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Los relatos de La Milagrosa

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—No hay duda <strong>de</strong> que es Ella la que está matando<br />

los perros —afirmó alguien que la había visto<br />

antes <strong>de</strong> las seis <strong>de</strong> la mañana, arrastrando su<br />

vestido negro hacia la iglesia.<br />

—Tenía la cabeza rapada —dijo—. Su nariz se<br />

veía más gran<strong>de</strong>, su cara más roja. Tenía mirada<br />

<strong>de</strong> loca.<br />

—¡Qué va! —nos <strong>de</strong>cía Pana<strong>de</strong>ro—. Esa mujer<br />

es como un ángel. Ella no le pue<strong>de</strong> hacer daño a<br />

nadie. Lo único que tiene es miedo. Por eso no sale<br />

a la calle, por eso no habla con nadie, porque tiene<br />

miedo. No <strong>de</strong>berían acusarla irresponsablemente.<br />

7<br />

Pasaron muchos años. Crecimos. <strong>La</strong> vida siguió.<br />

<strong>Los</strong> que eran ancianos entraron en la muerte y los<br />

adultos en la vejez. Ella envejeció, su soledad se<br />

hizo más antigua y la expresión <strong>de</strong> su rostro más<br />

<strong>de</strong>samparada.<br />

De pronto, una mañana, doña Odila pensó: “¿Por<br />

qué será que hace días no la vemos salir? ¿Le habrá<br />

pasado algo?” y le or<strong>de</strong>nó a uno <strong>de</strong> sus hijos<br />

que fuera a averiguar.<br />

—Si no abre, tumbe la puerta. El todo es que<br />

averigüe.<br />

Como no respondía, forzaron la cerradura y, al<br />

abrir, los invadió un hedor terrible. Entraron. En la<br />

cocina había una olla requemada en el fogón encendido<br />

y en el suelo estaba Ella, o lo que había<br />

sido Ella. El cadáver profanado por las ratas.<br />

Cuando supe la historia, sentí un inmenso dolor.<br />

Nunca pensé que llegaríamos a amar tanto a<br />

los seres <strong>de</strong> nuestra infancia. Vinieron entonces<br />

los recuerdos y la imagen <strong>de</strong>l rostro <strong>de</strong> Ómar cuando<br />

nos <strong>de</strong>cía: “¡Esperen y verán!”... Entonces sentí<br />

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