"Y esta es la señal de que soy yo el que te envía: después de que hagas salir de Egipto al pueblo, ustedes darán culto a Dios en esta montaña." Éxodo 3: 12 <strong>La</strong> Biblia
<strong>La</strong> investigación que aquí se presenta encuentra su espacio geográficocultural en un contexto más que singular. Su epicentro fenomenológico, inagotable fuente de representaciones simbólicas, se localiza en la serrana localidad de Capilla del Monte, provincia de Córdoba, República Argentina. De modo tal, que creo no equivocarme al decir que en este trabajo "el lugar" será, casi, tan importante como "el caso" mismo. Conocí Capilla del Monte en el lejano invierno de 1963. Tenía, en aquel entonces, tan solo cinco años. Había llegado hasta el pueblo llevado de la mano de mi padre, un inmigrante europeo que, en épocas vacacionales, acostumbraba dejar la Capital Federal veraneando, como muchos de sus habitantes, en la provincia de Córdoba. Aquella visita produjo un enorme impacto en mis infantiles percepciones: la emoción de enfrentarme por vez primera a un mundo distinto al de la gran ciudad donde me había criado, la sensación de hallarme frente a un microcosmos predominantemente rural, pletórico de calles de tierra y descuidados animales transportando cargas y personas, y la prematura nostalgia por el silencio extraño de sus siestas, sus espacios perfumadamente deshabitados y su gigantesca mole de piedra que se erguía -desafiante como hoy- enfrentando al lugar: el Cerro Uritorco. En aquella ya lejana oportunidad recorrimos sus paisajes y, desde las explicaciones que me brindaba mi padre en su particularmente acentuada manera de hablar el español, los sitios prehistóricos e históricos que abundan, aún hoy, no muy lejos del mismo poblado. Fueron aquellas iniciales aproximaciones las que significaron el inicio de mi amor por el estudio de la antropología y por ése diminuto pueblo, el cual, en aquella época, constituía un conglomerado humano marginal de la provincia. Capilla del Monte no tenía mayores perspectivas de "progreso" ni de "futuro", estaba alejada de los centros urbanos y turísticos más importantes de la época, contaba con limitadísimos recursos económicos y carecía -casi- de la infraestructura mínima para recibir a sus otrora muy escasos visitantes. Transitar sus bucólicas veredas, partir de excursión a sus pedemontes y serranías, provocaban en mi pecho de niño la extraña, muy extraña sensación de una melancolía que, por entonces, desconocía o, mejor dicho, comenzaba irremediablemente a conocer. El tiempo, indefectible, transcurrió, dejando sin saberlo -y como siempre ocurre- su huella en mí. 9