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2ª Tocada... - Universidad La Salle Morelia

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PRÓLOGO<br />

Miro a mis hijos, jugando con anacrónica pista de cochecitos, como las<br />

que ponían en aquellos Sears o Liverpooles del México anterior a la transición,<br />

mientras escribo estas líneas tras haber concluido de leer la conmovedora<br />

Vuelta al mundo en ochenta tocadas de mi maestro –lo digo en toda la extensión<br />

de esa palabra sagrada, propia “de luz y de sol”- Jesús Vázquez Estupiñán, a<br />

quien conocí cuando él tenía treinta y dos años, muchos menos de los que<br />

tengo yo ahora. Me parecía un coloso de la voluntad y del empeño, del liderazgo<br />

y del savoir vivre, y de la única vocación que he sabido escuchar y aquilatar,<br />

la única que ha colmado mi vida adulta: la de profesor.<br />

Recuerdo tantas cosas que aprendimos con él, en esa capital atroz de imecas<br />

galopantes que mis niños, por fortuna, no pueden siquiera imaginar. <strong>La</strong><br />

Estudiantina de <strong>La</strong> <strong>Salle</strong> recorriendo una ciudad inmensa, gorda y en expansión,<br />

espléndida y culpable a lo Orson Welles, que fue para nosotros, habiendo<br />

superado la última niñez, el espacio maravilloso del encuentro con el amor,<br />

con el otro, con la forja definitiva del carácter que nos ha llevado al reposo del<br />

espíritu o, como a la República actual, a la incertidumbre de la inmadurez<br />

no superada. Era la Ciudad de México de los últimos ochentas, del “Hoy no<br />

circula” y de los primeros teléfonos celulares que sólo traían unos cuantos y<br />

que, por turnos, apaciguaban las angustias de las madres en madrugadas de<br />

tocadas.<br />

Y era el México del Papa Juan Pablo, al que tan bien cantaron Chucho<br />

Vázquez y sus muchachas y muchachos a ambas orillas del Atlántico. El<br />

México que se debatía entre el norteamericanismo y el latinoamericanismo<br />

que nosotros, para inmensa fortuna de todos, asumimos a punta de mandolinazos<br />

y guitarrazos en las olorosas playas de Iquique o en los tedescos<br />

paraísos de Gramado, en Río Grande do Sul. El México que era capaz de llevar<br />

un mensaje de Libertad y dignidad a la mismísima plaza de Tianamen pocos<br />

meses después de la espantosa masacre de estudiantes chinos, o que conocía<br />

a todas las Rusias cuando todavía eran uniones de soviets. Un México que,<br />

en cierto modo, se perdió en la bruma de la mercantilización, de las riquezas<br />

mal repartidas, de la estupidez por entregas en una televisión infame, del<br />

hedonismo desconsolado, de la inseguridad galopante y de las “heladas aguas<br />

del cálculo egoísta”.<br />

Para nosotros, lasallistas de escuela de varones que admirábamos con romanticismo<br />

sin par las intrigantes curvas de las chicas en aquellas noches<br />

coloniales (mejor: “novohispanas”, porque estas tierras nunca fueron colonias),<br />

la forma en que Jesús “vivía en nuestros corazones” confundidos por

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