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mente los libros <strong>de</strong> registro <strong>de</strong> propiedad <strong>de</strong> los<br />
osarios, compré uno para <strong>de</strong>stinarlo a la reunión y<br />
busqué la ubicación <strong>de</strong> cada uno <strong>de</strong> nuestros muertos<br />
en la cripta, que <strong>de</strong> un salón amplio y luminoso<br />
había pasado a ser un lugar lúgubre y oscuro, atiborrado<br />
<strong>de</strong> pabellones en forma <strong>de</strong> laberinto. Logré<br />
ubicarlos a todos, excepto a mi padre y al tío Toño:<br />
las abuelas, las tías, los tíos y algunos <strong>de</strong> los primos<br />
que emprendieron el viaje temprano. El nombre<br />
<strong>de</strong> Rafael aparecía junto al nombre <strong>de</strong>l tío Lucas;<br />
como a mis hermanas no les había gustado la<br />
i<strong>de</strong>a <strong>de</strong> que mi madre los mezclara, supuse que,<br />
en vez <strong>de</strong> mi hermano, quien <strong>de</strong>bería estar allí era<br />
mi padre, así que llegué a un acuerdo con el sepulturero:<br />
<strong>de</strong>staparíamos ese osario y tomaríamos <strong>de</strong><br />
allí los huesos <strong>de</strong> mi padre para mezclarlos con los<br />
<strong>de</strong> mi madre. ¿Hasta qué punto metemos a los seres<br />
queridos en la camisa <strong>de</strong> fuerza <strong>de</strong> nuestros<br />
sueños? Or<strong>de</strong>né <strong>de</strong>spués una lápida con los nombres<br />
<strong>de</strong> ambos y en todo el centro hice grabar los<br />
caracteres <strong>de</strong>l poema. No sé si ésta era una conducta<br />
propia <strong>de</strong> la naturaleza <strong>de</strong>l pacto que habíamos<br />
hecho mi madre y yo, o si era el producto <strong>de</strong><br />
mis i<strong>de</strong>ales, <strong>de</strong> reunirlos a ellos <strong>de</strong>l modo que anhelaría<br />
para mí. Algunas veces conjeturé que podría<br />
ser también un modo <strong>de</strong> aceptar la muerte, <strong>de</strong><br />
prepararme para ella, y no por casualidad recordé<br />
que fue la misma muchacha que me inspiró los<br />
versos quien me dijo en cierta ocasión que ella no<br />
tenía miedo <strong>de</strong> morir, cuando a mí sólo el amor me<br />
aliviaba esa pena.<br />
Cumplidos los plazos y las diligencias, llegamos<br />
al cementerio, unidos por la solemnidad <strong>de</strong> un compromiso<br />
sagrado. Algo en mí me imponía la necesidad<br />
<strong>de</strong> ver la posición exacta <strong>de</strong> los huesos <strong>de</strong>ntro<br />
<strong>de</strong>l ataúd, para eliminar la ansiedad producida por<br />
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