas buddhistas, y que publicaría sus razones. Como tal cosa hubiera sido quitar<br />

virtualmente a mi libro toda utilidad práctica, y causar entre él y yo una ruptura que hubiese hecho<br />

diez veces más difícil la ejecución del plan escolar, cedí a la fuerza mayor, y modifiqué el párrafo<br />

dándole la forma que en lo sucesivo conservó siempre en todas las ediciones subsiguientes.<br />

Terminado por fin aquel monótono trabajo de revisión, el manuscrito fue copiado, corregido,<br />

aumentado, pulido y retocado, hasta que pudo ser entregado para la impresión, después de semanas<br />

enteras de esfuerzos y molestias. Para los cingaleses era una novedad de tal magnitud esa empresa de<br />

condensar el Dharma entero en un pequeño manual que puede ser leído en una par de horas, y era<br />

tan fuerte en ellos su hereditaria tendencia a la resistencia pasiva contra toda innovación, que puedo<br />

decir que luché palmo a palmo para conseguir un resultado. Esto no era debido a que los sacerdotes<br />

no tuviesen hacia mí una gran benevolencia, ni que dejaran de apreciar el bien que debía resultar para<br />

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