Leer - Snte

28 FLAVIO CANASTILLO MURRIETA
unos cinco periódicos y me dijo:
–Vete a la estación del ferrocarril.
Como en ese tiempo la estación del ferrocarril se
encontraba en el centro, no se me hizo difícil. Con
miedo crucé las vías del tren y, al llegar, un señor de
los que trabajaban ahí me compró uno. Otro que pasaba
me gritó:
–¡Dame uno!, ¿cuánto cuesta?
–Un peso.
Luego me habló otro que estaba esperando el tren.
Me dio veinte centavos para mí. ¡Qué gusto!.., pensé
que si me iba bien podía ayudar a mi mamá.
Cuando caminaba me salieron tres chamacos que
me querían pegar porque ese era su lugar de venta.
Uno me tiró una patada y corrí, pues estaba muy feo
y gordo, con rasgos de japonés. Otro chamaco que
también traía pleito con él fue a darle un golpe, y vi
cómo lo tomó del brazo y lo estampó en el suelo. ¡De
tonto le echaba yo bronca!
Sin embargo, lo que más me asustó fue que en ese
momento llegaba el tren. ¡Qué cosa más espantosa!
La máquina –que funcionaba con vapor– venía
echando unos chorros de humo: por una chimenea
salía humo negro que se levantaba muy alto, y por
otra humo blanco que no era tan abundante. Era
como un enorme tanque negro. Tenía unos brazos
de acero de una rueda a otra que se movían haciendo
unas ondulaciones. Se veía imponente y daba unos
pitidos aterradores que estremecían. Muy atrás iba el
maquinista sacando la cabeza para ver las vías adelante,
bajo una lonita inclinada para que no le pegara
el sol. Yo temblaba de miedo. El tiempo que duró